Enjundia nacional
Jóvenes, gracias por estar aquí, por exponer sus puntos y tesis, así como por su disposición a escucharme. Me agrada que algunos traigan ceñida al cuerpo la bandera nacional. Esto me motiva a comenzar diciéndoles que esa insignia sigue y debe seguir siendo nuestro principal símbolo de congregación como país, pese a su significado inicial o razón de ser en aquel tiempo, difusos y en disputa entre los posibles principios que originaron la gesta emancipadora de comienzos del siglo XIX y la admiración romántica de aquel general por la emperatriz de Rusia en ese entonces.
Este pabellón tiene más que ganado nuestro respeto
y nos debe seguir infundiendo, antes que cualquier otro sentimiento: fuerza, unión
y razón de celebración, construcción y empeño, en las buenas y en las malas. Si
lo dejase de ser, ¡carambas!, de verdad que estaríamos en problemas todavía más
serios, no solo de identidad como país, se pondría de manifiesto, ¡más!, nuestra
falta de amor patrio y las falencias en la organización política para
autorregularnos y seguir figurando en el mapamundi como un estado social de
derecho, por ende, libre y soberano.
Sí, juventud, lo reconozco, como lo comentan
algunos allá, los de atrás, porque necio e imposible sería negarlo, que
aquellos principios de igualdad, libertad, respeto por los derechos humanos, acatamiento
del orden republicano y el reconocimiento de la singularidad nacional que
inspiraron a los gestores de la independencia doscientos y tantos años atrás, siguen
vigentes, sin alcanzarse por completo, sin logros verdaderos ni duraderos para
las mayorías. Por el contrario, las causas de los estallidos de entonces, y
otras tantas, siguen campeándose por doquiera, en cada rincón de la patria, así
como en algunos meandros y morichales, quizá con mayor encarnizamiento, como a
más de uno de ustedes le ha tocado soportar en carne propia, además de haber
visto caer a su vera compañeros heridos, muertos o desaparecidos... ¡tanto de
un lado como del otro! Ahora más triste y doloroso porque los causantes del actual
desbarajuste ya no son los chapetones de antaño.
Tampoco hay que pasar por alto que algunos connacionales
hicieron y hacen de la inequidad el mejor de sus negocios, sin importarles, tal
vez, que con ello agigantan y aceleran el deslave de la loma triádica donde
vivimos. Estos en la cima, otros en el piedemonte y un buen número en la sima,
los valles, las llanuras y las selvas; las que se anegan de dolor y sangre cada
vez que arriba en el monte llueve a cántaros, silban los fusiles o el Estado imprime
y esgrime normas que solo favorecen a unos pocos, casi siempre a los de siempre.
¿Qué cómo lo hacen si son tan solo unos
cuantos, mientras que los afectados constituimos mayoría?
Miren, la receta es casi la misma que la de
entonces, la que se gestó durante la Patria Boba y se evidenció y esgrimió en
las dos subsiguientes imitaciones de República, en la fugaz Confederación, en la
Regeneración con la que finalizamos la pesadilla social del siglo XIX, también en
la centuria de la ignominia durante el XX, con mayor negra eficacia la aplicada
durante el advenimiento al desequilibrio en estas tres décadas del XXI.
Etapas de la historia con tristes denominadores
comunes hábilmente manipulados y controlados por las respectivas minorías en su
momento, gestoras-guardianas de la imprecada manda nacional de la inequidad. El
primero es el fraccionamiento atizado e irremediable (irreconciliable) en el
núcleo político imperante en el momento, producto de la ambición desaforada de
los detentores del poder, sin quererlo ni dejarlo compartir con otros que no
sean de los mismos; de ahí el bipartidismo tétrico que luego se difuminó en crepúsculos,
aunque todos procedan de la misma rendija. Luego, y en combinación con este, está
la abrumadora y mantenida ignorancia política (y en todos los ámbitos) de las
masas, sometidas al catecismo y al evangelio como única alternativa de
salvación del alma y justificación de vivir pobre y morir para alcanzar, por
fin, la dicha prometida: una mejor vida. El tercero es el más lesivo, quizá por
el que existen y se promueven los anteriores. Me refiero al sarcoma incurable llamado
¡corrupción!, el mayor de todos los males que afectan a la nación, al Estado,
por ende, al territorio que podría hacerse trizas, como en otras épocas. Recordemos
que cada vez que esto pasa, lo primero que hacen cuando se enfrentan a muerte
los que antes eran connacionales, es diseñar y elaborar, cada cual, su nueva
bandera... ojalá que eso no nos vuelva a suceder, ¡ni ahora ni nunca!
