jueves, 1 de mayo de 2025

¡Dejen quieto el mapa, señores!

 

Una vez más la ambición desaforada, ¡sin fondo!, de unos pocos que lo tienen todo, sin que ni siquiera el todo les sea suficiente, desarropa una de las tres mayores ferocidades humanas: su proclividad marginal individual autodestructiva. Propensión contradictoriamente dañina que pernocta en las catatumbas cerebrales del, al parecer, único ser con intelecto, expresión oral, sentimientos y capacidad de imaginación en el universo conocido, o al menos en la Tierra.

Propensión morbosa acentuada y puesta en evidencia y sin miramiento alguno ni control posible, al parecer, más en unos pocos integrantes de la artera minoría global aplastante. Casualmente, estos, con casi la totalidad de sus necesidades físicas (no las espirituales) resueltas y mucho más, incluido el exceso, no solo para ellos, desde luego, hasta para sus próximas diez o más generaciones… ¡de haberlas!

¡Egocentrismo en la máxima y peor de sus expresiones!

Algunos de estos poderosos intocables lejos están de la conmiseración, por lo que poco y nada la practican ni les interesa. Por el contrario, se envanecen y celebran que se sepa y difunda en redes (deletérea telaraña universal) que padecen de esa enfermiza sensación de lastimar, causarles daño y supeditar a sus caprichos a sus semejantes y a todo aquello que se les antoje, les caiga mal o sean contrarios a sus sórdidos como insondables intereses megalómanos. Incluso, se refocilan al causárselo, autoflagelándose, cuando el asco y la autosuficiencia les inficiona su ‘lógica’ y orienta su trastabillado andar, petulante actuar y balbuceado justificar. Conducta execrable cuando se juntan o asocian con pares de igual o peor calaña y frondío poder para apresurar o asegurar el inicuo propósito y causarle mayor devastación social y ambiental a la digitalmente atembada humanidad de estas incipientes décadas del incierto como desaforado siglo XXI.

Manguala siniestra a la vista, evidente con la sórdida como hedionda repartición planetaria que algunos de estos señores tan poderosos como contradictorios en apariencia vienen pactando para apañarse por completo del granito azul del universo que tenemos en préstamo; sin importarles que en la contienda bélica en ciernes, acompasada con la apestosa comercial en curso, por ellos anunciadas y patrocinadas con inimaginables arsenales de destrucción masiva y mercaderías en general, no solo despedacen para siempre los mercados y a sus cada vez más famélicos y engrupidos compulsivos compradores, sino al hábitat donde unos y otros conviven y que necesitan para seguirlo haciendo.

A lo largo de la fatídica historia humana la mezquindad rapaz de personajes como algunos de los actuales poderosos intocables se ha puesto de manifiesto con consecuencias nauseabundas que, precisamente, la historia registra como holocaustos, crisis y hambrunas desastrosas: ¡hecatombes sociales! Historia que, aunque es contada y oficializada casi siempre por los ganadores y beneficiados del desastre, ajustándola a sus frondíos intereses y conveniencias inescrupulosas, no por ello deja de ser horrenda e injustificable, razón por la cual debiera servir de ejemplo triste para evitar repetir o intentar emular.

Los actuales generales transnacionales de la muerte en masa y patrocinadores de la agobiante desigualdad, so pretexto del bienestar general y la salvaguarda planetaria, la que plantean lograr mediante aranceles lesivos, bloqueos comerciales, amañados pactos de apoyo, respaldo y colaboración bilateral forzada, a la vez que exhiben sus abominables arsenales esparcidos por tierra, mar, aire y donde quiera sea para forzar la aceptación de sus voluntades y poderíos, tal parece que están dispuestos a repetir una y otra vez, no solo aquellas masacres y hambrunas generalizadas entre sus congéneres, también, sabiéndolo, pretenden arrasar con cuanto ser o cosa sea menester y haya sobre la faz de la Tierra. Calamidad mundial en la que están empeñados, ¡enceguecidos!, a sabiendas del cataclismo en ciernes. Tal parece que solo les importa saciar esa espeluznante sed que les corroe el alma y les obnubila el seso.

