miércoles, 8 de octubre de 2025

De esos besos...

 

Embelecos del destino hoy tu recuerdo trajo. Te creía olvidada, ida, ausente, lejos. De nuevo tu perfume mi alma conquistó. Ese, tan tuyo… de infinita y jamás prodigada entrega.

 ¡Seductor efluvio que irradias, tal vez sin darte cuenta!

 Evoqué este día… ¡Bendita fecha esta! Chispeantes atardeceres de julio cuando, sin compromiso alguno, ¡qué bien que la pasamos!

 ¡Momentos, como aquellos, ninguno!

 Tal vez este lánguido susurro que emana de mi añoranza añeja llegue hasta ti cual brisa errabunda y te robe un beso…

 ¡De esos besos prohibidos! ¡De esos con sabor a amigo!

 De esos besos transparentes, y nunca dados. De esos que quedan labrados con pasión indeleble en las tibias rinconeras del olvido.

 ¡En las meras intenciones que tuve de hacerte mía!

 Entonces, tal vez, quizá, me extrañes, como yo a ti, o te haga falta, como tú a mí. ¡Insoportable ausencia en los años idos!

 ¡Irreversible presencia de intenciones fallidas!

 Tal vez este lánguido susurro, yerto, frío, que emana del recuerdo ido y las pasiones rotas, que nunca fueron, alcance tu regazo, devore tu boca…

¡Te robe un beso… de esos besos que nunca fueron!

domingo, 7 de septiembre de 2025

Los sueños de Hilda*

 

Era un fin de semana, el día exacto no lo recuerdo, pero sí el lugar. Íbamos camino a la quebrada Las Sardinas. Paramos para la foto a la salida de Chaguaní, por la carretera rumbo a San Vicente.

La cerca de guadua, refaccionada y vertical, ya no entrecruzada con coquetería como entonces, todavía existe, así como el lote de atrás con matas de plátano y otras más enmontadas. Por ahí poco ha cambiado, casi todo se mantienen igual, cual acuarela del pasado impresa en mi alma y esperanzas envejecidas.

Ese día estaba estrenando, no solo ropa y botines, también, aquel sombrerito que mamá me regaló de cumpleaños. Me sentía tan feliz y seguro con ella, ¡además de amado!, razón por la cual, en ese momento, de manera instintiva la abracé y ella extendió su brazo protector sobre mí.

¡Mágico momento para el jamás olvido!

Ese día ella lucía, no solo aquel bonito y florido vestido que Lola le confeccionó con un retazo de tela que alguien le trajo de la capital, también, su precioso rostro lo iluminaba esa esquiva y magnética sonrisa con la cual instaba esconder la nostalgia social que atragantaba su existencia. Ignoraba, o tal vez del todo no lo comprendía, que mamá mantenía una inquebrantable como interminable lucha contra el destino, a la siga del bocado diario de comida, con la esperanza de un mejor mañana para su empobrecido núcleo familiar.

Lucha en solitario, incansable, ¡admirable!, que esta chaguaniceña simpar daría hasta aquel 7 de septiembre de 2021 cuando, podría decirse, también en solitario, a la una de la mañana, en una fría camilla de una clínica en la capital, se cansó y partió a lontananza.

En aquel julio del 67, así, abrazados, pese a todo, fuimos felices y sonreímos para la foto. Momento, sonrisa y felicidad de mi madre que conservo como el más preciado e invaluable de mis momentos idos y tesoros apetecidos.

Varios folletos en una mesa

El contenido generado por IA puede ser incorrecto.

Esquiva dicha que, tal vez, mamá solo volvería a dejar aflorar a su tierno rostro allá, en el Teatro Heredia, en Cartagena, Colombia, cuando, maravillado por una efusiva manifestación de felicidad, el periodista Fausto Pérez V., de El Universal, se inspiró para escribir ese artículo que, cada vez que lo leo, inexorable, a mis ojos lágrimas saca y a mi corazón sus latidos alborotan: Los sueños de Hilda*, en especial estas frases: La alegría de Hilda María Enciso era inocultable. Había bajado del escenario del Teatro Heredia con una alegría que no le cabía en su rostro. Unos minutos antes había ofrecido una hermosa presentación de danza… la Loca Margarita… Ni qué decir de esta otra perla que mamá compartió esa vez con el periodista: Fue necesario llegar a vieja para comprender que vivir ha valido la pena…

Gracias, mamá.

*El Universal, Cartagena, Colombia, 17 de agosto de 2001/3A

viernes, 5 de septiembre de 2025

Poda de capullos

 

Esta historia hace parte de 'Momentos idos, narraciones románticas II'

La poda de capullos, de brotes que crecen hacia afuera o con características parasitarias, así como de flores y ramificaciones avejentas o enfermas se hace para favorecer la floración, crecimiento y, en general, la salud de las plantas. Además de prevenir enfermedades, se busca garantizar que sus siguientes retoños, flores y frutos tengan mayor energía, crezcan saludables, duren y produzcan más y mejor.  

