miércoles, 30 de noviembre de 2022

Lilia

 


Aquella vez, para mi cumpleaños número diez, mamá me llevó de nuevo a la casa de mi tía. Tras el pudín, mientras los mayores se quedaron en la sala, nos fuimos a la alcoba de mi tía a ver televisión... como siempre.

Unos minutos después, bajo la manta, sentí su mano sobre la mía, me acariciaba con dulzura. Lo sabía hacer, «tal vez por los seis años que me lleva», pensé acalorada.

Entonces, comencé a sentir hormigueos por todo el cuerpo... más aún cuando, no solo fue su arrumaco en mi mano, sino que avanzó hacia mi cara, cuello, pechos en explosiva germinación...

—¡Que bella y tierna eres! —me susurró al oído, haciéndome explotar algo dentro de mí.

Fue un momento indescriptible, ¡pecaminoso!, tal vez, pero irrepetible.

Nunca volvió a pasar. Sin embargo, hoy, cincuenta años después, aunque sus manos jamás volvieron a posarse sobre mí, cada vez que nos encontramos, sea donde sea, estemos con quienes estemos, el fogonazo de sus ojos me abrasa e incendia esa pasión esquiva que solo esa vez experimenté.

Microrrelato disponible en Revista Latina NC

lunes, 31 de octubre de 2022

Reseña y video de Berenice, una mujer feliz

Berenice, una mujer feliz

Reseña


            El escritor colombiano
Wilson Rogelio Enciso, columnista de la Revista Latina NC, nos premió para dar la primicia de la publicación y lanzamiento a nivel internacional de su octava obra, séptima novela: ‘Berenice, una mujer feliz’.

Para RLNC es un honor que nuestro novelista, además de sus Relatos subcontinentales que publica mes a mes en este medio, nos gratifique con esta noticia que con inmenso orgullo y satisfacción damos a conocer al mundo.

Esta nueva novela, con toda seguridad, por los temas de actualidad que ahí desarropa sin tapujos, aunque trasfigurados con el pincel de la literatura de ficción social, hará que sus lectores, tópense donde se topen, se identifiquen y sientan que también los afecta de alguna inexorable manera. Porque, como lo plasma en la contraportada:

...el rancio perfume de la nostalgia social terminó por contagiar hasta la esencia de la flor de cera en un final que aletarga el alma de los sensibles... ¡cada vez menos en aquella sociedad sinigual y siempre igual!

Sus frases comienzan a engarzar al lector desde la primera página, sin soltarlo hasta llegar al trémulo final, gracias a esa técnica tan suya que hace evocar al artesano de sarapes quien, tras teñir la lana en cinco colores, que en Enciso son historias de vida cotidiana hispanoamericana, pasa a la urdimbre y lo monta en el telar de la trama subcontinental, con ese satírico y fino tejido para entrelazar franjas multicolores que semejan castas sociales, en apariencia distintas. Sin embargo, como en los extremos y el centro, sin importar tonalidades, al fin y al cabo todos terminan siendo entrelazados para formar el tapiz de la sociedad actual, camino a la anunciada hecatombe.

El eje de la novela, con sabor socioambiental, lo conforma una pareja, hijos de familias poderosas y cuestionadas dentro de la sociedad nacional. Entorno a ellos giran personajes que, aunque parecieran no tener nada que ver con los demás, menos con la mágica historia de aquellos, terminan siendo hilos de lana indisolubles e inmersos en la misma pieza literaria.

Los dos protagonistas, sin estarlo buscando, tras veintidós años de obligada separación y una difusa promesa de volverse a encontrar, lo hacen, se encuentran por casualidad del destino durante una noche de octubre gris en la esquina suroccidental de la carrera 15 con calle 76 de la ciudad capital de aquel país subcontinental.

En ese país a los mandatarios de turno les corresponde pregonar que es el más feliz del mundo, pese a la imparable pobreza que por doquiera asfixia y aniquila.

 Para cuando vuelven a encontrarse cada uno carga alforjas sociales contradictorias y disímiles, en relación con sus opulentas y cuestionadas familias de donde ellos provienen, al interior de una sociedad condenada a repetir una y muchas veces su tragicomedia nacional.

Linajes de ignominia a los dos agobiaba desde niños, con mayor dolor al llegar a su adolescencia indómita y madurez temprana. Razón esta por la cual intentaron por su cuenta escapar de sus entornos agobiantes, cada uno a su manera, con tal de librase de tan pesada y manchada suntuosidad. Refundida social entre bandadas de gorriones del rebusque en calle y a la vista de todos para hacer más difícil su ubicación y reintegro al redil frondío que los esperaba.

Pese a sus particulares esfuerzos e ingenios, el rancio perfume de la nostalgia social terminó por contagiar hasta la esencia de la flor de cera en un final que aletarga el alma de los sensibles... ¡cada vez menos en aquella sociedad sinigual y siempre igual!

Esta nueva novela de Enciso: ‘Berenice, una mujer feliz’, como todas las anteriores, está disponibles desde hoy en las plataformas de Amazon.com y Autoreseditores.com en formato tapa blanda, también en e-book, solo en Amazon.

¡Hay que leerla y difundirla si no queremos que la barbarie le gane a la razón y todos terminemos en el condenado ejército de los insensibles!

La invitación, entonces, es para nuestro lectores y seguidores en cualquier parte del mundo a apoyar a este autor latinoamericano quien, a su vez, incentiva con su iniciativa: ‘Una novela para cada escuela’, la lectura en la juventud mediante la donación de sus obras en bibliotecas y escuelas públicas por donde quiera que vaya. Hasta el momento ha entregado cerca de doscientos de sus ejemplares en al menos sesenta establecimientos y en más de diez países.

Reseña de Revista Latina NC, publicada el 30 de octubre de 2022. 

Berenice, a happy woman

Colombian writer Wilson Rogelio Enciso , a columnist for Revista Latina NC , gave us an award to give the scoop on the publication and international launch of his eighth work, seventh novel: ‘Berenice, a happy woman’ .
For RLNC it is an honor that our novelist, in addition to his Relatos subcontinentales that he publishes month after month in this medium, gratifies us with this news that with immense pride and satisfaction we make known to the world.
This new novel, with all certainty, due to the current issues that it unfolds there openly, although transfigured with the brush of social fiction literature, will make its readers, wherever they come across, identify and feel that it also affects them some inexorable way. Because, as reflected on the back cover:

…the rancid perfume of social nostalgia ended up infecting even the essence of the wax flower in an ending that numbs the soul of the sensitive… less and less in that unique and always the same society!