Incluso, unos y otros apuestan y construyen claustrofóbicos tubos alargados para instar irse a vivir adonde, precisamente, ¡vida no hay!, habría que ‘fabricarla’; la cual, pese a toda la tecnología, ingenio y riqueza que en ello se invierta, difícilmente tendría la simplicidad esplendorosa que hasta el momento conocemos y que aquí disfrutamos con tan solo abrir los ojos, aguzar los toyos, permitir su roce, así como saborear y oler su impalpable y mágica existencia elemental.

A esos poderosos personajes se les debe, ¡sí!, reconocer su capacidad y empuje por lograr tantas cosas y amasar fortunas colosales. Lo deberían seguir haciendo en pro de su satisfacción y de las fuentes de empleo y atomizadas oportunidades que con ello han creado por doquiera sea. Señores, ustedes tienen talento y capacidades para mejorar y engrandecer este mundo y su actual sistema económico regido por el capital y la mercancía… como lo han venido haciendo. Pueden y tienen potencial para lograr más y mejores beneficios para la humanidad en particular, así como para el planeta y la vida en general. Esta, tal y como la conocemos todavía, no tiene precio ni reemplazo. Entonces, de verdad, que pretender repartirse el globo: militar y comercialmente, en una triada geoestratégica, es, además de una odisea innecesaria, prender la mecha del irreversible caos mundial; esta vez, seguramente, con un desenlace que, tal vez, ni siquiera ustedes mismos sepan cuáles serían sus fétidos resultados, ni quieran o puedan afrontar sus insondables consecuencias.

¡Dejen quieto el mapa, señores!

Mejor, por favor, con tanto poder y recursos que han atesorado, generen más oportunidades para la mayoría. Patrocinen o al menos permitan que cada persona, donde quiera sea que se tope, en lo que quiera sea que crea o piense y cualquiera sea su color de piel u ojos, pueda satisfacer en paz y con dignidad sus necesidades, ¡al menos las básicas! De paso, ustedes aumentarían, aún más, sus respectivas alcancías. Lo harían ayudando, construyendo, sin destrucción ni daños colaterales.

¿Para qué la guerra si al final hasta el ganador algo en esta pierde, al menos la profunda paz de su conciencia? Tengan presente que el remordimiento es al hombre como la contaminación al mar: daña por dentro, desde lo profundo. Cuando aparece en la superficie…  ya es tarde y no hay cura alguna para contrarrestar el mal.

Mejor, permitan o impulsen para que cada pueblo, dentro de sus fronteras, se autodetermine según sus concepciones e intereses propios. Señores, sus productos, sus mercancías y empleos generados, mientras sean benignos y bien intencionados, aquí y allá seguirán siendo bien recibidos, comprados y consumidos. Dejen que el mercado y las reglas de la oferta sana y la demanda básica rijan, faciliten y hagan viable el intercambio para la satisfacción de las necesidades de la gente... ¡del común de la gente!, ¡de toda la gente!

Seguramente que, con lo que cuesta un misil de perverso alcance, o un tubo alargado de esos para viajar al espacio, o los artefactos inteligentes de la actual guerra por aire, mar y tierra, bien podría resolverse gran parte de las necesidades elementales insatisfechas de un montón de gente por ahí, por doquiera sea.

Trazar e imponer nuevas fronteras, con filudas y electrificadas serpentinas egocéntricas, además de ignominioso es peligroso.

¡Ustedes lo saben!

Es un error histórico, amén de amenaza letal, pensar en mercados aislados y excluyentes, así sea al interior de, por ejemplo, las tres mega plataformas continentales como las que se vislumbran: La de la Gran América, de Alaska a la Patagonia, incluyendo sus cuotas partes europea y africana; la del Asia esteparia con pellizcos de la Europa que añoran y su respectivo cuñete africano; y la de la expandida Asia indo pacífica con una facción de la vieja Europa y sus puntas de lanza ‘normandas’ en el resto del mundo, incluidas en las otras dos.