Proceso que implica, desde luego, además de nutrientes y riegos inherentes, hacerlo en el momento preciso, con los utillajes y en los lugares adecuados y, sobre todo, mediante un corte limpio y preciso para evitar dañar, deformar o contaminar la esencia de la planta. Práctica válida y justificable solo en esta especie: la flora, no en otras, menos si se trata de la humana.

Con una poda adecuada es posible, de ser, por ejemplo: rosas, geranios, lavandas, petunias, pensamientos, alegrías, dalias, fucsias, magnolias, tulipanes… mantener y disfrutar de un jardín sano, con hojas y flores hermosas y abundantes durante gran parte, o estación, del año y por un tiempo más largo.

¿A quién no le gusta ver y estar en contacto directo con un vergel florecido y con esmero y cariño cuidado? Ojalá se tuviese por siempre alguno cercano para la inspiración y el extasío. Profundo respiro del alma que a sus tristezas propician calma.

Bueno, ¡sí!, no dejan de haber por ahí algunos elfos a quienes estas maravillas de la naturaleza, y otras más, les disgusten, incomoden, generen repelencia o afecten de una u otra manera sus frondíos intereses. Sinrazón por lo cual prefieran o dispongan por interpuesto jardinero tartufo o maderero alquilado, no solo arrasar los capullos, las flores, los jardines, los bosques y hasta las selvas vírgenes que les incomoden o se opongan a sus objetivos particulares, para extraer su esencia, su leña, para sembrar en su lugar las yedras de la destrucción y la maldad, con tal de engrosar sus billeteras e inflamar sus carcomidos sentimientos megalómanos, bajo la mampara de entelequias como las del «libre mercado, crecimiento equilibrado, desarrollo económico armónico, la paz de las naciones y el bienestar general»; como suelen pregonarlo con gran cartel los beneficiarios e interesados y lo defienden a tajo y sesgo las organizaciones y carteles por estos mismos creados y patrocinados.

Es preciso insistir: poda de capullos justificable única y exclusivamente en la flora y con los propósitos mencionados. Jamás lo será para ninguna otra especie, mucho menos tratándose de seres humanos.

Sin embargo, con tristeza, al investigar y leer sobre los peores genocidios que ensangrientan la historia humana, cada vez más seguidos y virulentos que los horripilantes e injustificables de antaño, pese a que la mayoría pudo ser documentada (maquillada) por los ganadores, con las justificaciones de sus desmanes y debacles, o mantenida y ajustada por sus descendientes y seguidores para continuar disfrutando del heredado como supurante botín o del destilado salarial respectivo, el lector juicioso y objetivo (no alineado, alienado ni beneficiario directo, indirecto o a sueldo al servicio de alguno de estos) encontrará infinidad de ejemplos que involucran más que perversas podas de capullos de la más preciada y delicada especie existente sobre la faz de este puntico azul del universo, en préstamo por un ratico cósmico: ¡la infancia! Estos capullos, más que inermes, confían con ingenuidad en la sensatez y honestidad de los adultos, sin siquiera imaginarse el monstruo despiadado y cruel que puede agazaparse dentro de algunos. Peor cuando son poderosos, se vuelven intocables y han sobrepasado en la pirámide de las necesidades el último de los escalones, cayendo abruptamente hacia el del refocilo visceral (ese que Maslow dejó de mencionar, y es entendible) que les genera la devastación de sus congéneres…  y entre estos sufran más, tengan menos, se trate de niños o hayan sido desposeídos, mayor es el infame y corrosivo placer que les produce la sangre ajena derramada.  

Entre una infinidad de casos, por citar solo unas pocas de estas infames podas, encontramos la, vuelta Testamento, alabanza y cántico, ordenada por aquel emperador romano para salvaguardar su corroído trono e imperio en decadencia. O las de los infames campos de concentración para ‘depurar la raza’ y aniquilar a los sin casta. Ni qué decir de los quemados con napalm en desarrollo de la Teoría del Dominó, así como las de los brutales enfrentamientos en patios ajenos entre poderosos como intocables osos de un lado y otro; cada uno a la siga inicua del control geoestratégico, cuando no en el Gran Oriente Medio, en Europa Oriental, en Asia marginal, en África, en Latinoamérica y doquiera sea que queden recursos por explotar, saquear y a la gran potencia llevar; como oro, plata, diamantes, cobre y otros tantos y tantos erarios sisados durante la erosiva época de la fragosa Colonia, en países a uno y otro lado del majestuoso como insondable Atlántico, así como los ubicados entre el hechicero Índico y el atronador Pacífico.