Que, ¿cuál, entonces, es el remedio, si es que
lo hay, para salir del actual atolladero?
Aunque lo expuse de manera tácita y apretada al
comienzo, la alternativa sigue siendo, de al menos dos que hay que emprender, primero
acudir al poder y a la enjundia de nuestra bandera y lo que ella implica, eso
sí, agregándole al potaje medicinal nacional otros brebajes vernáculos.
¿Que sea más claro y explique mejor en qué
consiste la vaina?
¡Claro, joven, así lo hare!
Miren, los colores de la bandera los llevamos
en el corazón. Nos han unido en las buenas y en las malas. Nos han hecho vibrar,
llorar, gritar de emoción y henchir de orgullo en muchas ocasiones; no solo a los
que nos consideramos buenos y jamás hemos roto un plato de la vajilla, al menos
que sepamos o que reconozcamos de dientes para fuera... también, a aquellos que
por cualquier motivo están al otro lado. Al fin y al cabo, somos connacionales,
¡carajo!, si nos lo proponemos podemos encontrar una salida, antes de que nos sigamos
matando unos a otros cuales pendejos.
Sí, sí, les dije que eran al menos dos
alternativas. Permítanme precisar las cosas... ¡gracias!
La primera es rescatar el amor patrio en cada
uno de nosotros y sentir y avivar en el alma nuestra bandera, nuestra identidad,
¡lo que somos! Si no lo hacemos por nuestra cuenta, creen ustedes que los
vecinos o los de más allá: gringos, chinos, rusos... ¿lo van a hacer por
nosotros? ¡Mamola!, como decía aquel pintoresco político subcontinental. Los
chapetones actuales vendrán de muchas partes, no solo con gusto, pero no a
resolvernos la sangrienta pelotera en la que andamos, sino a ver qué queda del
mortango y les pueda servir para llevarse, ojalá al menor costo y preferiblemente
gratis si nos descuidamos, tal y como ha pasado tantas veces.
Entiendo, también, que la protesta, hoy por
hoy, además de ser un mecanismo normativo es, al parecer, como veo que ustedes
lo asumen y esgrimen, la única vía para hacerse notar y reclamar derechos. Eso
está bien, pero esta pierde su esencia cuando aparece el desorden, con mayor
razón ante la destrucción, provenga de donde provenga. Es menester interiorizar
y hacer entender que la solución lejos está de acabar con todo, que todo es
válido, que nada de lo que hay sirve para nada y que nadie es dueño de nada,
cuando lo somos todos.
Foto tomada del periódico El Querendón, Wilson Escobar Gaviria
Por favor, no se alteren, permítanme redondear
la idea... gracias.
Es evidente que la protesta en la calle puede exacerbarle
el ánimo al más tranquilo y aplomado de los manifestantes. Más, todavía, cuando
hay incitación inusitada para subir de nivel y causar desorden, destrozos,
heridos y hasta muertos. En esos momentos pocos lograr dilucidar su origen,
intención y consecuencias colectivas e individuales. Aunque sé que ustedes lo
saben lo tengo que decir: al dañar la infraestructura pública o privada, antes
que ganancia, que de ganancia no produce nada, esto constituye pérdida y por
partida triple, además de la deslegitimación del reclamo y la justificación
para la intervención del Estado a como dé lugar para recuperar el orden y
proteger el bien común.
Por favor... permítanme ilustrar la idea, ¡por
favor!, sé que el tema acalora, pero es necesario decirlo aquí... ¡gracias!
Miren, esos bienes o servicios que algunos destruyen
son más que necesarios y útiles, en particular cuando son públicos; puesto que
lo privado, también siendo necesario y útil, lo asume a costo ingente el particular
afectado. Este, cuando no es que se quiebra injustamente, se lo traslada al
precio de sus bienes o servicios para que todos terminemos sufragando el daño causado
por unos pocos. En cuanto a los públicos, esos están ahí es para satisfacer
necesidades colectivas, más que evidentes ¡sufridas! Fueron posibles gracias a
los impuestos, tasas y contribuciones que nosotros: ustedes, sus padres y
¡todos! alguna vez hicimos y seguiremos haciendo. Al dañarlos o destruirlos esa
necesidad vuelve a sentirse con mayor énfasis, lo que en el balance social se
registra como detrimento. Entonces, como se le va a requerir y hay que
recomponerlos o reconstruirlos, la Administración de turno lo tendrá que hacer,
lo que implica un costo adicional que saldrá del mismo bolsillo popular
mediante un nuevo y mayor gravamen que todos pagaremos de alguna manera, y más
gravoso que antes.