Señores, esta nueva escisión planetaria lejos está de frenar la ambición de algunos pocos de quererlo tener todo y más, y de ser los mases sobre los demás mandamases, así en sus madrigueras recién hayan acordado lo contrario para repartirse en tres la tarta. Tampoco resarcirá la precariedad de los sin nada o casi nada de seguir con tal asfixia y angustia por lo que ustedes hagan o decidan hoy, mañana o trasmañana. Estos (las desbordadas mayorías globales y actuales) están dispuestos a migraciones impresionantes y luchas carniceras reivindicatorias donde quiera sea que lleguen, estén o sean llevados, mientras les gruñan de hambre sus tripas y las de los suyos; peor, si saben que pueden ser objeto predeterminado de los misiles ‘inteligentes’ de quienes quieren su desaparición o sometimiento a juro, con o sin motivo alguno.

El hambre masiva, siendo esta la segunda ferocidad humana y arma letal y única de los sin nada o casi nada, es una apestosa ojiva, tan embrutecedora e incontrolable como las apestosas biológicas que de vez en cuando los generales de la muerte, a orden de sus mandamases, dejan escapar de sus laboratorios de guerra.

La hambruna hace que el individuo se crea capaz de arrasarlo todo a costa de su propia vida y la de los suyos. Por lo que, por instinto vengativo destructivo, tercera ferocidad humana escondida pero latente, lo primero que hará, lo cuenta también la amañada historia, será derribar los muros que sean necesarios hasta penetrar los refugios blindados de los orondos poderosos, donde quiera sea que se guarezcan o agazapen, así estén protegidos por ejércitos, hasta ese momento leales… a la paga (la que nunca es suficiente), no a los ideales, causas y ambiciones de sus respectivos patrones, ‘reyezuelos’ y amos del momento.

Estos apertrechados y entrenados alfiles asalariados son, también, seres humanos presos de las tres ferocidades aquellas. Por lo tanto, ante la oportunidad de echarse al bolsillo algunos reales extras y hasta de arañar uno que otro escaño social o institucional, amén del desquite refundido contra sus impotables amos, no dudarán en agarrarlos y arrastrarlos hasta la Bastilla y postrarlos en la guillotina, sin que les importe (¡qué les va a importar si hasta ese momento no han tenido más que su precariedad, inquina y voracidad amordazadas!) que en tal debacle todo se vaya al traste, o se mejore, o se empeore, o hasta mueran muchos o todos en la incierta zarabanda reivindicatoria. En el fondo de sus maltratadas almas… no les importa ni tienen claro si ganarán o perderán. Solo dirán: “¡Pa’ las que sea!”

Cuando llegue el momento de la efervescencia global, la adrenalina social, mezclada con hambres y rencores, más que guardados: ¡enfuertados!, hará las veces de combustible incontrolable. Este por doquiera se esparcirá y hará arder, no solo las covachas de aquellos, también, las onerosas soluciones de interés social y las minúsculas celdas habitacionales financiadas a insolutos saldos de la media poblacional. Entonces, hinchará los corazones y estómagos de la desbordada mayoría mundial, cansada de la afilada geoestrategia controlada desde tres o cuatro fortines ubicados en algún lugar de América, Europa y Asia, siempre en función de los pocos de siempre.

Si la primera ferocidad humana pernocta en las catatumbas cerebrales de cada individuo, la segunda lo hace en su ulcerado estómago, que, al mezclarse con la tercera y otras tantas, impregnadas en cada una de sus susceptibles y canceradas vísceras, exacerbarán las ojivas comportamentales de la devastación de todo a su alrededor. Así las cosas, algunas de las refundidas y engavetadas contradicciones del actual sistema económico y sociocultural podrían reeditarse y ponerse de moda o dar paso a uno nuevo, desconocido, incierto... con pronóstico reservado.