His sentences begin to engage the reader from the first page, without letting go until reaching the tremulous end, thanks to that technique of his that evokes the serapes artisan who, after dyeing the wool in five colors, which in Enciso are life stories Hispanic-American daily life, passes to the warp and mounts it on the loom of the subcontinental plot, with that satirical and fine fabric to intertwine multicolored stripes that resemble social castes, apparently different. However, as in the extremes and the center, regardless of shades, in the end they all end up being intertwined to form the tapestry of today’s society, on the way to the announced catastrophe.

The axis of the novel, with a socio-environmental flavor, is made up of a couple, children of powerful families and questioned within the national society. Around them revolve characters that, although they seem to have nothing to do with the others, less with the magical history of those, end up being indissoluble threads of wool and immersed in the same literary piece.

The two protagonists, without looking for it, after twenty-two years of forced separation and a vague promise to meet again, they do it, they meet by chance of fate during a gray October night on the southwest corner of Carrea 15 with Calle 76 in the capital city of that subcontinental country.

In that country, it is up to the leaders of the day to proclaim that it is the happiest in the world, despite the unstoppable poverty that suffocates and annihilates everywhere.

By the time they meet again, each one carries contradictory and dissimilar social saddlebags, in relation to their opulent and questionable families from which they come, within a society condemned to repeat its national tragicomedy over and over again.

Lineages of ignominy overwhelmed both of them since they were children, with greater pain when they reached their indomitable adolescence and early maturity. This is the reason why they tried to escape from their oppressive environments on their own, each in their own way, in order to get rid of such heavy and stained sumptuousness. Social refoundation among flocks of sparrows from the search in the street and in full view of all to make their location more difficult and return to the leafy fold that awaited them.

Despite their particular efforts and ingenuity, the rancid perfume of social nostalgia ended up infecting even the essence of the wax flower in an ending that numbs the soul of the sensitive… less and less in that unique and always the same society! !

This new Enciso novel: ‘Berenice, a happy woman’ , like all the previous ones, is available today on the Amazon.com and Autoreseditores.com platforms in paperback format, also in e-book, only on Amazon.

We must read it and spread it if we don’t want barbarism to win over reason and we all end up in the damned army of the insensitive!

The invitation, then, is for our readers and followers anywhere in the world to support this Latin American author who, in turn, encourages with his initiative:

‘A novel for each school’ , reading in youth by donating their works in public libraries and schools wherever they go. To date, it has delivered nearly two hundred of its copies in at least sixty establishments and in more than ten countries.

  


miércoles, 28 de septiembre de 2022

Encuentros furtivos

 

Todos los días a las 6:40 a.m. se encuentran en el mismo lugar, ¡sin falta! Tras besarse y abrazarse con para nada disimulada pasión y enchipado amor se sientan en la celestina banca de duro cemento bajo la sombra concupiscente de un altivo y viejo pino que custodia, nadie sabe desde cuándo, aquel pequeño parque de barrio popular.

Ahí, por lo general durante quince o veinte minutos, sin sombra alguna de pena… mejor sería decir: ¡con perdido recato!, se acarician, mil besos se dan entre pródigas como ininteligibles palabras de amor, antes del compartir que alguno de los dos siempre trae de casa, de donde quizá llega para ir a trabajar. Lugares de los cuales, quizá, su pareja venga y para donde tal vez vaya tras la agotadora jornada nocturna laboral.

Es posible que orígenes y destinos de cada cual desencajen. Lo que sí es evidente y los dos hacen concordar con meridiana precisión de tiempo, modo y lugar es su mañanero y diario encuentro de amor en el parque… con independencia de las condiciones climáticas. Esta variante, ni ninguna, parece jamás afectarles. La cita siempre la cumplen los dos.

Cada vez, tras una infinidad de caricias, besos y palabras, quien viene del sur, donde queda a unas pocas cuadras la estación del transporte masivo, muy a su pesar se levanta y muestra el reloj. Tal vez está sobre la hora de entrada al jornal. Entonces, se dan el último almibarado y prolongado beso y como si les doliera soltarse de las manos… al fin lo hacen y aquel emprende camino hacia el norte, de donde siempre llega su pareja. En sus inmediaciones queda una inmensa y reconocida zona industrial.

Microrrelato disponible en Revista Latina NC


lunes, 5 de septiembre de 2022

Juntos



Solo una condición Ester Julia le impuso a Efrén Sepúlveda para perdonarlo y aceptarle la nueva propuesta de matrimonio tras ¡esos sesenta años de ausencia!, desde cuando la dejó plantada en la puerta de la iglesia del pueblo.

Una vez el anciano, con paso trémulo y un ramo de rosas rojas en su mano, ingresó a la habitación de la clínica en donde le acababan de operar la cadera que se fracturó al despertarse de aquel sueño y caer al suelo, ella lo recibió con esa sonrisa pícara que la caracterizó toda la vida, sin amilanarse ante nada, pese al dolor que le apretaba el alma desde joven.

—¡Viejo condenado!, te perdono y acepto esas flores y la promesa de casarnos, con una condición...

—Lo que tú digas, amor, lo que tú digas... ¡lo haré esta vez!

—Que jamás de mi lado saldrás corriendo de nuevo, ni me dejarás sola... ni siquiera cuando la pelona venga por alguno de los dos. ¡Que ese día nos lleve al tiempo o que se devuelva con su garfio por donde llegue!

—Así será, te lo juro, de hoy en adelante, por siempre juntos, mi Ester Julia.

Fueros cuatro años, tres meses y nueve días de felicidad tras casarse a puerta cerrada en aquella iglesia del pueblo, la de entonces, sesenta años atrás.

Disfrutaron a más no poder, y a su manera, haberse reencontrado, estar acompañados y recordar el día soñado, con las respectivas endebles justificaciones que Efrén le reiteraba y que ella con cariño le aceptaba... hasta cuando un mortal virus incubado se los llevó al tiempo.

La pelona los encontró cogidos de la mano, juntos, como Ester Julia lo pidió.

Efrén esta vez le cumplió.

Relato en audio y en inglés disponible en Revista Latina NC


miércoles, 10 de agosto de 2022

Entre palabras y letras

 

Autor de la portada: Revista Latina NC


Al finalizar el evento que gestionó y llevó a efecto el joven poeta, los tres acordaron ir a cenar, como despedida antes de partir hacia sus lugares de origen. Hasta el encuentro solo eran amigos virtuales. Esto, gracias a la magia de las redes y al mutuo gusto por las letras que, tras algunos años, por fin los juntó durante la ejecución de esa quijotesca industria literaria.