Me atrevería a asegurar que los únicos que se
benefician con la destrucción de la cosa pública son los contratistas, pues ellos
no lo van a hacer o suministrar gratis, o simplemente por amor a la patria. Su
negocio es invertir para obtener dividendos. También, se beneficia con la
destrucción de la cosa pública la enconchada corrupción, por aquello de las
prebendas, coimas y todas esas alimañas que infestan por doquiera el aparato
estatal... Como lo dije, esta, la corrupción, constituye el mayor problema de
la política nacional al que hay que darle caza y erradicarlo, el verdadero
enemigo que hay que combatir hasta exterminarlo, así esté agazapado en las normas...
dígase de presupuesto, contratación, control fiscal o figuras similares que
habrá que depurar cuando ustedes los jóvenes vayan llegando de manera paulatina
y democrática al poder.
Usaré la siguiente expresión para precisar la
estrategia que es menester esgrimir en estos momentos de enjundia nacional: Juventud,
la mejor herramienta de brega social que hay que usar es la inteligencia
política en masa, antes que cualquier otra exposición de fuerza popular, menos
si esta puede llegar a desorden. Ustedes lo saben: las maniobras básicas que
usa el Gobierno para garantizar el orden público frente a las protestas
populares cuando por cualquier circunstancia pasan de pacíficas al desmán son: dividir
o desacreditar las bases del núcleo de la organización alzada en reclamo, la
intervención de la fuerza pública con todo su poder legal a su alcance, así
como el inexorable desgaste y cansancio de los reclamantes al correr el tiempo
sin logros efectivos a la vista. Esto, que recuerde, ha funcionado siempre, sin
que, al final, jóvenes, el problema se erradique. Por el contrario, este se
enquista en la dermis poblacional hasta volverse crónico y supurante. Por lo
anterior, es importante no desfallecer a esta altura del juego político en el
cual han ingresado. Los que están en el Gobierno y sus mandantes eso esperan,
es su última carta: que ustedes desfallezcan ante lo difícil e intrincado de
este juego que ellos saben jugar a largo plazo, porque llevan en estas más de
dos centurias.
Lo afirmo porque lo he vivido al menos desde el
74, así como investigado en los anales de la historia patria desde las primeras
escaramuzas que hubo para asentar la República que hoy de alguna manera vemos
erigida. Obra todavía en construcción y susceptible, desde luego, de recomponer,
terminarla y encaminarla en función del bien común, el de todos, no solo el de
unos pocos. Esto último, gobernar a favor de unos pocos, en síntesis, es la esencia
de la cólera que recorre las ciudades y que atisbo en la mirada del desconsuelo
de todos y cada uno de ustedes, jóvenes... porque sé que también saben que, más
hoy que ayer, a gritos y puñetazos solo se consiguen moretones, lastimaduras y
hasta pérdidas lamentables de lado y lado, amén de profundizar los odios
fraternales insanos que los mismos de siempre, la enconchada minoría, con las
mismas de siempre: “triquiñuelas y jugaditas”, nos han inoculado y convertido
en cultura tropical... la médula del continuo subdesarrollo subcontinental.
Podrían decirme que mi postura es ambigua, que el camino es ahincar la manifestación como hasta ahora, y tal vez con más vehemencia para lograr que la prensa ambidiestra publique otros cuantos titulares amarillistas y el mundo sordomudo al fin se conmueva de la situación. Creo que no es por ahí.
Entonces, volviendo a lo básico, que es la propuesta que les traigo, lo primero que sugiero es rescatar y sentir el amor por la patria. Porque este es el ingrediente principal de la bandeja para el almuerzo a servirle a la mesa a esta sociedad; el adherente social. El segundo, nos guste o no, es el político, la proteína. Tenemos que despertar masivamente ese componente de participación democrática... sobre todo en ustedes, ¡los jóvenes!, quienes aún tienen políticamente el alma limpia y las manos sin chiquero; que las deben mantener así al llegar al poder. De lo contrario, la triste historia se repetiría.
