Agradecimientos a estas personas por su autorización |
14-08-2024
Desde
cuando el peso de sus calendas se les convirtió en la mejor de sus galas; que
hasta remplazó el esfuerzo de sus palabras y caricias, ahora incómodas,
obsoletas y consideradas necedades por quienes orientaron sus vidas con estas;
cada vez que tienen oportunidad… incluso, cuando no, so cualquier pretexto se
escapan para ir al centro comercial cercano.
Parecen
viejos adolescentes recién ennoviados. Entienden, sin decírselo, ¡qué más da!,
que, en la práctica, más ahora y con mayor razón en adelante, solo se tienen el
uno al otro.
—Pa
las que sea, mi por siempre amada Prudencia Lucía —le dice, como ahora, cuando
las tribulaciones, sobre todo las familiares, amén de las sociales, económicas
y de salud, suelen presentárseles, cada vez más seguido y con fiereza—.
Mientras tengamos aire en los pulmones y fuerza para movernos con independencia,
que ojalá jamás nos falte el café de nuestra tierra… ¡de origen!
Allá,
en un Juan Valdez, donde, además, de vez en cuando Ignacio de Jesús Benavides cita
a sus amigos de antaño y a uno que otro de letras para hablar de lo que sea,
aquella pareja ignota refugia su solera entre la atafagada y anónima multitud;
a esa hora y en ese lugar casi todos coetáneos.
Al
calor del late con leche descremada, sin azúcar y con canela molida, el que
siempre piden cuando van por allá, también calientan sus almas con la
satisfacción de, ¡pese a todo!, haber hecho poco o mucho a lo largo de sus vidas.
—Eso
sí, ¡honradamente y para nada fácil! Aunque nadie lo reconozca, mucho menos lo
valoren, ni siquiera quienes de nuestro gran esfuerzo e innumerables
privaciones se beneficiaron en su momento.
—Mira,
Nacho, en la medida de las circunstancias y con lo que tuvimos nosotros
cumplimos con lo que nos correspondió y pudimos. Lo que no, por lo que haya
sido… ¡pues no y ya!
—Así
es… y aplica para todos, menos entre los dos.
—¿A
qué te refieres?
—Prudencia,
a estas alturas… me duele reconocer que será difícil llevarte de paseo a París
y al crucero por el Danubio, como te lo prometí antes de casarnos.
—¡Que
importa, viejo terco! ¡Qué mejor e intrépido viaje que este que iniciamos por
allá en agosto del 76! Estoy feliz con los que hemos hecho por aquí cerquita…
sin necesidad de estresarnos sobrevolando semejante masa de agua.
—¡Te
amo!
—Sabes
que yo igual… aunque casi nunca te lo diga.
—Lo
sé. Nacimos el uno para el otro. El destino nos sentenció para estar juntos y
acompañarnos para siempre, tanto en este como el siguiente periplo que, seguramente,
emprenderemos al tiempo… ¡eso espero!
—Lo
que sea, Ignacio, ¡lo que sea! Pero, en lugar de ponerte trascendental… ¡toma
tu café antes de que se enfríe y pierda su exquisitez! Para ver a las carreras
paisajes, montañas, mares y ríos lejanos… y bien caro, me basta y conformo con
los que he disfrutado por estos lares… y sin tanto afán.
—¡Gracias, amor!
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