También lo son, con similar sordidez y desfachatez, las miserables podas de las guerrillas, grupos ilegales, ortodoxas facciones religiosas o dogmáticas que arrancan capullos de sus empobrecidos entornos para llevarlos a sus parcelas horrorosas, donde los entrenan, aleccionan y alienan, lejos de sus vergeles mientras crecen. De allá luego los sacan y ponen a batallar (y morir) en contra del enemigo que les inculcaron. Mientras que los aleccionados y bien pagos generales de la muerte de los ejércitos que enfrentan, pese a saber que su enclenque contrincante tiene de carne de cañón a tales infantiles capullos engrupidos, en supuesta defensa de la democracia, el orden establecido (por sus agazapados y orondos amos detrás del poder), la religión o los dogmas respectivos, disparan a discreción, bombardean sin contemplación y esparcen o escombran en mil pedazos sus inermes pétalos destrozados… o podados en tan ajena como carnicera confrontación.

Podas bárbaras, todas estas, que, al involucrar tanto a niños como a jóvenes, consecuencia de la mayor de las degradaciones del intelecto humano cuando se contagia de egolatría y ansias insondables e incontrolables por el poder, el control y el sometimiento de sus semejantes para saciar sus aberraciones más oscuras, por su monstruosidad simpar, ¡infame!, mereciesen condena, castigo y el señalamiento perpetuos, tanto para los responsables directos e indirectos, como para todos aquellos que conocieron de tal barbarie y nada hicieron, ni dijeron, solo voltearon a ver hacia otros lares.

Pero ¡no!

Resulta que, por este o aquel adeudo, manejo mediático, retoque histórico, justificación salarial, deuda ajena heredada o trasladada, empacho religioso, moral, racial o de cualesquiera otras razones esgrimidas por los poderosos asesinos o los testigos cómplices, en lugar de veto, condena y castigo, estos encuentran justificación, aplauso y hasta difusión de las imágenes con los inermes agredidos, engrupidos o, como lo dicen para que no suene tan feo: «¡Instrumentalizados!». Imágenes para el disfrute televisivo a nivel mundial, por cuenta de la pusilánime y cómplice sociedad enferma terminal de nostalgia social y desafectación humanitaria, que hasta se regocija sin chistar ni mu ante las dantescas imágenes de aquellos niños acribillados, heridos, temblorosos, desorientados, hambrientos, famélicos, llorando por el bramido de los misiles, las bombas, las balas o frente a los cadáveres destrozados de sus padres, familiares o vecinos…

¡Triste legado para la eternidad!

Nocivos efectos de estas podas que, si es que quedan brotes sobrevivientes, se encarnarán durante tres veces treinta y tres generaciones entre los directamente afectados, así como en los genes de los pusilánimes, doquiera sea que vean o sepan de tales aberraciones, la peor de las contaminaciones en la compostura humana: ¡la insolidaridad! Estadio final de la nostalgia social. Particularismo este, fatalmente contagioso, que autodestruye y corroe por dentro al ser que la contraiga, padezca y disperse por doquiera vaya, siendo insondable el dolor sentido cuando ataca la conciencia de cada uno. Inexorable como generalizado padecer callado, doloroso y letal, pocas veces aceptado y mucho menos confesado en busca de ayuda, tanto en los propiciadores intelectuales, materiales y mediáticos de tan perversas prácticas y sus inmundos beneficios logrados, como en el colectivo global…

Neoplasia maligna inmersa, no solo en el alma de los perpetuadores del desafuero contra sus congéneres, sobre todo cuando se trata de niños, también, en las de todos aquellos quienes, frente a tal debacle hicieron caso omiso, sin chistar siquiera. En adelante, a unos y a otros, aquel remordimiento hinchado les arañará sus vísceras, produciéndoles náuseas en las madrugadas, amén de heredarlo…

Carcinoma social impreso en los genes de sus siguientes brotes de capullo, cada vez más descoloridos, insípidos y enclenques.

Historia publicada en RLNC, el 31-08-2025


martes, 5 de agosto de 2025

Una historia guardada

 

Hilda María Enciso

Hace algo más de media centuria, en pleno centro de Bogotá, en un triángulo formado entre la carrera 9° con calle 17 (la oficina del maestro), la carrera 13 con calle 14 (la emisora Radio Santafé) y la calle 17 con la misma carrera 13 (la pastelería Tony), fui testigo exclusivo: vi, sentí y disfruté varios momentos cuando el maestro José Alejandro Morales López estaba componiendo la canción: Me volví viejo.

Oficina y pastelería ya no existen. La emisora se trasladó de sede.

Por aquellas calendas trabajaba con el insigne compositor Morales, el mismo de Pueblito viejo, Campesina santandereana, Yo también tuve veinte años y otras doscientas diez canciones más.