Sí, lo sé. Un gran número de los políticos
actuales, casi la mayoría, hacen parte del problema y las dificultades por las cuales
atravesamos...
Lo entiendo...
¡Por eso!, porque la inmensa mayoría, sobre
todo los jóvenes vía abstención en las urnas y con marcada ausencia en los
escaños públicos, han dejado en las manos de los de siempre esa responsabilidad
fundamental... y estos solo piensan en lo suyo: en apañar y jamás soltar el
poder en todas y en cada una de sus manifestaciones.
Sí, señor, así es, ¡a los viejos!, como lo
masculla allá entre muelas el joven de la bandera al revés. Entonces, la
alternativa viable y más factible es la participación masiva de la juventud al
interior del Estado, ahora que está encabritada. Ustedes, los jóvenes, se
tienen que organizar en colectivos políticos para irse apropiando de cuanto espacio
estatal sea posible. De esa manera irán logrando con paciencia y lógica lo que a
nosotros los viejos nos quedó grande: construir una país equitativo y recíproco
para nosotros mismos, una nación educada, entusiasta, recíproca y echada
pa’lante, sin esos distingos odiosos que fragmentan y enfrentan a las mayorías,
y siempre a favor de unos pocos, los mismos causantes de esta debacle en la que
nos hundimos.
Por favor, piénsenlo con cabeza fría: este es el
camino para consolidar una nación y un estado sin calcos, sin modelos copiados
de ninguna parte, propio, ajustado a sus raíces, recursos y expectativas de su
gente. Un país en el cual quepamos todos, con igualdad de oportunidades para
ser lo que nos nazca ser dentro del orden lógico de la convivencia ciudadana sana,
el respeto por la vida y por el medio ambiente, así como contar con la garantía
y la oportunidad de surgir, de crecer entre nosotros como personas de intelecto,
como esa sociedad civilizada y pujante que decimos ser.
Para lograrlo, reitero: tendrán que, una vez vayan
escalando en la estructura del poder nacional, generar y aplicar las medidas
efectivas para castigar sin tapujos al corrupto como al peor delincuente
social, que lo es al meterse con lo más sagrado de la patria: el erario. Igual
sanción merece el que arremete contra la integridad y la vida de los
connacionales. Para esto es fundamental salvaguardar la división del poder
político nacional y el ejercicio autónomo y cristalino de los entes de
vigilancia y control, rescatándolos del embreado cautiverio presupuestal y
politiquero en el cual están hundidos.
¿Que, cómo hacerlo? Ustedes, jóvenes, los que
demostraron con ahínco este nivel de disgusto social con duras jornadas de protesta
durante esta época histórica, ahora es cuando deben, insisto, organizarse y comenzar
a apersonarse del espacio político nacional. Háganlo pensando en la patria, en
la familia y en el futuro de los suyos. Allá en las urnas deben irle arrebatando
el poder de las manos anquilosadas a esos “viejos” mañosos y aparentemente
enfrentados para descrestar calentanos. Con tretas como esta, el enfrentamiento
entre los cabecillas de uno y otro extremo, y con otros del centro que “ni son
chicha ni limonada”, durante casi doscientos años se han rotado el poder y la
riqueza nacional entre los mismos. Siempre a su favor, solo para ellos,
mientras Juan Pueblo, cuando no está preso de la apatía, embobado con el fútbol
o preñado por la desesperanza que generan la pobreza generalizada, la falta de
oportunidades y la nostalgia social subcontinental, se enfrenta a tientas en la
oscuridad histórica contra sus congéneres. Estos, tan o más pobres que él,
pero, eso sí, todos uchados por aquellos que, de la zarabanda, de las heridas y
las muertes de los vaciados sacan partido, sin importarles que unos y otros, a
la final, marchemos hacia el despeñadero de donde difícil será emprender
retorno o encontrar una salida viable, si es que no se hace algo ahora.
Sí, lo sé. Echar a andar esa alternativa
política no es tarea fácil... como lo refunfuñan y manifiestan entre muelas los
aquí ubicados en la primera línea de este auditorio callejero improvisado. Tampoco
rápida, ni de hoy para mañana, como lo quisiera y necesita el pueblo, sobre
todo ustedes, los jóvenes. Todo implica un proceso social lento y por etapas...
así como disciplina, paciencia e insistencia.