Lo de ellos solo era eso: «Una amistad a distancia», como solían decirse al tocar el tema. La relación nació cuando la editora de la Revista Latina NC le encargó al poeta, uno de sus corresponsales internacionales, que escribiera un artículo sobre un latinoamericano desconocido que publicaba relatos y cuentos subcontinentales para ese medio.

Al investigar en redes de quién se trataba, el poeta optó, mejor, por hacerle una entrevista. Luego de la divulgación y otros eventos virtuales en los cuales lo fue involucrando, el europeo se les unió y conformaron la triada. Este era amigo del poeta, también de forma virtual y de tiempo atrás, con quien hizo migas al coincidir en la Revista One Stop, uno con sus contactos, publicaciones y gestiones alrededor del mundo, su más preciada gema, el otro por algunas funciones de difusión y corresponsalía que en esta hacía a solicitud y encargo de la directora de aquella publicación cultural en el viejo continente.

Tras la cena y unas pocas horas de sueño en el hotel que los hospedaba, unos pisos arriba en el mismo complejo arquitectónico donde quedaba el restaurante escogido para la despedida, el poeta y gestor cultural regresaría al país al cual emigró por temas de espinuda nostalgia política que afectaban a su amada patria centroamericana. El polifacético columnista internacional cruzaría el Atlántico con destino a casa. El tercero añoraba la protección y refugio que le brindaba su Escondite Literario Tropical enclavado en alguna de las montañas de los Andes... amén de por fin, en la solemne tranquilidad de su anonimato, ponerse a escribir unas cuantas historias que capturó durante aquel viaje, así como apuntalar y terminar otros proyectos en proceso.

Una vez acomodados en la terraza del segundo piso del sofisticado restaurante internacional, con vistas a la imponente glorieta del Ahuehuete y protegido en su entrada por dos inmensas fieras metálicas, se acogieron a la recomendación del metre: un corte de lomo de res añejado en seco de 21 días y acompañado con el vino de la casa. Estaban exhaustos, casi por parejo; tal vez algo más el poeta, el más joven de los tres, por la parafernalia que les implicó el evento.

El escritor europeo, unos veinte años mayor del joven y quince por debajo del otro, tenía cuerda para seguir por largo rato haciendo uso de la palabra, uno de sus placeres: hablar. El vate, por el cansancio poco decía, apenas lo suficiente (corrió de aquí para allá y habló más de lo que se imaginó durante el certamen), pero continuaba al tanto de sus acompañantes. Además, observaba la sobriedad del lugar y la esmerada atención del personal del establecimiento, pulcramente uniformado y sincronizado.

El suramericano permanecía absorto, como lo hizo durante la mayor parte del evento. Los escuchaba con la misma parsimonia como lo hacía cada vez que alguno de ellos lo llamaba vía WhatsApp, por lo general una noche cada semana. Poco y nada le gustaba hablar. Cuando lo hacía o le tocaba era breve con sus aportes o respuestas. Era más dado a escucharle e interpretarle en los gestos, tonalidades y posturas a la gente sus historias encapuchadas para luego, en la intimidad de su ignoto refugio, usando siempre el pincel de la transfiguración literaria, plasmarlas en letras embreadas de ficción social.

Tal vez, por esta cualidad, sin desatender su entorno, no le perdía atención al paisaje social, típicamente subcontinental, que ofrecía la estación de autobuses Hamburgo. A esa hora de la noche incipiente algunas personas, «quizá trabajadores», se dijo, hacían cola ordenada para abordar los inmensos buses rojos del servicio público masivo, de dos pisos, que llegaban con sincrónica regularidad a recoger y dejar pasajeros.   

El periodista persistía en su plática sobre su próxima novela y la reseña que el suramericano le hizo de la publicada ese año. Reiteraba que de los tres él era el que menos calidad y proyección literarias tenía. Descollaba algunos detalles del evento y, así, sobre otros tantos salpicados temas opinaba mientras, al unísono, comenzaron a dar cuenta de los deliciosos panecillos y otras viandas de la entrada.

—¡Cortesía de la casa! —les enfatizó al llevárselos la mesera principal encargada de atenderlos.

Viandas que poco a poco fueron consumidas, remojadas con la primera tanda del Cabernet Sauvignon servida por un tercer mesero, ahora a prudente como discreta distancia, presto a dispensar en la medida que los tres comensales libaban de sus elegantes copas de Burdeos. Al parecer, en la cocina, invisible a simple vista, más no al agudo olfato de algunos, los adobados trozos de carne comenzaban a ser objeto del calor de la parrilla.

Entre tanto, entre mordiscos y sorbos, entre comentarios de esto y de aquello, les dieron trámite a sus mutuos agradecimientos, a sus mutuos reconocimientos, a las insoslayables propuestas y planes individuales y colectivos que podrían desarrollar. En este acápite la charla se tornó más animada. Tal vez, por los efectos de la salvaje vid de las cavernas. Botella que, gracias a la eficiente labor del mesero discreto pronto habría de ser reemplazada por la segunda.

Quien hacía mayor uso de la palabra era el curtido periodista europeo, famoso por haber entrevistado a medio mundo conocido, ¡personalidades todas!, además de tener publicadas dos novelas interesantes y otras en proceso. El poeta lo seguía, no tan de cerca. El tercero se limitaba, aunque un poco menos inhibido, a seguir el hilo de la conversación, sin perder de vista, de reojo, el panorama del tempranero anochecer sobre la amplia e iluminada avenida y el trasegar de los ignotos transeúntes imbuidos en la cotidianidad urbana. A unos tantos de estos, y hasta donde le alcanzó su cada día más acortada visión y exponencial imaginación, el suramericano les fabricó a lo largo de la velada una historia, según la postura corporal, la angustia o la prisa que a distancia les atisbó... o les achacó, como era su costumbre hacerlo.

Desde cuando los tres hombres, modestamente vestidos, cruzaron por entre los dos leones metálicos, tamaño natural, uno color plata y el otro dorado, ubicados al lado y lado de la puerta principal del restaurante, contiguos a la gran vitrina de carnes, y se toparon con la suntuosidad del lugar, el mayor de los tres fue captando y grabando en su imaginario historias que, tal vez, guardaba y destilaba aquel lugar, en particular, cada una de las mesas estratégicamente ubicadas a lo largo del inmenso y pomposo recinto.

Una vez llevados a la terraza, según la reserva hecha esa mañana por el poeta, cuando solicitó el mejor lugar para tres, el suramericano contempló y de inmediato les fue fabricando relatos cortos a los comensales de las mesas más cercanas, según los involuntarios mensajes corporales y comportamentales de cada cual, con el refuerzo de una que otra escapada frase por ahí.