Mi principal obligación laboral con él era casi periodística, tangencialmente literaria. Me correspondía ir a recoger los comunicados de prensa del Palacio de San Carlos, en ese entonces la sede del Gobierno nacional colombiano, ubicado en la calle 10 con carrera 5, dos cuadras arriba de la Plaza de Bolívar. De ahí, y de otros medios, el maestro montaba las noticias que difundía en un espacio noticioso (una de sus fuentes de ingresos, con lo que me pagaba) que tenía en la emisora Radio Santafé.

El resto de tiempo lo dedicaba a redactar y revisar sus composiciones, ahí, en su oficina. Por tal razón, en un pequeño escritorio ubicado cerca del suyo, a menos de dos metros, fui testigo privilegiado: lo escuché tararear la naciente canción, así como maldecir, refunfuñar, corregir y vuelva a corregir en las amarillentas hojas de un block aquellas inmortales estrofas, ¡toda una elegía a la vida!

Varias veces recogí del cesto de la basura hojas arrugadas, desechadas, con bellos versos que nunca fueron. Pero que, a mí, al leerlos, me parecían fascinantes… ¡obras maestras!

Fueron momentos inolvidables, indescriptibles y literariamente contagiosos, lo reconozco, y se lo agradezco, maestro Morales. Su fugaz e invaluable presencia en mi temprana juventud apalancó mi espíritu de escritor. Esos pocos meses bajo sus austeras órdenes, y esta sentida canción en especial: Me volví viejo, entre todas sus mágicas composiciones, marcaron mi derrotero. En especial ahora, en mi vida adulta, más de media centuria después.

En las noches, luego de terminar el radio periódico, solía encontrase con el prodigioso maestro Jaime Llano González en la pastelería Tony. Establecimiento de propiedad de un paisano suyo, algo mayor que él. Era don Antonio Moreno, quien, por encargo (de esto no estoy seguro, no lo pude comprobar) le habría pedido que escribiera y grabara ese tema para una dedicación. Don Antonio tenía una hermosa novia, la señorita Necha, unos veinte años, o tal vez más, menor que él. Pero ella como que no se decidía a formalizar la relación… «¡Tal vez por lo viejo!», le escuché alguna vez al novio decírselo a su paisano y contertulio. Lo cierto fue que aquella bella dama nunca se fue a vivir con él, nunca se decidió. El enamorado murió solo, sin ella, poco después de hacerlo el maestro Morales el 22 de septiembre de 1978.

Para cuando acaeció la irreparable pérdida del egregio compositor, yo estaba en las huestes del Estado, a su servicio, más precisamente en la Fuerza Aérea Colombiana, en el grupo de los Aeroamigos 52-22.

Laboré con el maestro Morales, pues mi madre, a su vez, era la repostera de la Tony, por lo que lo conocía y le solicitó trabajo para mí. Como mi jornada terminaba a las 6 de la tarde, siempre me dirigía hacia la pastelería, a cinco cuadras de la oficina, a esperarla. Ella salía sobre las 7:30 pm.

Por ello, en ese lugar fui disimulado testigo de otras tantas infidencias inherentes a la composición de esa canción. Tan pronto terminaba el radio periódico, sobre las 6:45 p.m., el maestro Morales solía ir a encontrarse con su paisano y amigo en la cercana pastelería Tony. Allá, junto con el gran e irrepetible Jaime Llano González, dueño de unas virtuosas manos con las que interpretaba el piano, hablaban del avance de la canción, discutían, le hacían correcciones, ajustes musicales… Los que, al siguiente día, en su oficina, y conmigo como mudo, único e imperceptible testigo, volvía a tararear, maldecir, tachar, borrar, corregir, arrugar hojas y botar. Y yo a recogerlas, a desarrugarlas, a leerlas con avidez literaria y a guardarlas dentro de un cuaderno, como un tesoro, una vez él salía y se iba.

Creo que una veintena de esas amarillentas hojas las cargué, al menos durante diez años, hasta cuando en algún trasteo se esfumaron. Por lo que solo me quedó aquel perfume de flor de cera impregnado en las fosas nasales de mi inspiración.

 En ese entonces era yo un díscolo adolescente y mi madre una bella mujer en plena juventud adulta. Por lo que, aquella canción, al parecer, en nada nos tocaba:

 Me volví viejo de tanto esperarte/ me volví viejo esperando tu amor

 Sin embargo, hoy, cuando el viejo soy yo y mi madre me espera en lontananza, ¡cuánta dolida vigencia tiene cada uno de esos versos, maestro! Sobre todo, cuando:

 Me volví viejo y no podré olvidarte, / Que culpa tiene de esto el corazón…

 ¡Cuánto aprieta en el alma el no poder:

  borrar con las manos / tantos recuerdos de la juventud

 Para no tener:

  que llorar ya viejos, / las consecuencias de la ingratitud! /

 Por eso hoy viejo como aquellos libros, / que se envejecieron sin hallar lector / y paso a paso voy por mi camino, / musitando bajo mi triste canción.


miércoles, 2 de julio de 2025

Momentos idos

 

Esta narración hace parte y le da el título: ‘Momentos idos’, a la ‘Compilación de narraciones románticas II’

        Niñez, juventud y madurez pasaron veloces por su vera. Nunca pudo hacer con ella esa soñada visita placentera.