¡Claro!, la primera de estas es en las urnas,
en las elecciones. Hay que cambiar las caras y los apetitos de los candidatos, para
que los próximos no sean los de siempre, sino algunos de los líderes aquí
presentes, así como los de las barricadas a lo largo del país. Pero, eso sí, capaces
de entender la necesidad nacional, de anteponer sus intereses personales y
darlo todo por el gran colectivo social. Luego, y una vez en el Congreso y en
el Ejecutivo, legislando, reglamentando y administrando a favor del
constituyente primario; lo que implica modificar costumbres que se han vuelto
normas y prácticas administrativas perversas e inequitativas, ¡casi todas!
Tanto para la organización de los colectivos, el
proceso electoral y el buen gobierno que se necesita y se esperaría de ustedes,
es preciso desechar las malas artes de los asesores, empresarios y políticos
mañosos de siempre.
Miren, fuera de algunos funcionarios buenos,
¡que existen y trabajan de buena fe y con criterio!, en la sociedad hay un ejército
enorme de profesionales, de tecnócratas, de gente ilustrada, laboriosa y honrada
que casi no se muestra, ni siquiera en elecciones porque saben que ninguna
propuesta de los de siempre es diferente a lo de siempre. Con toda seguridad, sabiéndolos
tamizar y juntar, con ellos lograrán un equipo inmejorable de asesores y
trabajadores oficiales para estas duras lides cuyo objetivo es la función
pública para todos y cada uno de los habitantes de este hermoso y rico país.
Sería inconsciente si nos les dijera que, una
vez con la responsabilidad de gobernar, tienen que estar preparados para
sortear sin desfallecer, ni mucho menos morir en el intento, ante varios hechos
sociales, subcontinentalmente tan nuestros, en especial los correspondientes a ciertos
grupos de connacionales con talantes diferentes, para nada constructivos. Miren,
así ustedes lo hagan bien o mal al acceder al poder, que espero y confío en lo
primero, siempre se toparán con innumerables contradictores, con personas a
disgusto o insatisfechas con las gestas de su administración. A la par, en el duro
camino, y no pocas veces ingrato trajín gubernamental, también hallarán a
quienes tienen por oficio no hacer nada distinto a estar en contra de todo y a
vivir en entropía.
Aunque estos dos grupos son de inmenso cuidado
y requieren la atención oportuna y necesaria para intentar que sus acciones causen
la menor mella en el cascarón social, incluso, de ser posible encarrilarlos y
tornarlos útiles para la sociedad y el Estado, es a las bandas criminales, sea
cual sea su denominación, modo de operar y fuente integral de apoyo que tengan,
a las que, o las someten a como dé lugar, o estas seguirán con su reinado de
terror y muerte a lo largo del país... comenzando por cada uno de ustedes y sus
líderes a quienes declararán objetivo militar, si es que ya no lo han hecho. De
esa manera han actuado en las últimas tristes y ensangrentadas décadas; algunas
de estas organizaciones malandrinas lo hacen, incluso, con el aval soterrado de
autoridades proclives y el de uno que otro oscuro empresario a la siga de
riqueza aún más fácil.
Tampoco faltarán otros personajes singulares
que actuarán cuales palos entre las ruedas. A estos los reconocerán porque
suelen destilar envida, cuando no desconfianza, por todo lo que los demás vayan
logrando. Estos están prestos a desprestigiar al que sea, así como a atacar con
sevicia y mala intención a la institucionalidad del momento, ¡la que sea! Se
trata de gente que padece del síndrome de la propensión marginal por el caos
social y el ¡jódanse todos! Características, estas dos, que a su vez tienen todos
los integrantes de los grupos de connacionales que les he referenciado y que,
sea lo que sea, hay que saber regir y meter en cintura, jóvenes. He ahí uno de
los grandes retos de todo gobernante.
En cualquiera de los casos anteriores recuerden
que hay que ser suave con la persona, ¡pero fuerte y decidido con el problema! Para
lograrlo es menester esgrimir el arma de gobierno fundamental: escuchar a
tiempo hasta el grito de los mudos y resolver lo que sea menester y esté al
alcance de la hacienda patria, comunicándoles a todos y sin tapujos.