Su creatividad la comenzó con un egregio caballero, fina y elegantemente ataviado, unos cuantos años mayor que él, sentado al final de la terraza en una mesa para uno, inmediata a la reservada para ellos. Junto a los platos y copas tenía una agenda abierta y una pluma fuente dorada, parecía enchapada en oro, con la cual algo apuntaba de vez en cuando. Esa pequeña mesa reposaba sobre una especie de podio desde donde «el ilustre personaje», así lo bautizó el suramericano, podía observar con ventaja, no solo hacia el interior del restaurante, desde ahí tenía dominio visual de parte de la terraza y de la gran avenida Reforma y su amplia y arbolada glorieta.

—«Tal vez sea el mayor atractivo de ese ‘trono’ —pensó el suramericano desde cuando los acomodaron en la dispuesta para ellos, sin pasar inadvertida la mirada soslayada que este les hizo al verlos ingresar y comprobar que fueron ubicados cerca de él—, razón por la cual, aquel, quien destila ínfulas de escritor consagrado, aunque de rancia guardia y cara de pocos amigos, paga caro para inspirarse cada vez que viene por acá».

El personal del restaurante, así como otros clientes curiosos en mesas cercanas, incluido el solitario del trono elevado, seguían el hilo de la charla con disimulada y discreta fascinación. Los atuendos que lucían despreocupadamente aquellos tres recién llegados hombres, poco acordes con la sobriedad del lugar, así como la bulliciosa mezcla de sus disímiles acentos, los hacían notorios. Ninguno dejaba por completo de mirarlos, ni de estar atentos en lo propio. De vez en cuando los empleados se cruzaban uno que otro suspicaz guiño.

Durante la cena tampoco pasaron desapercibidos para la imaginación del mayor de los tres, por ende, no se escaparon de sus creaciones, sobre todo, los comensales de las mesas ubicadas atrás y a la derecha de donde estos estaban. La pareja del lado, tal vez setentones y esmeradamente bien arreglados, por lo observado durante el rato que estuvieron, celebraba a solas un aniversario.

—«¡Deben ser sus bodas de oro!» —concluyó para sí el mayor de la triada de amigos a partir de las fracciones de frases que alcanzaba a escuchar y a los mimos que mutuamente se hacían, mientras se lamentaban porque sus hijos y nietos estuvieran tan lejos.

Se le imposibilitó precisar por qué y dónde estaría la parentela de la amorosa y aviejada pareja, razón por la cual le dio rienda suelta a su imaginación, poniendo en la historia que les fabricó algo de la propia con la suya.

—«Aunque parecen económicamente acomodados, sus hijos estudiaron y se marcharon para el exterior... por allá se casaron, se quedaron y, ¡claro!, olvidaron o consideraron intrascendental venirles a celebrar esta ocasión a sus viejos. Quienes, tal vez como nos pasa a muchos, sin jamás decirlo para evitar incomodar, de ellos ahora solo esperarán que sean felices y que les comprendan y acepten sus achaque, chocheras y sorderas… y sin molestarse, como suele suceder por esto, aquello o lo otro».

Esta pareja solo se marchó hasta cuando los tres comenzaron a disfrutar de los postres, no sin antes pasar por el lado de estos y despedirse cortésmente con un:

—¡Permiso, caballeros, que disfruten la delicia de sus postres!

Además de un aristocrático ademán de cabeza y una sonrisa agradable y cómplice que los tres amigos respondieron a la vez con:

—Gracias, que la pasen bien.      

Como se imaginaba el suramericano que sucedería, el tema de la conversación torció de manera más que abierta hacia él y sus obras desde antes de aparecer el plato principal, cada uno artísticamente ornado como para una ceremonia gastronómica, con centro de lomo de res coronado por espárragos asados con salsa de perejil y limón, secundados por dos tazas de loza fina, una con un inmaculado puré de papa y la otra con ensalada Grille.

—Bueno, entonces, ¿qué nos dice nuestro próximo gran premio literario? —le preguntó el joven poeta al suramericano, sacándolo de su abstracción y construcción mental de historias y personajes.

—¡Venga! —secundó el periodista europeo—, comparto tal aseveración: usted recibirá pronto el máximo galardón. Su escritura es como la de los grandes de estas gratas tierras... y no como la mía, a años luz de la maestría y encanto que destilan sus novelas y relatos.

—Como cada vez que tocan este tema, amigos, les agradezco sus buenas energías, intenciones y profecías. De llegarse a dar esto o algo similar... ¡bienvenido será y con ustedes celebraré y compartiré, les prometo! Estoy abierto a cualquier acontecimiento... no solo en este sentido, ustedes lo saben. No obstante, poco y nada me incomodaría pasar a la historia como tantos por ahí, en la gloria del anonimato o en los apasionantes brazos de lo que hasta ahora soy: ¡un feliz desconocido! Mi afán por escribir solo tiene un objetivo: dejar un legado para las futuras generaciones... ¡de haberlas! Entre palabras y letras lo único que pretendo es retratar por doquiera que voy la conducta particular y atípica de esta sociedad de finales del XX y comienzos del XXI... quizá para que aquellas eviten repetir tantos errores, sobre todo, lo inherente a la por demás lacerante desigualdad ahincada en la ambición y el inculcado odio fraternal que pronto nos llevarán al final de los olvidos, ¡si es que no lo hace primero la enguerada catástrofe ambiental, a la par con la colmilluda guerra fratricida y sin sentido!

Tanto el poeta como el periodista, por lo menos una vez a la semana cuando lo llamaban, casi siempre de esta manera y con tal premonitorio tema de su inminente consagración literaria lo abordaban. En cada ocasión, como ahora, con paciencia biselada esto les repetía, siempre con ciertos gajes de incoherencia en su gesticulación. Algo les lograba decir o dejaba entrever. Mas no era todo lo que en su mente bullía. Aunque lo intentase, como le pasaba en otros casos cuando de comunicarse con palabras se trataba, lo pensado a su lengua como tal no le llegaba... al menos, por completo o en armónico contexto.

Tal vez por esto poco y nada solía hablar, mucho menos dar entrevistas. Su oratoria era complexa, en tanto no se tratase de alguna de sus obras publicadas, sobre lo cual, también aplicaba mesura y mutismo absoluto en cuanto a las inéditas o en proceso, un buen número que nadie conocía. Las palabras que quería decir en situaciones como esta se le escabullían. A cambio, otras tantas, por lo general plagadas de incoherencia, cuando no de imprudencia, siempre en su expresión hablada se metían. Lo contrario le ocurría al escribir, cuando era fluido. Incluso, al hacerlo, su mayor placer, más ahora de viejo, garrapateaba más de lo que pensaba… o quería... o debía, tratándose de la sociedad enferma terminal de nostalgia social en la cual vivía.