Ustedes lo saben, lo han estudiado o al menos algunos de sus doctos asesores de nómina les habrán comunicado o enseñado que en cuanto a conmiseración y convivencia inteligente (léase equilibrada) es poco lo ganado el haber pasado del salvajismo primitivo al esclavismo, de este al retrógrado feudalismo que mudó hacia el novel capitalismo en el que estamos atrapados. Regímenes todos, en esencia similares en cuanto a sus formas de producción y escabrosas relaciones sociales, no en las nomenclaturas usadas en cada uno. En uno y otro hay dolorosas semejanzas en cuanto a tenencia, poder, comportamientos y sometimientos desequilibrados. Por lo tanto, al entuerto actual, pese a todo, si no es para mejorarlo, sería mejor no hurgarle las verijas al oso, así ahora parezca estar dormido y ser inofensivo.

Por esto y mucho más, si no es para salvaguardar el medio ambiente y optimizarle la vida a cada persona, doquiera sea que viva, piense en lo que piense, crea y pertenezca a la raza que sea, mejor, por favor, ¡dejen quieto el mapa, señores!  


martes, 1 de abril de 2025

Gobierno del cambio desde la tribuna de gorriones

 

Un nuevo amanecer...

Mi preferencia por el equipo albirrojo se dio por variables casuales y ambiguas circunstancias sociales propias de aquel entonces. Corría el amanecer de los años setenta y recién había llegado de mi pueblo del alma en calidad de desplazado social. Entiéndase esta expresión como la visión que mi madre tuvo en cuenta para evitarnos que nosotros, sus hijos, siguiésemos las sendas que ella y la abuela enfrentaron, con carencias y dificultades socioeconómicas por doquiera; amén del riesgo de que, al llegar a volantones, de pronto las huestes de los chusmeros o de otros incipientes grupos armados irregulares nos echasen el ojo, llevasen a la fuerza y pusiesen al servicio de la revolución que le pondría fin a todas las problemáticas del país, como proponían, justificaban y por doquiera decían a grito de metralla, machete y fusil. Cruel como impelido destino que a tantos les tocó. Muchos murieron de viejos en la manigua o entre el morichal. Otros a cualquier edad abatidos serían por la artillería o los bombarderos de las fuerzas del orden y la libertad. De la mayoría de estos nunca se supo su suerte, paradero ni lugar de sepultura, si es que ya se fueron para el otro toldo, probable, muy probable.

Al arribar a la ciudad capital nos guarecimos en la casa de una tía quien estuvo dispuesta a darnos abrigo, por algún tiempo, mientras mamá se ubicaba laboralmente. El mundial del 70 estaba por comenzar y una multinacional comercializadora de electrodomésticos pasó por el barrio dejando televisores que, precisamente, unas semanas antes de iniciarse el certamen fue a recogerlos de las casas donde no quisieron o tuvieron para comprarlos. Por doquiera se hablaba de futbol, desde luego, del gran Pelé, quien, a la postre les daría el tricampeonato a los brasileños, arrebatándoles la victoria a los italianos.

Desde entonces, sin ser el futbol la mayor de mis pasiones me entró un gusto discreto y una atracción disimulada, como hasta ahora, por ese deporte. Más, cuando, tanto el odioso de mi primo, el hijo de mi tía y dueña de casa, y ella misma, eran hinchas furibundos del encopetado equipo albiazul, el rival local del albirrojo. A este equipo, en callada admiración, tanto mi abuela como mi madre, «¡De estirpe liberal!», solían asegurar, ya no tano al llegar a la caótica y fría ciudad capital, me insinuaron sin decirlo, para no entrar en contradicción con mi tía y mi primo, evitaban un inesperado desalojo, que ellas preferían a este equipo: «¡El rojo! ¡El otro nos recuerda a los godos que tanto daño nos hicieron en el pueblo!» Tal vez por esto me incliné por el que me insinuaron mamá y mi abuela.