Cómo imaginarse entonces que, en esas etapas mágicas, vividas de prisa y sin apreciarlas ni un tantito, como ahora lo hacía, un poco tarde, lo reconocía, pese a todo fue feliz, ¡muy feliz! Lo hizo con el vigor y el ímpetu del alcaraván llanero en celo, sin percatarse de la importancia que cada una de estas tenía. Qué iba a pensar que aquellos maravillosos días de derroches desbocados, locuras, algarabías y sueños infundados, poco a poco absorbidos por agobiantes faenas laborales, tan solo en el recuerdo, ¡cada vez más difuso y esquivo!, quedarían.

Momentos idos, vividos, dolidos, para el jamás olvido.

Vistos con senil retrospectiva, los de su infancia algo sufridos en un entorno familiar en las vicisitudes sociales hundido, tanto o más que los de la adolescencia al percibir que la nostalgia social al futuro patrio traía refundido. Duros años aquellos los de la adultez temprana; en algo llevaderos… quizá por la menuda y más que refregada paga. Esta disimulaba el ceño nacional fruncido, producto de aquel entorno político, económico y laboral, a propósito, por los de siempre enrarecido. Astuta minoría que, pese a tenerlo todo, aunque el todo tampoco le satisfacía, a la atembada mayoría, los sin nada, con amañadas leyes y artimañas, bajo sus insidiosos caprichos productivos por siempre sumisa tenerla quería… que a la postre lograría. Incluso, de ser el más feliz y afortunado del mundo al país convencería y este a los cuatro vientos, al fragor del futbol, fermentos y fandangos por doquiera lo gritaría.

Un cruento y agorero invierno se tragó la primavera.

De un momento a otro la adultez tardía, por entre los sueños irresolutos, los proyectos inacabados y los molestos como incomprendidos achaques aparecidos, inexorable le llegaría. A la ventana de su enfriada alcoba se asomaría. Aunque sabía que lo haría, confiesa que en recóndito silencio a toda costa postergarla quería. Al menos hasta ir con ella a París para la más que retardada luna de mil de cuando novios ofrecida. Promesa hasta ahora incumplida que humilla su existencia; pese a todo lo batallado para hacerla efectiva. Aunque ella lo entiende y sabe todo lo que al respecto han luchado para lograrlo, es un tarugo atravesado en su garganta… que ni saliva le deja pasar, no solo de noche, cuando ni dormir tranquilo puede, también de día. Es la más dolorosa de sus promesas incumplidas. Aunque jamás se lo diga o incrimine, en el cada vez más esquivo como femenino fulgor de sus pupilas la lleva esculpida.

Entre arreboles se agazapa y gime un corazón herido.  

Sin poder… o querer que tal amordazado sentimiento lo sepa el mundo enloquecido. Este hace rato vaga con el freno perdido, en la colectiva tristeza hundido, tras los valores humanos, por algunos centavos, en subasta al mejor postor vendidos. Enfermos del alma en la sociedad de la mentira, en donde ni siquiera el afecto de los allegados es del todo sincero. Creen que suele ser prestado, en tanto haya algún inicuo motivo, interés, dinero en caja o en cualesquiera otros activos. Que los serán de aquellos tan pronto el juez sentencie incapacidad legal o accedan al escrito de defunción para hacerlos efectivos.

Incluso, viejas y secas, conserva sus hojas la palmera.

La senescencia con el paso de las horas hace su dolorosa presencia. Aunque ya no se reproduzca, aquel tronco altivo y áspero no ha muerto, tampoco su esencia, la cual ahora lleva las heridas del tiempo y la ingratitud en sus entrenudos, corazón y en parte de lo que le queda de existencia. Todavía siente y le duele, pero jamás lo dice, que, aunque ayer fue más que un símbolo que generó mercedes y admiración, ahora en su entorno consideren que en estorbo se convirtió, que incomoda a los que de su esplendor gozaron y se beneficiaron, por lo que ya es hora de erradicar la estorbosa datilera... o, al menos, de conseguirle en otra parte, lejos de todos, en un jardín ajeno, lejano, extraño, una pagada jardinera para que se encargue de sus chocheras. Maluquezas, todas, producto del avance de la ceguera, amangualada con la dificultad de entender y captar ligero al sumarse la sordera. Temas tristes estos, los añejos, que a nadie importarle nada pareciera; porque aún no los padecen. Ignoran, disimulan, piensan o esperan que, al llegar a viejos, si es que llegan, tal circunstancia les sea ajena.    

Una vida entera… camino al inexorable frío del olvido.