Varias veces, como ahora que sobre el trillo sus dos contertulios a la carga volvían, «peor, esta vez, al ser presencial», decidió escribir y publicar un relato, «quizá algún día», mediante el cual esto y más cosas les diría... «o, tal vez, les aclararía», su amordazado subconsciente lo corrigió al saborear la primera porción del humoso y oloroso lomo.

De tiempo atrás tenía hilvanado un texto al respecto. Sería sobre tres amigos de letras que se encuentran en algún lugar con ocasión de algo y platican cosas. Los personajes, sin nombres, pero sí con atributos parecidos a los suyos, serían un poeta, un periodista y un tercero: él, de pocas palabras y larga escucha que lo lee todo, incluso, lo que no le dicen de labios para afuera, pero sí con ademanes y posturas comportamentales. Incluiría y recrearía apartes de las conversaciones que con cada uno de ellos en algún momento tuvo. Lo haría, eso sí, dentro de un marco de ficción social contemporánea. Armaría una historia para explicarles aspectos que nunca les manifestaría de otra forma, mucho menos de voz.

—«Sería un texto interesante, para nada comprometedor —se dijo al probar un bocado del naco de papa que se deshizo en su boca y le propició un momento de gastronómico placer—. Por el contrario, a estos les resaltaría sus virtudes y talentos...  los que, tal vez, ni siquiera ellos sepan que tienen... o quieran aceptar las potencialidades que les hacen galas».

Se refería a las mayores dotes que aquellos tenían, además de su gusto y talento por escribir, el uno versos, narrativa variada el otro. Les admiraba sus capacidades y alcances para llegarle a la gente, convocarla, reunirla, guiarla y publicitarla en las frías rinconeras del mercado literario y artístico. De hecho, el joven poeta era el artífice, gestor, coordinador y compilador de dos compendios universales únicos, impresos y planetariamente difundidos con inimaginables como bellas expresiones artísticas variadas de un sinnúmero de escritores, poetas y pintores, en diversos idiomas y de casi un centenar de países.

Virtud esta del joven poeta centroamericano (su capacidad de llegarle a la gente, más, aún, a la dedicada a las artes, por lo general introvertida y dada a permanecer guardada) vislumbrada y macro proyectada por el suramericano, que hasta le propuso que encausara y encabezara un movimiento a nivel global, con nombre y sigla:

—Sería algo así como: ‘Colectivo Literario Artístico Internacional siglo XXI’... el ‘CLAI XXI’, del cual usted sería su timonel, joven poeta.

Al europeo le insistía para que dejara fluir sin minimizarse su genialidad creativa y hasta desbordada, a la par con su experiencia diplomática, investigativa y periodística. Incluso, estaba dispuesto a escribir con él alguna novela fantástica que este le proyectaba cada vez que lo llamaba. Antes intentaron componer una a cuatro manos, sin lograrlo. El latinoamericano le tenía fe al talento redactor y a la experticia de mundo del europeo. Por esta razón, lo puso en contacto con la emprendedora editora de la Revista Latina NC, para que difundiera sus letras en el entorno norteamericano.       

Así como lo hacía el más viejo de los contertulios, los otros dos ingerían a placer de sus respectivos platos, mientras el mesero atento, al acabarse el contenido de la segunda botella, les preguntó ceremonioso:

—Disculpen, caballeros, ¿les apetece que les traiga la siguiente?

—¡¡No!!, ¡muy gentil!, ¡¡así está bien!! —respondieron al unísono, conscientes de sus apretados alcances financieros y casi exhaustos cupos restringidos de sus tarjetas de crédito, visibles en la respuesta.

Respuesta que los comensales de las mesas adyacentes alcanzaron a escuchar y entender. «El ilustre personaje» solitario de la mesa rinconera elevada y con mejor vista de todos hizo un mohín de gracia y disimuló no haberse enterado. Igual gesto y actitud asumió la pareja de adultos enamorados. No así las dos elegantes y finas mujeres setentonas de la mesa de atrás, acompañadas por el bello espécimen cuarentón con el típico hablado de aquel pujante país. Estas se miraron al escuchar a sus vecinos y al unísono los voltearon a ver, regalándoles una candorosa y coqueta sonrisa solidaria, mientras entre ellas comentaron:

—El que están libando es un gran vino... valdría la pena que se tomaran al menos otra botellita de esas, ¿no te parece, Rosario?

—Estoy de acuerdo contigo, Lucre.

Según las cuentas que aquellos tres amigos de letras por su cuenta llevaban a partir de los precios que grabaron en sus mentes cuando les pasaron las cartas, el consumo debería ir por cerca de los seis mil quinientos pesos en moneda local. Esto significaba, como acordaron que pagarían a prorrata, que les tocaría aproximadamente de a ciento diez dólares americanos, más la propina que en aquel país era educadamente obligatoria, si vergüenzas no querían pasar, y nunca inferior al 10 %, con mayor razón en ese lujoso y famoso restaurante en pleno centro de la megalópolis, la ciudad capital y entidad federativa.

—No obstante, señor —acompasó el poeta, una vez el gentil mesero de los vinos hizo una venia y se retiró con rumbo a la cava, mientras ellos continuaban con la cena—, comparto lo dicho por nuestro amigo. En mi opinión, sus letras, estilo e ingenio lo ubican en la línea de los escritores consagrados, no solo entre sus paisanos, quienes reconocimientos han cosechado, comenzando por el ganador del nobel, también, entre los grandes de la literatura universal. ¡Usted está para ligas mayores, señor!

—Para nosotros, tus amigos de letras, maestro —agregó el periodista europeo—, además de tenerlo claro que así ocurrirá, tu triunfo en ciernes será un honor que nos arropará y enorgullecerá…

—Gracias, amigos —respondió el aludido tragándose el penúltimo pedazo de lomo, mientras le hacía señas a la mesera encargada para que le llenara la copa dispuesta para el agua. Vacía la del vino yacía—. A veces… ante la fuerza, la reiteración y el convencimiento como lo dicen… hasta me lo creo.

—Más te vale que lo vayas asumiendo —agregó el periodista, al tiempo que terminaba su merienda y vino, por lo que solicitó, también, que le llenaran su copa de agua.