Lo anterior implica entender, por ende, actuar
en consecuencia, el concepto prístino de gobierno y su praxis mediante la
función pública. Gobernar es, antes que servirse o lucrarse a expensas de un
país, un acto de servicio transparente y público en función del orden y del
todo y para todos, no en beneficio de algunos pocos, lo que produce y agrava la
nostalgia social en la cual estamos inmersos. Razón por la que hay que quitarle
la miel a las curules...
Lo que les quiero decir, jovencita... y gracias
por solicitarme que lo diga sin metáforas ni símiles; les prometo que trataré
de exponérselos en síntesis masticables y digeribles; es que, una vez
organizados los colectivos sociales para participar en las elecciones, es
menester, antes que nada, saber escoger a los candidatos. Esto requiere
sensatez y apoyo cristalino de los interesados en el cambio, quienes son los
por siempre afectados, como ahora ustedes, los jóvenes. Para esta labor y la
posterior de gobierno reitero lo del colectivo de asesores y buenos funcionarios
del que hablé hace poco. Deben evitar los colados y los infiltrados que
buscarán guindárseles con propuestas tan atractivas como almizcleras, lo que a
la postre pondría rancio el pan, lo haría intragable para cualquiera y volverían
a las calles los malestares de estómago, como ahora.
Los así postulados a cargos públicos deben gozar
de, entre otras tantas, estas cualidades principales: Conocer las necesidades
del conglomerado, no precisamente de oídas o en estadísticas, sino que las hayan
vivido... ¡qué digo vivido: padecido en carne propia! Querer servirle al país
antes que servirse de él, mucho menos lucrase, vanagloriarse ni perpetuarse con
el triunfo electoral, la nómina oficial ni con los contratos. Además, carácter para
reconocer lo que es prioritario y posible hacer, y hacerlo sin demora una vez
electo o nombrado, así como para decir con franqueza y oportunamente lo que no
esté a su alcance ejecutar, por impopular que sea, antes que prometer embustes o
cosas ilusorias para ganarse el favor del elector o cumplirle la orden al jefe
político o al patrón... que de tenerlos deja de ser un candidato o funcionario
bueno y confiable, sobre todo, si tal adalid es uno de los actuales que militan
en los dos extremos, o en el resbaladizo intermedio.
Las campañas de los postulantes a cargos de
elección popular deben blindarse de cualquier apoyo privado, nacional y extranjero,
que implique recompensa o componenda una vez elegidos. La democracia no es una
empresa para invertir a la espera de réditos, que suelen salirle siempre más
que caros a los contribuyentes. El Estado debe garantizar y blindar el proceso electoral,
sin dejarse manosear por ningún particular, sea quien sea, tenga el poder que
tenga.
En cuanto a los candidatos a trabajos oficiales
estos deben ingresar mediante el proceso de selección vía carrera pública, sea
cual sea la rama del poder o el órgano de control o vigilancia estatal. Lo que
implica satisfacer al menos estos, de varios, requisitos esenciales e inherentes
al mérito: formación académica y experticia inherentes para el cargo, así como una
hoja de vida pulcra, sin mancha alguna ni recomendación de ninguna índole. Las nominaciones
de empleados de confianza que llaman de ‘libre nombramiento y remoción’, así
como los recomendados de alguien, constituyen la cuota inicial de la ignominia
oficial y la primera hebra suelta en el costal usado por los corruptos.
Percibo... además de que es evidente, que la
fatiga los apremia tras tantas jornadas de dura resistencia en estas calles, tal
y como lo reflejan sus rostros asoleados, jóvenes. Entonces, para no alargar
este cuento remataré diciéndoles que deben tener en cuenta que esos candidatos
a elegir para que se encarguen del futuro del país, al que hay que recomponer
de la sequía de equidad en la que está postrado, así como los asesores y
empelados de su campaña y gobierno, han de tener claro que el salario que
ganarán tendrá que dejar de ser esa golosina empalagosa que enajena conciencias
y endurece vísceras. Los emolumentos de todo funcionario tienen que ser acordes
con la economía del país y proporcionales a los de la clase trabajadora; desde
luego: suficientes y justos para llevar una vida familiar digna.
