lunes, 2 de septiembre de 2024

En un Juan Valdez

 

Agradecimientos a estas personas por su autorización

14-08-2024

Desde cuando el peso de sus calendas se les convirtió en la mejor de sus galas; que hasta remplazó el esfuerzo de sus palabras y caricias, ahora incómodas, obsoletas y consideradas necedades por quienes orientaron sus vidas con estas; cada vez que tienen oportunidad… incluso, cuando no, so cualquier pretexto se escapan para ir al centro comercial cercano.

Parecen viejos adolescentes recién ennoviados. Entienden, sin decírselo, ¡qué más da!, que, en la práctica, más ahora y con mayor razón en adelante, solo se tienen el uno al otro.

—Pa las que sea, mi por siempre amada Prudencia Lucía —le dice, como ahora, cuando las tribulaciones, sobre todo las familiares, amén de las sociales, económicas y de salud, suelen presentárseles, cada vez más seguido y con fiereza—. Mientras tengamos aire en los pulmones y fuerza para movernos con independencia, que ojalá jamás nos falte el café de nuestra tierra… ¡de origen!

Allá, en un Juan Valdez, donde, además, de vez en cuando Ignacio de Jesús Benavides cita a sus amigos de antaño y a uno que otro de letras para hablar de lo que sea, aquella pareja ignota refugia su solera entre la atafagada y anónima multitud; a esa hora y en ese lugar casi todos coetáneos.

Al calor del late con leche descremada, sin azúcar y con canela molida, el que siempre piden cuando van por allá, también calientan sus almas con la satisfacción de, ¡pese a todo!, haber hecho poco o mucho a lo largo de sus vidas.

—Eso sí, ¡honradamente y para nada fácil! Aunque nadie lo reconozca, mucho menos lo valoren, ni siquiera quienes de nuestro gran esfuerzo e innumerables privaciones se beneficiaron en su momento.

—Mira, Nacho, en la medida de las circunstancias y con lo que tuvimos nosotros cumplimos con lo que nos correspondió y pudimos. Lo que no, por lo que haya sido… ¡pues no y ya!

—Así es… y aplica para todos, menos entre los dos.

—¿A qué te refieres?

—Prudencia, a estas alturas… me duele reconocer que será difícil llevarte de paseo a París y al crucero por el Danubio, como te lo prometí antes de casarnos.

—¡Que importa, viejo terco! ¡Qué mejor e intrépido viaje que este que iniciamos por allá en agosto del 76! Estoy feliz con los que hemos hecho por aquí cerquita… sin necesidad de estresarnos sobrevolando semejante masa de agua.

—¡Te amo!

—Sabes que yo igual… aunque casi nunca te lo diga.

—Lo sé. Nacimos el uno para el otro. El destino nos sentenció para estar juntos y acompañarnos para siempre, tanto en este como el siguiente periplo que, seguramente, emprenderemos al tiempo… ¡eso espero!

—Lo que sea, Ignacio, ¡lo que sea! Pero, en lugar de ponerte trascendental… ¡toma tu café antes de que se enfríe y pierda su exquisitez! Para ver a las carreras paisajes, montañas, mares y ríos lejanos… y bien caro, me basta y conformo con los que he disfrutado por estos lares… y sin tanto afán.

—¡Gracias, amor! 

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