En esos momentos el más viejo de los tres se percató de que el solitario de la mesa elevada, tras pagar la cuenta, se levantó y le sonrió al estrellarse sus miradas. Luego, con paso ceremonioso, con la agenda cerrada y bajo el brazo, salió del lugar. El suramericano lo observó, al tiempo que le daba rienda suelta a su imaginación con los tres comensales de la otra mesa cercana, la de atrás. De todos, estos eran, a simple vista, «los mejor trajeados y de clase mayor, como el icónico edificio de esta ciudad... a unas cuadras de aquí», se dijo con sorna, no solo para intentar evadirse del tema que acababan de poner sobre la mesa sus amigos, sino para hilvanar a su estilo la historia que estos otros comensales le inspiraron desde su llegada al restaurante.

Sabía que ninguno de sus amigos le daría tregua, mucho menos espacio para seguir remando en aquel caudaloso río peña abajo. Pero quería apuntalar y dejar listo en su mollera el relato corto que algún día escribiría sobre los tres comensales de la mesa de atrás, la de las dos hermosas veteranas y el chusco casi cincuentón.

Desde cuando ingresaron a la terraza el suramericano observó que en esa mesa un hombre cuarentón, o algo cerca de los cincuenta, bien parecido, bañado en colonia francesa y trajeado con buenas marcas, acicalado como para una cita clandestina, esperaba nervioso sin quitar la mirada de la entrada, como tampoco de la pantalla del celular de última gama que reposaba sobre la mesa.

Pocos minutos después de ser acomodados en «la mejor mesa de la terraza» hizo su entrada al lugar una mujer de unos setenta o más años. Pese a la edad que esta pudiese tener seguía garbosa y hermosa. Eran evidentes los impactantes rasgos de belleza de los que gozó en su juventud y adultez, amén de su clase y buen gusto en el vestir. Al pasar dejó una estela... parecía visible, de un perfume sutil y embriagante, casi excitante. Exhibía en su brazo izquierdo un bolso de hombro, color negro, con el logo Saint Laurent, hecho en piel de becerro, italiano, con correa y logo en tono dorado. Era una mujer de clase... ¡y adinerada!

—«Cada una de sus prendas —el suramericano se refería al bolso, a la cadena, a los aretes, al reloj, al perfume y hasta los zapatos, todos de marca y elevado precio— supera de lejos lo que me gasté en este viaje... incluida esta cena».

Era la mujer que el chusco y casi cincuentón esperaba. Al verla aparecer este se levantó nervioso de su silla. Al llegar a su lado la saludó de beso en la boca y le corrió una silla para que se acomodara frente a él.

El diálogo entre estos era ininteligible, no solo por la distancia que separaba las dos mesas, sino por el parloteo de sus amigos, sobre todo el del periodista europeo, imparable y rápido. Por esta razón el suramericano no tuvo más opción que imaginarse lo que allí se dirían. Estaba resignado.

—«Es una cita clandestina de una mujer casada y adinerada con un vividor profesional que la estafará y en poco tiempo la dejará por otra» —, al parecer, sin más alternativa, esto concluyó el suramericano.

Conclusión equivocada. Lo vendría a saber tras unos minutos cuando llegó una segunda mujer, casi de la misma edad de la primera. También, caramente vestida y con un bolso y complementos aún más ostentosos que los de su amiga y, al parecer, cómplice de su locura o afán de amor en el portal de la senectud por el cual las dos transitaban a prisa y sin querer siquiera medir riesgos ni consecuencias.

—Mira, Rosario —le dijo la que llegó primero—, este es mi novio Rosendo Alfonso... mi próximo marido lindo.

—¡Estás rechulo!, Rosen, como te llamaré en adelante —apuntó aquella—. Soy Lucrecia, pero me gusta que mis amigos me digan Lucre. Seré la madrina de bodas de Rosario.

Palabras que llegaron con algo de mayor nitidez a los oídos del suramericano, no solo por el énfasis y la sonoridad que pusieron las mujeres al decirlas. También, porque este se esforzó en capturarlas. Ni siquiera disimuló al estirarse hacia atrás para acortar unos centímetros la distancia entre mesas y evadir el parloteo de sus amigos de letras.

La cena, la verbosidad de los tres y demás historias de las mesas cercanas siguieron sus cursos hasta cuando, un rato después, el mesero del vino apareció de nuevo. Traía una tercera botella, igual a las dos primeras consumidas. Este venía con la encargada de esa mesa, quien les dijo:

—Señores, disculpen la interrupción...

—¡Nosotros pasamos!, ¡dijimos que no más vino! —apuntó el poeta entre molesto y sorprendido.

—Alguien, quien nos pidió reserva, lo que aquí es un mandamiento que cumplimos a cabalidad —respondió la mesera—, no solo pagó la cuenta de esta mesa y hasta la propina, también ordenó esta nueva botella y les incluyó la carta de postres.

Sin otra opción, tal y como les reiteró la mesera y hasta el administrador del restaurante, quien se hizo presente segundos después, aceptaron la generosa invitación del ignoto admirador. Por lo cual, una vez más, el mesero de los vinos les dispensó la siguiente tanda y regresó a su discreto lugar a la espera del consumo paulatino.

Aún les quedaban rezagos del menú principal. Estos fueron, entre palabras y sorbos de vino, desapareciendo casi por completo.

De nuevo el tema giró hacia lo acotado por el mayor de los tres, quien tan solo expuso algunas puntadas adicionales, ante una nueva arremetida, ahora aderezada al cual más por sus contertulios con el supuesto ingenio y domino gramatical con los cuales zurcía sus narraciones. Una vez más, su única salida fue soltar frases entrecortadas y sin terminar. Lo demás: lo que al respecto pensaba, sentía y lo movía, lo dejaría para el relato que algún día escribiría y publicaría.  

—«Sí, amigos de letras, solo de esa manera, ¡por escrito!, intentaré responderles algunos de sus ensalces y preguntas. Les diré lo que creo, pienso o siento respecto a los premios, al éxito, a la fama y, sobre todo, les dejaría claro, en lo posible, lo de mi infundada maestría y facilidad en temas narrativos, gramaticales... en sí: literarios» —acuñó en su pensamiento mientras desaparecían hasta las boronas de la cena de los tres platos y las dos tazas.

Otro mesero recogió la loza. Solo dejó las copas de vino, la jarra de agua y sus respectivos recipientes, al tiempo que la encargada de la mesa les llevó la carta de postres... ¡ineluctable!, más por el antojo y el estar pagos que por otra cosa. El periodista y el poeta coincidieron en gustos. Pidieron tarta de crema de limón. El tercero se conformó con una copa de frutos rojos con crema de vainilla.