Pese a todo fue feliz en cada una de aquellas etapas de su vida, se lo dijo a su amante y compañera antes de que alguno de los dos a lontananza partiera o de que el frío del olvido con el infame manto de la amnesia los arropara. Esa vez ella le contestó que a su lado también lo había sido; incluso, en la más que dura postrera, aunque en esta tampoco apareció la escondida primavera, ni lograron celebrar en París la tan ansiada como amorosa y más que esquiva quimera: cenar en aquel hotel, oteando a lo lejos la metálica y seductora palmera.

Lo que sí parecía inexorable, ahora o pronto, que a otro jardín lejano a los dos juntitos sus allegados llevarían y al cuidado de manos extrañas y alquiladas dejarían. Por lo que, quizá, más rápido les llegaría, inexorable, el postrer y solitario estadio de sus días.

Niñez, juventud y madurez pasaron veloces por su vera.

Momentos idos, vividos, dolidos, para el jamás olvido.

Un cruento y agorero invierno se tragó la primavera.

Entre arreboles se agazapa y gime un corazón herido.

Incluso, viejas y secas, conserva sus hojas la palmera.

Una vida entera… camino al inexorable frío del olvido.

Foto cortesía de Andrea Enciso Díaz, de su álbum personal.

domingo, 1 de junio de 2025

La carrera 2 bis

 

En sus respectivos hogares y en casas diferentes pero vecinas, durante toda la vida, desde niños, Adalberto y Eleonora vivieron en esa empinada y sesgada vía corta de una cuadra larga.

Cuando lotearon la inmensa finca Bello Horizonte, por sus vistas privilegiadas en ese entonces, y la convirtieron en el barrio popular donde sus primeros habitantes fueron trabajadores de la Empresa Capital de Servicios de Aseo, por ahí bajaba un impetuoso arroyo que en invierno lo inundaba todo y amenazaba la estabilidad de las cimentaciones, las vías y la megaempresa ladrillera, pocas cuadras abajo. Gran parte de sus turbulentas aguas iban a dar al plancito del potrero. En este, durante los setenta, o antes, tras soterrar aquel cauce, construyeron una cancha múltiple y le colocaron un nombre sugestivo. Ahí realizaban, y todavía, concurridos campeonatos de microfútbol.

En esa cuadra larga, la carrera 2 bis, viví por casi veinte años. Esto me permitió conocer de soslayo algunos fragmentos de las historias de sus habitantes antiguos, así como las de unos pocos nuevos, con quienes llegamos al sector durante los ochenta.

De Adalberto y Eleonora recuerdo que cada uno, para entonces, tenía su respectivo hogar y pareja, él con dos hijos, los de ella eran tres.

Adalberto enviudó unos años después de haberme aparecido en ese bullicioso y populoso sector, pero siguió viviendo solo, ahí mismo; sus hijos migraron en busca del sueño americano. Él tenía su casa ubicada hacia el final de la cuadra, esquina norte, por la otra acera en donde, en la mitad, casi al frente de la que compré con el préstamo que me hizo el Fondo de Ahorro de Empleados Nacionales, vivía Eleonora con su gentil esposo e hijos volantones.

Meses antes de vender aquel viejo caserón e irme para un apeñuscado apartamento al otro extremo de la ciudad, Eleonora enviudó, pero siguió viviendo en su casa, al igual que lo hizo Adalberto en la suya tiempo atrás al quedarse solo. Este, diez años mayor que ella y quien para ese momento lucía una cabellera por completo preñada de canas, sin que esto le quitara su caminado altivo, decidido y, ahora que lo evoco, hasta arrogante y presumido.

Al parecer, a Eleonora el luto marital le regaló una sonrisa que antes le era esquiva y traía apretada… o tal vez muy disimulada en público.

Para sorpresa de casi todos los habitantes de aquella empinada y sesgada vía corta de una cuadra larga, la carrera 2 bis, excepto para algunos pocos vecinos y muy cercanos a estos, tal vez sus más que reservados cómplices de tiempo atrás, quizá desde adolescentes, tres meses después de fallecido el esposo de Eleonora, el par de viudos desarroparon su añejado y preservado amor.

Desde entonces se les ve por la calle cogidos de la mano y darse besos como quinceañeros, tal vez como cuando a escondidas se enamoraron y juraron que, así les tocase otras parejas, como lo querían y les impusieron sus respectivos padres, porque aquellas familias eran rivales desde su llegada al improvisado barrio, por siempre se amarían y esperarían lo que fuese menester para hacerlo público y gritar a los cuatro vientos que, aunque en secreto, a escondidas, desde muchachos se amaron. Que, con mayor razón, ahora de viejos lo seguirían haciendo, pasara lo que pasara, dijeran lo que dijeran.

Ahora… ¡qué más daba!

El tiempo apremiaba.