Onceno al cual quería ir a ver al estadio. Sin embargo, como la boleta más barata era cara e inalcanzable para nosotros, además de quedar lejos donde jugaban, al norte, en la cincuentaisiete, algún día el odioso de mi primo me dijo:

—Si quiere ver jugar a esas ‘rangas’ madrugue y haga cola para que lo dejen entrar a la tribuna de gorriones donde van los niños pobres de la ciudad… por no decir ‘gamines’.

Tiempo después encontré que la alcaldía de la capital en 1951 expidió un decreto, el 523, donde, precisamente, en su artículo 5, establecía que las tribunas 4 y 5, norte bajas o inferiores, tenían esa jurídica destinación, ‘para niños pobres’.

Al siguiente domingo de haber sabido tal posibilidad jugaban los rojos. Muy temprano le dije a mamá que me iba para el estadio. Lo hice a píe. Por el camino, cuando la NQS solo era la Treinta, antes de llegar me compré un almuerzo colombo-francés, adicionado con proteína veleña (un bocadillo). Me gasté en este piscolabis casi la totalidad de los centavos que me dio mamá.

Aquellas tribunas eran, en efecto, gratuitas y había que hacer cola desde temprano. El cupo era reducido y, sí, los que la hacíamos éramos ‘niños pobres’. Sin embargo, y pese a la poca visibilidad desde aquellas graderías, sobre todo de lo que pasaba de la mitad del campo hacia el sur, desde entonces casi nunca me perdía partido que jugara el Expreso Rojo. Desde ahí puede ver y gozar de las atajadas de Ovejero, las destrezas del Maestrico Cañón, las zancadas goleadoras de Campaz, Ernesto Díaz, Šekularac, Pandolfi y otros tantos, así como las proezas del 70 y el 75, año cuando dejé de ir al estadio por temas de edad y la rebuscada del sustento.

Pese a la ubicación marginal de aquellas dos graderías, la 4 y la 5, las de ‘los gorriones’, ‘las de los niños pobres’, como reza en aquel decreto de la alcaldía, allá disfruté momentos apasionantes de este deporte, amén de adictivo ¡embriagante! También, algo, no solo de futbol, allá aprendí y me contagié, así fuese de soslayo. En esas graderías ‘inferiores’ me entró la gana de estudiar una carrera profesional, investigar y escribir para tratar de entender las talanqueras que dividen a la humanidad y alimentan la desigualdad; no tanto para encontrarle solución, aunque para entonces ignoraba la inexistencia de cura para ese mal social universal, sino para, al menos, algún día plasmarlo y dejárselo de reflexión a las siguientes generaciones.

Me acostumbré a observar, no solo el devenir del mundo y las jugadas de las personas, públicas y privadas al alcance de mi mirada escrutadora, también, las de los gobiernos y sus manejadores, de ayer y de hoy. Lo hice amojonado en las graderías inferiores del estadio de la vida. Desde entonces lo sigo haciendo de soslayada manera. Siempre me ubico en la tribuna para ‘niños pobres’, la de gorriones. Así las jugadas y los goles que hagan unos y otros del medio campo para allá me los tenga que imaginar a partir de la gritería, gestos y ademanes corporales de la alebrestada fanaticada apostada en cualquiera de las otras locaciones preferenciales con mejor y completa visión del campo de juego… y más caras. Lenguaje comportamental que suele ser más diciente que las palabras y acciones de los personajes en el tinglado político, social, económico, mediático y, en general, en cualquier parte sea donde estos actúen a la siga de sus tapados, comprados o mandados intereses, casi siempre; los de ayer, los de hoy, los de mañana.

Se estarán preguntando, con justa razón al acercarnos a las tres cuartillas, ¿qué tiene que ver esto del equipo de mis preferencias juveniles, el estadio de la cincuentaisiete y su tribuna de gorriones con los gobiernos, en especial, con lo del actual, el del cambio y primero con semántica nominación antagónica a todos los anteriores durante estos doscientos y tantos años de gobernanzas encaminadas y desequilibradas?