Antes de ser servidos los postres, durante su ingesta y hasta finalizar la tercera botella, muy cerca de la diez de la noche, el tema se tornó monótono, enlagunado, como, quizá, lo estaban sus pensamientos abordo de una piragua, tal vez la de Guillermo Cubillos, la cual: Capoteando el vendaval se estremecía /
e impasible, desafiaba la tormenta...
tras la opípara comida, el efecto de la salvaje vid de las cavernas, del cansancio de la extensa jornada literaria de esos días y, desde luego, por las largas que a ciertos temas el suramericano solía darles.

Largas que algún día en aquel relato, ¡tal vez!, les dejaría expósitas. En particular, en lo tocante a su ingenio que solo hasta después de los sesenta dejó salir y conocer, como le decían. Les contaría que, tal vez el gusto y placer que por escribir sentía, desde niño lo traía. Pero que solo fue hasta medio asegurar la forma de sufragar sus gastos sin tener que ir a trabajar que lo pudo hacer más seguido y de corrido, lo que le implicó asalariarse durante algo más de cuarenta años para lograr una pensión mediana y cada vez más insuficiente.

Les diría que ahora escribía de noche y de día, o cuando a bien tenía, o cada que la inspiración se le aparecía. Sin embargo, les explicaría que lo hacía con ingente esfuerzo para evitar al máximo los yerros y sin salirse de las márgenes de la ortografía, la gramática y de esa infinidad de reglas que el escribir bonito exigía. Entendía que eso era lo que, al respecto, entre otras ciencias y artes, miraban los eruditos, amén de estar estipulado en algo que escuchó llamar lexicología. Normas que él poco conocía por jamás haberlas estudiado al andar rebuscándose el bocado. Reglas que, ahora, conocerlas... ni menos dominarlas por completo posible le sería. Sin embargo, en aquel escrito a sus amigos les enfatizaría que no desconocía que para hacer bien ese oficio de estas se requería. Que eran condiciones que los galardonadores, casi siempre, en cuenta tenían, además de ser lo que todo lector se merecía, en complemento con el ingenio del autor. También, claro les dejaría que tales requerimientos crecían cuando el escribidor no pertenecía a una de aquellas sacras cofradías o de un gran mentor carecía.

En aquel relato a sus amigos virtuales les confesaría que él sabía que, en sus escritos, pese a sus esfuerzos de esculpirlos bonitos y sin faltas, siempre por ahí una que otra se asomaba y cuando menos lo esperaba, u otras que ni se imaginaba que pifias fuesen. Les manifestaría que para costear un caro corrector o un arreglador de escritos lejos de su presupuesto estaba… Motivos por los cuales, él lo sabía, sus obras difícilmente aquellas cumbres de la inmortalidad literaria escalarían. Tampoco, que este fuese su propósito.

Todavía así, por esto y más, en aquel texto no solo les agradecería que cosas así le dijeran y al mundo difundieran, que lo motivaran, así en público o en privado las mejillas se le enrojecieran. De antemano, las gracias también les daría por comprenderlo y a su vez entender que, si algún día un pergamino como aquellos alguien se equivocara y le otorgara, sus disculpas por el mundo les pedía que dispersaran por este o aquel gazapo que, entre letras y palabras, como el abrojo entre los geranios o la yerbabuena, de pronto se toparan.

Por último, quizá, les diría... y hasta les encarecería de hacer por su obra publicada, y si acaso por la fresca, lo que a bien pudiesen al él partir a lontananza. Sobre todo, lo de su iniciativa de ‘Una novela para cada escuela’. Les recalcaría que lo de las posibles chichiguas de las regalías editoriales era lo que menos le preocupaba. En aquel relato les recordaría que escribía no tanto para ser vendido, que lo hacía para ser leído, en particular, por la juventud, la guardiana del presente y del inmediato futuro... de haberlo.

—Les aclararía, eso sí, ¡ni más faltaba!: que solo sería un encargo voluntario, no un pacto ni mucho menos un contrato obligatorio. Por tal razón, de no ser posible, de antemano les diría que los entendería y que dar razones al respecto ninguno a nadie tendría.

Presentía, ¿por qué?, lo desconocía, que su callada despedida final inexorable ocurriría sin previo aviso ante el paso implacable de los días. Era consciente de estar en las postrimerías del tercer tercio de su vida.

Para estos encargos finales, tal vez, si a bien tenían y se lo decían, les compartiría algunos títulos de sus obras terminadas y sin difundir que pocos de su existencia conocían.

—Sí, tal vez, algún día cosas de estas a mis amigos de letras en un escrito les dejaría —pensaba que, quizá, no solo a ellos, esto humana curiosidad o piquiña les causaría—. De pronto, aquellos que alguna vez con mis garabatos se tropezaron, de saberlo, literario interés les despertaría... A unos y otros tal deferencia que conmigo tuvieron en ese escrito también les agradecería.    

Al respecto, solía pensar en la editora emprendedora de Carolina del Norte, en la galardonada escritora y presidenta de Pukiyari (su descubridora), en el Capitán Pirata de los universos de colores, en la gentil fundadora de Art D’Riu, en la influyente directora andaluz, en la dama galante de la Revista Guka... y en tantas otras personalidades y amistades a distancia que ahora tenía, casi todas relacionadas con temas literarios y medios culturales en los cuales de vez en cuando algo de él aparecía, decían o por su causa hacían.

—¡Tal vez!, ¡quizá!, alguno de ellos, en por lo menos una de estas briznas mías, es posible que se interese, le sirva, difunda, escale... ¡algún día!

Pero ¿si estaba equivocado y su escritura nada de mérito tenía o a nadie le importara por aquello de las astringentes leyes del mercado o los inconfesos sentimientos encontrados?, probable, también, lo tenía preparado:

—Lo asumiría, como hasta ahora: tranquilo y resignado. Entonces, llegado el día, a la voluminosa biblioteca de la escuela anónima en la eternidad de los olvidos, aquellos rasguños míos, con sus involuntarios descuidos, feliz me llevaría y por allá los donaría... mientras pude así lo hice durante el postrer tercio de mi vida.

Wilson Rogelio Enciso

31-07-2022

Relato disponible en Revista Latina NC

jueves, 30 de junio de 2022

Promesa a Río Bravo

 

Mensaje a los estudiantes de la Escuela Secundaria Técnica No.10,

Río Bravo, Tamaulipas, México,

con motivo del conversatorio durante la donación de novelas

para su biblioteca.



Que, ¿por qué mis nervios? Esta ocasión es para mí la antesala de la gala para la entrega del mejor de los galardones que amo y más valoro: ser leído por ustedes, jóvenes, quienes constituyen la principal razón por la cual escribo.