A nadie importarle debía

Que aquellos viejos se amaran.

¡Qué más daba que se besaran!

Amores añejos sus almas unían.


jueves, 1 de mayo de 2025

¡Dejen quieto el mapa, señores!

 

Una vez más la ambición desaforada, ¡sin fondo!, de unos pocos que lo tienen todo, sin que ni siquiera el todo les sea suficiente, desarropa una de las tres mayores ferocidades humanas: su proclividad marginal individual autodestructiva. Propensión contradictoriamente dañina que pernocta en las catatumbas cerebrales del, al parecer, único ser con intelecto, expresión oral, sentimientos y capacidad de imaginación en el universo conocido, o al menos en la Tierra.

Propensión morbosa acentuada y puesta en evidencia y sin miramiento alguno ni control posible, al parecer, más en unos pocos integrantes de la artera minoría global aplastante. Casualmente, estos, con casi la totalidad de sus necesidades físicas (no las espirituales) resueltas y mucho más, incluido el exceso, no solo para ellos, desde luego, hasta para sus próximas diez o más generaciones… ¡de haberlas!

¡Egocentrismo en la máxima y peor de sus expresiones!

Algunos de estos poderosos intocables lejos están de la conmiseración, por lo que poco y nada la practican ni les interesa. Por el contrario, se envanecen y celebran que se sepa y difunda en redes (deletérea telaraña universal) que padecen de esa enfermiza sensación de lastimar, causarles daño y supeditar a sus caprichos a sus semejantes y a todo aquello que se les antoje, les caiga mal o sean contrarios a sus sórdidos como insondables intereses megalómanos. Incluso, se refocilan al causárselo, autoflagelándose, cuando el asco y la autosuficiencia les inficiona su ‘lógica’ y orienta su trastabillado andar, petulante actuar y balbuceado justificar. Conducta execrable cuando se juntan o asocian con pares de igual o peor calaña y frondío poder para apresurar o asegurar el inicuo propósito y causarle mayor devastación social y ambiental a la digitalmente atembada humanidad de estas incipientes décadas del incierto como desaforado siglo XXI.

Manguala siniestra a la vista, evidente con la sórdida como hedionda repartición planetaria que algunos de estos señores tan poderosos como contradictorios en apariencia vienen pactando para apañarse por completo del granito azul del universo que tenemos en préstamo; sin importarles que en la contienda bélica en ciernes, acompasada con la apestosa comercial en curso, por ellos anunciadas y patrocinadas con inimaginables arsenales de destrucción masiva y mercaderías en general, no solo despedacen para siempre los mercados y a sus cada vez más famélicos y engrupidos compulsivos compradores, sino al hábitat donde unos y otros conviven y que necesitan para seguirlo haciendo.

A lo largo de la fatídica historia humana la mezquindad rapaz de personajes como algunos de los actuales poderosos intocables se ha puesto de manifiesto con consecuencias nauseabundas que, precisamente, la historia registra como holocaustos, crisis y hambrunas desastrosas: ¡hecatombes sociales! Historia que, aunque es contada y oficializada casi siempre por los ganadores y beneficiados del desastre, ajustándola a sus frondíos intereses y conveniencias inescrupulosas, no por ello deja de ser horrenda e injustificable, razón por la cual debiera servir de ejemplo triste para evitar repetir o intentar emular.

Los actuales generales transnacionales de la muerte en masa y patrocinadores de la agobiante desigualdad, so pretexto del bienestar general y la salvaguarda planetaria, la que plantean lograr mediante aranceles lesivos, bloqueos comerciales, amañados pactos de apoyo, respaldo y colaboración bilateral forzada, a la vez que exhiben sus abominables arsenales esparcidos por tierra, mar, aire y donde quiera sea para forzar la aceptación de sus voluntades y poderíos, tal parece que están dispuestos a repetir una y otra vez, no solo aquellas masacres y hambrunas generalizadas entre sus congéneres, también, sabiéndolo, pretenden arrasar con cuanto ser o cosa sea menester y haya sobre la faz de la Tierra. Calamidad mundial en la que están empeñados, ¡enceguecidos!, a sabiendas del cataclismo en ciernes. Tal parece que solo les importa saciar esa espeluznante sed que les corroe el alma y les obnubila el seso.

Incluso, unos y otros apuestan y construyen claustrofóbicos tubos alargados para instar irse a vivir adonde, precisamente, ¡vida no hay!, habría que ‘fabricarla’; la cual, pese a toda la tecnología, ingenio y riqueza que en ello se invierta, difícilmente tendría la simplicidad esplendorosa que hasta el momento conocemos y que aquí disfrutamos con tan solo abrir los ojos, aguzar los toyos, permitir su roce, así como saborear y oler su impalpable y mágica existencia elemental.

