No cabía de la felicidad, ¡ni de la emoción!, al estar en ese mágico lugar. Pensé que jamás cumpliría tal quimera. La tenía en mi mente desde la adolescencia cuando un compañero de colegio me dijo que él pasó por esas. Nunca supe si fue verdad o no. Pero, esa pasión onírica, al ir deshojando calendarios, se me empecinó y metió entre mis más recelosos y guardados deseos. Con mayor razón cuando escuchaba a los hombres con los que me relacioné a lo largo de la vida, casi a todos, que esa también era una de sus más soñadas aventuras por cumplir, unos, y ya satisfechas y más que gozadas, algunos.
Cierto o no lo de aquel amigo de colegio, o las
historias de los que me topé a la vera del espinoso camino durante mi rutinario
trasegar, sobre todo los que decían haberlas vivido y gozado, ¡esta vez era mi
turno!
Me encontraba a punto de cumplir el sueño.
No sabía qué lugar era ese, ¿acaso importaba? Tampoco, quiénes eran ellas, las beldades que me invitaban a su recámara que parecía flotar en un cielo de nubes perfumadas que hacían de abullonada e infinita cama… propicia para el encuentro amatorio.
Eran tres
espectaculares mujeres, tal y como las fabriqué desde joven, media centuria
atrás, en las catatumbas de mis hervores masculinos. Lucían vaporosas y mágicas
prendas íntimas. La rubia era embrujadora, la morena muy voluptuosa… ¡ay!, la
tercera era la más bella y sensual: ¡una sinigual trigueña tropical!
Ante mi timidez fueron hasta donde me
encontraba y me llevaron a su recámara. Entonces, la primera comenzó a besarme,
la segunda a acariciarme, mientras la trigueña tropical me iba despojando de la
ropa...
En ese momento mi esposa se rebulló en la cama,
haciendo que esas bellas mujeres, junto con la fantástica alcoba, ¡desaparecieran
de mi sueño!, y tal vez para siempre.
Disponible en Revista Latina NC