¡Qué vergüenza y desatino social es que un
congresista, magistrado, ministro, directivo estatal y otros cargos públicos con
privilegios similares y desproporcionados ganen cuarenta y hasta cincuenta veces
lo que un maestro de escuela, una enfermera o un profesional del palustre!
Además, es menester entender y aplicar que, como lo hace el trabajador común en
la sociedad, aquellos dignatarios de su paga se paguen sus gastos, gustos y
placeres; además, ¡que ellos mismos carguen sus paraguas y carteras! No como
ahora que del erario sacan hasta para lo de la señora del servicio privado en
sus casas, también, para el mercado, el celular, el carro, la gasolina, el
mandadero... incluso, hasta para los helados de la primera comunión de sus
sobrinos.
El programa de campaña de un candidato, que
debe ser su plan de gobierno con proyección hacia el mediano y largo plazo, así
roten el ejecutivo y los legisladores, tendrá que evidenciar y cumplir garantías
inalienables como, entre otras: estabilidad política nacional, libertad de
empresa, crecimiento económico, seguridad y bienestar social para todos... Es
decir, planes, programas y proyectos que conlleven y mantengan algo tan sagrado
para una nación como lo es la paz y el progreso general, no solo el de la
economía, también el de la gente del común, él máximo activo de toda empresa y
nación.
Juventud, si así lo hiciere, esgrimiendo el crisol
del orden, la equidad, la transparencia y el respeto, ¡la patria se lo
agradecerá en un futuro mediato! De lo contrario, en unos años sus hijos, los
hijos de sus hijos y los de estos... y al menos durante cinco generaciones más,
tendrán que volver cada vez más seguido, vaciados y emberracados a estas
barricadas, a las primeras líneas, a los puntos de resistencia y ser carne de cañón
de las tanquetas y de las balas ‘perdidas’ de los informales cada vez más armados
y protegidos por el Estado agarrotado. Entonces, aquellos, su progenie,
envueltos en la bandera de la patria, tal vez al revés, a título de protesta,
con atisbo triste y lánguido al regresar a casa, si es que regresan, los
mirarán, como ustedes ahora a sus viejos, y en silencio artero les recriminarán
por el país que les medio construyeron y dejaron vuelto añicos.
En su mano, juventud, está la carta de navegación con la solución democrática para corregir el rumbo de esta nación y colocarle un norte acorde a nuestra patria... o para permitir la perpetuación del caos que solo es rentable, ¡y de qué estrambótica manera!, para unos pocos, para los mismos enfermos del alma que de la fragmentación social, de la enconchada corrupción, de la ignorancia política generalizada y del supurante y perenne conflicto entre hermanos pobres, los sin nada contra los casi con algo, se han beneficiado hasta el hostigo; y lo seguirán haciendo si ustedes, los jóvenes, no toman ya la sartén por el mango, ante el terrible fracaso político y gubernamental de estos dirigentes cacrecos que únicamente piensan en un estado fortín, con un gobierno de bolsillo que solo los beneficie a ellos y a los suyos. Delfines estos, casi todos, quienes, en estos momentos, mientras ustedes están aquí en estas barricadas improvisadas y endebles, ellos disfrutan y dilapidan en el exterior las fortunas de sus padres que han sido extraídas de la amada patria que, de no hacer ahora algo como lo aquí sugerido, esta seguirá por siempre herida y sangrantes sus venas abiertas, casi supurantes.
Entonces, estas cerca de cinco mil palabras tan
solo serán, como muchas otras que hay por ahí refundidas o proscritas en la
historia patria oculta que no se cuenta en clase ni se escribe en textos
escolares oficiales, otra entre incontables fotografías literarias de un
momento agónico en un mágico país enfermo de nostalgia social que lo tenía todo,
como tantos otros pueblos de por aquí junto y en distintos lares una vez se
cruza el piélago de las nostalgias humanas. Naciones estas, eso sí, aquí y
allá, bajo la voracidad insaciable de algunos que encuentran lucrativos nichos
de mercado en la anarquía, la inequidad y la muerte de ciudadanos atembados.
Palabras que quizá nadie vuelva a escuchar,
comentar, tampoco a leer, no solo por aquel síndrome del desgano patrocinado
por la lectura y la ilustración que padece la gente en estas dehesas pulverulentas,
sino porque hasta contagiosas podrían ser declaradas por el régimen imperante
en cada jurisdicción nacional: «¡Peor que los estragos del incontrolable virus!»,
dirán.
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