Discúlpenme si hablo primero de mí, ya encajarán el motivo. Provengo de un pueblito de ensueño ubicado en el centro de Colombia. Villorrio enmarcado y custodiado por un cerro mítico en forma de triángulo, desde donde se divisa el correr serpenteante y mágico del río de la patria. Este, tan similar al que corre bajo el puente internacional, allá a unos cuantos metros de donde ustedes están. Uno y otro son portentosos afluentes del Atlántico, cada cual cargando al lomo de su apresurado ímpetu parte de la historia de nuestras naciones, más que hermanas, socioculturalmente siamesas.

Estudié mis primeros años en un establecimiento algo parecido a este. En ese entonces llevaba el bucólico nombre de: Escuela Municipal Urbana de Varones San Agustín. Con el paso de los años y la reforma escolar se lo cambiaron para acuñarle el del fundador del municipio. Entonces, quedó como Institución Educativa Departamental Fray José Ledo.

Muchachos, además de su música, siento que nos une un sinfín de cosas, que intentaré plasmar en letras. Por ejemplo, que hay leyendas como la de los túneles de La Casa Amarilla, La Sauteña, amén de los espíritus de algunos intrépidos que intentaron cruzar el cauce del río en noches de luna llena, al compás distónico de aullidos lastimeros de coyotes escondidos en lontananza. De todo lo valioso resaltaré al más caro de los tesoros que ulula por doquiera… ese que atrapa y encanta a cuanto forastero, sensible o no, asome sus narices por esa llanura fértil y pletórica de contrastes, como haberlos, también, en mi Chaguaní del alma, donde nací.

Son incontables los baluartes que, por doquiera, con gritos de silencio eterno cuentan la historia, ¡la real!, de este icónico y norteño municipio tamaulipeco, a la vez que anuncian un futuro en imparable y apresurada construcción. Describiré y difundiré de manera breve, en líneas generales, al más grato y caro de sus tesoros, chamacos.

Me refiero a los simpares moradores, cuyo gentilicio se ajusta como botón a sayo: ¡riobravenses! Gente aguerrida y de una casta que lleva en sus genes el ímpetu del ‘Conde Sauto’: don Antonio Urízar. Por lo tanto, con ese halo en sus miradas de canela profundo, que un lector de historias, como lo debe ser todo escritor, encontrará, en cada una de estas, insumos suficientes para tejer infinidad de narraciones mágicas... Narrativa que ha de tener al personaje y protagonista universal de estos convulsos tiempos a nivel global: el habitante subcontinental. Personaje universal, no solo el de este municipio, antaño llamado Colombres, con la huella indeleble en su bronceada cara dejada por la contagiosa, incurable y cada vez más globalizada nostalgia social que apesadumbra al mundo.

Personaje universal de novela social que a diario por sus lares discurre, cuando no es por Cuauhtémoc, o por la Graciano Sánchez, es por la 5 de Mayo, la 27 de Febrero, la Mariano Abasolo, por el parque acuático La Garrapata... en fin, por donde quiera, haciéndose parte indeleble del paisaje municipal, de la geografía humana, tan del norte de Tamaulipas, como lo son, asimismo, la pegajosa zafra y esos exquisitos tamales de venado con salsa de chile serrano... ¡que qué delicia!

Pero, nada de lo anterior alimenta tanto el alma, ni agita la pluma, ¡y de qué gratificante manera!, como acaece al ingresar y sumergirse en la mar agitada de una escuela, como esta, la de ustedes, muchachos. Aquí, al igual que en toda institución educativa, la vida crepita y el corazón del foráneo palpita desbocado al respirar y untarse de la vitalidad y donaire de sus estudiantes, quienes constituyen el mayor de los tesoros municipales, del país y del mundo.

Que todos lo sepan, ¡que lo saben!, pero casi siempre, por esos egocentrismos que gobiernan la sinrazón de algunos mayores, esto se deja en la rancia gaveta de los peligrosos olvidos sociales. Cada uno de estos volantones en palpitante edad de formación y aprendizaje, con inmensas potencialidades emparejadas con sueños y esperanzas apostilladas en sus corazones, constituye un caudal incalculable para las siguientes generaciones humanas, ¡de haberlas!, si es que acaso lo permite la ambición desmedida de los mega poderes que a puño mal gobiernan el mundo. Esta muchachada es del presente el aval para el futuro, con mayor razón lo será si desde ahora hace de la lectura sana, y de por vida, su mejor costumbre inspiradora.

Alumnos que por su rol de aprendices del saber y del quehacer universales son delicado erario. Tesoro público que los mayores de este, y de todos los pueblos, en especial sus familiares, docentes, autoridades y ciudadanos, han de saber regar a diario, han de cuidar y orientar hacia su buen y sano florecer; hacia ese merecido y equitativo nuevo amanecer: ¡su futuro! El de ellos, que solo es de y para ellos. Puesto que sus mayores, por la razón que sea, suelen caminar lentos y trémulos hacia El frío del olvido, Con derrotero incierto, muchos de estos Enfermos del alma, como Marco Aurelio Mancipe y su iluminada muerte, tal vez por amar en silencio, esperando partir de igual forma, evocando el zumo del Matarratón, cuyas hojas verdes, para ahuyentar zancudos, queman al atardecer de los venados en El valle de las apariciones, fantasmal mundo en el que se vive ahora... ¡y quién sabe hasta cuándo!    

Te prometo, Río Bravo, Tamaulipas, México, que le contaré a cuantos estén a mi alcance... y a un poquito más, así tenga que gastar mis restos, del gran tesoro que descubrí en tus calles, y en especial en las aulas de la Escuela Secundaria Técnica No. 10, donde dejo para su biblioteca escolar dos de mis obras.

Con esto solo pretendo, además de ser leído, que es por lo que escribo, apalancar la formación académica y literaria de estos chamacos, amén de afianzar su capacidad de soñar y viajar leyendo hasta lugares que, de otra manera, quizá nunca pudiesen siquiera llegarse a imaginar.

Muchachos, me tope donde me tope, siempre estaré a su alcance, a un clic de distancia. Búsquenme, ahí estaré.

Mis agradecimientos especiales por hacer esto posible, amén de su colaboración prestada, para:

los directivos y docentes de la Escuela Técnica No. 10 de Río Bravo, México,

la licenciada Edith Hernández Villanueva de la Red Internacional de Autores por el Arte y la Educación

y el escritor, periodista y columnista internacional José Luis Ortiz, de España.

Disponible, también, en Revista Latina NC