Comencemos por lo de las tres cuartillas, parangón con los casi tres años que el antagónico de turno lleva en el poder… por así decirlo.

Al parecer, el actual gobierno, pese a sus esfuerzos, al menos semánticos y de unas que otras rabietas televisadas, de querer administrar de la mejor manera la cosa pública y resolver algunos de los peores flagelos que a diario se juegan a muerte en el tinglado patrio, por la antípoda posición ortodoxa, explosiva terquedad, ambigua ubicación en el ajedrez político nacional y tangencial concepción ideológica de su adalid, amén de la sistemática obstrucción que sus poderosos opositores ‘naturales’ le han colocado y le seguirán colocando del medio campo para allá y que se espera le seguirán haciendo, incluso tras el pitazo final, de aquel promisorio paquete de iniciativas que presentó en su ardorosa campaña solo unas pocas las pudo, le dejaron o quiso ejecutar con juicio. Lo hizo cuando aún jugaba a este lado de la chancha, durante el primer tiempo del partido.

Sin embargo, la mayoría de las medidas, sobre todo las de índole social, que es donde más aprieta la chancleta de huequitos, gobernanzas con las cuales conjuraría la mayoría de los peores como lastimeros entuertos nacionales, de los cuales una afilada minoría desde siempre se ha beneficiado al detal y al por mayor y todo parece que lo seguirá haciendo, al actual señor presidente le tocó jugarlas… o acordó intentar sacarlas transcurrido el primer tiempo del partido y adentro de camerinos. Se intuye o colige a partir de su postura corporal ladeada y desganada, entre otros síntomas y mensajes comportamentales y corporales similares, aclaro: oblicuamente visto desde la limitada gradería de los gorriones, que lo hizo adrede, que dejó tal cual, ante el embeleco de un golpe de estado, que frenó unas, que ajustó aquellas o negoció otras para instar sacarlas a ver si algo consigue o le dejan hacer, en mínima parte, durante la lánguida postrimería de su mandato.

Lo que ahora está haciendo, de la mitad de la cancha para allá, hacia el sur del estadio patrio, pareciese estar condenado al frío del olvido, junto con la fuerza enclenque de su gobierno que hipa en el poniente. Lo intenta hacer a la hora del sol de los venados, que es cuando los nuevos cérvidos se aprestan para el siguiente periodo de apareamiento: las borrascosas elecciones. Estas, entre más pólvora, terror, miedo, incertidumbre y muerte (de gorriones, de gente pobre) haya en vísperas, más sufragios, de los dos tipos, conseguirán algunos, por lo general, los de siempre, los que ofrecen puño fuerte y alma abierta… escondiendo sus bolsillos sin fondo y apetitos insaciables nauseabundos.

El señor presidente decidió, le tocó o sabía que le tocaba hacerlo así y de la mitad de la cancha para allá, desde donde, precisamente, ‘los niños pobres’, los ubicados en la gradería de los gorriones no alcanzan a otear con precisión qué pasa, por lo que presto pierden interés u olvidan lo prometido ante los incumplimientos consuetudinarios. Entonces, los gorriones solo se enterarán de lo que pasó cuando lo sientan en carne viva o lo lean y asimilen en la gritería y ademanes eufóricos de quienes ¡sí! tuvieron cómo comprar las boletas de las graderías de preferencia, desde donde se domina por completo y durante todo el partido el campo de juego y a sus jugadores, árbitros y locutores… la mayoría parcializados, de sus respectivas nóminas, fieles a la paga.

Desde las graderías inferiores de las tribunas 4 y 5 del estadio de mi vida fue poco lo que alcancé a ver con nitidez o entender lo que hizo o le dejaron hacer al actual gobierno. Tampoco parece claro lo que al parecer fincará en lo que resta del partido. Muy buenas intenciones se vislumbraron al comienzo, cuando lo jugó a este lado de la cancha, cerca de la tribuna de ‘los niños pobres’ y antes de que, incluso, algunos de su equipo, fuego ‘amigo’, le hicieran zancadilla, negocillos amañados o arreglos solapados, de pronto a sus espaldas y en contubernio con los tartufos de siempre: los señores poderosos y reyes de la corruptocracia que se arropan con la maltrecha manta de la democracia.

Es probable que la actual administración nacional deje por ahí una que otra norma, como aquel decreto capitalino del 51, en donde en algún articulillo les concedan a los ‘niños pobres’ del país, a los gorriones, cada vez más por doquiera, uno que otro beneficio ‘esgalamido’, siempre y cuando estén dispuestos a madrugar, hacer cola y ocupar alguna de las graderías de la tribuna baja norte del estadio de la patria… al menos hasta cuando, muy probable, llegue otra encopetada ‘administración’ y la arrase con órdenes ejecutivas en contrario, como las de siempre.

Los frutos de esa rasguñada gestión durante ese primer tercio gubernamental, más lo que logre cuajar durante el cuarto que resta, espero poderlos disfrutar algún día con el común de mis connacionales, gorriones y no gorriones. Ojalá pronto nos podamos subir a esos trenes del progreso que, si los de siempre lo permiten, comenzarían a surcar la compleja geografía nacional en pro del desarrollo y las oportunidades esquivas que tanto necesita y se merece este atembado país para poder volver a gritar con emoción juvenil algún ¡gol!, pero a favor de la patria, así sea desde las tribunas para niños pobres.

El país espera y necesita, señor presidente, que, así sea en las postrimerías del partido, usted logre o le dejen incluir algún articulillo para beneficio de los gorriones, no solo para poder disfrutar del juego completo, también, de un nuevo amanecer sin esos nubarrones agoreros que insisten en perpetuar los dos más infames entuertos nacionales: ¡La inequidad social y la monstruosa corruptocracia que galopan sin brida al lomo del cíclope de la infamia, ahincada por la desbordada ambición de los de siempre!


lunes, 3 de marzo de 2025

La brisa del este

 

Sentado en la banca del parque, como lo hizo a su lado al ennoviarse y hasta ir envejeciendo, Misael Mauricio miraba por sobre unos árboles. Parecía conversar con alguien a quien, cual, si estuviera a su lado, le acariciaba la mano.

—Si hoy partiera, como tal parece por el avance inexorable de la ponzoña en mis pulmones, ¿qué sería de ti, mi vieja linda?

—¡Tú lo sabes!, ¿acaso dudas o temes algo?

—Nunca quisimos tratar este tema, ni dejar arregladas las cosas, pese a tantos casos que conocimos y criticamos por los disparates que hicieron, cuando no fue el viudo fue la viuda, con procederes ilógicos al quedar algo de patrimonio.

—Cuando el lío no fue entre hijos, nietos y demás parentela por la repartición, la furrusca la propiciaron los propios cacrecos con amores falaces que se les aparecieron por ahí... ¡todos al agüeite de lo que dejó el difunto!

—Pasiones insanas que tan pronto los querellantes fraternos o los mozos zalameros se hicieron con lo suyo —la interrumpió amoroso—, terminaron por corroerles la salud que les quedaba, y sin un centavo para pagarle al matasanos, menos a la enfermera para que les asee la cola. Por eso, Luz Adriana, antes de casarnos te prometí aquí mismo que nos iríamos juntos... ¡al tiempo!

Una rama de un árbol

El contenido generado por IA puede ser incorrecto.

Una brisa suave del este, color magenta, recogió de la banca de aquel parque la silueta de Misael Mauricio y la retornó a la UCI, en donde la congestión con pacientes era dramáticamente evidente; muchos intubados, otros bocabajo, aquellos con escafandras... casi todos en las puertas del olvido, como ahora también lo estaba Luz Adriana, ahí, en la siguiente camilla.

 Relato publicado en Revista Latina NC 27-02-2025