A esos poderosos personajes se les debe, ¡sí!, reconocer su capacidad y empuje por lograr tantas cosas y amasar fortunas colosales. Lo deberían seguir haciendo en pro de su satisfacción y de las fuentes de empleo y atomizadas oportunidades que con ello han creado por doquiera sea. Señores, ustedes tienen talento y capacidades para mejorar y engrandecer este mundo y su actual sistema económico regido por el capital y la mercancía… como lo han venido haciendo. Pueden y tienen potencial para lograr más y mejores beneficios para la humanidad en particular, así como para el planeta y la vida en general. Esta, tal y como la conocemos todavía, no tiene precio ni reemplazo. Entonces, de verdad, que pretender repartirse el globo: militar y comercialmente, en una triada geoestratégica, es, además de una odisea innecesaria, prender la mecha del irreversible caos mundial; esta vez, seguramente, con un desenlace que, tal vez, ni siquiera ustedes mismos sepan cuáles serían sus fétidos resultados, ni quieran o puedan afrontar sus insondables consecuencias.

¡Dejen quieto el mapa, señores!

Mejor, por favor, con tanto poder y recursos que han atesorado, generen más oportunidades para la mayoría. Patrocinen o al menos permitan que cada persona, donde quiera sea que se tope, en lo que quiera sea que crea o piense y cualquiera sea su color de piel u ojos, pueda satisfacer en paz y con dignidad sus necesidades, ¡al menos las básicas! De paso, ustedes aumentarían, aún más, sus respectivas alcancías. Lo harían ayudando, construyendo, sin destrucción ni daños colaterales.

¿Para qué la guerra si al final hasta el ganador algo en esta pierde, al menos la profunda paz de su conciencia? Tengan presente que el remordimiento es al hombre como la contaminación al mar: daña por dentro, desde lo profundo. Cuando aparece en la superficie…  ya es tarde y no hay cura alguna para contrarrestar el mal.

Mejor, permitan o impulsen para que cada pueblo, dentro de sus fronteras, se autodetermine según sus concepciones e intereses propios. Señores, sus productos, sus mercancías y empleos generados, mientras sean benignos y bien intencionados, aquí y allá seguirán siendo bien recibidos, comprados y consumidos. Dejen que el mercado y las reglas de la oferta sana y la demanda básica rijan, faciliten y hagan viable el intercambio para la satisfacción de las necesidades de la gente... ¡del común de la gente!, ¡de toda la gente!

Seguramente que, con lo que cuesta un misil de perverso alcance, o un tubo alargado de esos para viajar al espacio, o los artefactos inteligentes de la actual guerra por aire, mar y tierra, bien podría resolverse gran parte de las necesidades elementales insatisfechas de un montón de gente por ahí, por doquiera sea.

Trazar e imponer nuevas fronteras, con filudas y electrificadas serpentinas egocéntricas, además de ignominioso es peligroso.

¡Ustedes lo saben!

Es un error histórico, amén de amenaza letal, pensar en mercados aislados y excluyentes, así sea al interior de, por ejemplo, las tres mega plataformas continentales como las que se vislumbran: La de la Gran América, de Alaska a la Patagonia, incluyendo sus cuotas partes europea y africana; la del Asia esteparia con pellizcos de la Europa que añoran y su respectivo cuñete africano; y la de la expandida Asia indo pacífica con una facción de la vieja Europa y sus puntas de lanza ‘normandas’ en el resto del mundo, incluidas en las otras dos.

Señores, esta nueva escisión planetaria lejos está de frenar la ambición de algunos pocos de quererlo tener todo y más, y de ser los mases sobre los demás mandamases, así en sus madrigueras recién hayan acordado lo contrario para repartirse en tres la tarta. Tampoco resarcirá la precariedad de los sin nada o casi nada de seguir con tal asfixia y angustia por lo que ustedes hagan o decidan hoy, mañana o trasmañana. Estos (las desbordadas mayorías globales y actuales) están dispuestos a migraciones impresionantes y luchas carniceras reivindicatorias donde quiera sea que lleguen, estén o sean llevados, mientras les gruñan de hambre sus tripas y las de los suyos; peor, si saben que pueden ser objeto predeterminado de los misiles ‘inteligentes’ de quienes quieren su desaparición o sometimiento a juro, con o sin motivo alguno.

El hambre masiva, siendo esta la segunda ferocidad humana y arma letal y única de los sin nada o casi nada, es una apestosa ojiva, tan embrutecedora e incontrolable como las apestosas biológicas que de vez en cuando los generales de la muerte, a orden de sus mandamases, dejan escapar de sus laboratorios de guerra.

La hambruna hace que el individuo se crea capaz de arrasarlo todo a costa de su propia vida y la de los suyos. Por lo que, por instinto vengativo destructivo, tercera ferocidad humana escondida pero latente, lo primero que hará, lo cuenta también la amañada historia, será derribar los muros que sean necesarios hasta penetrar los refugios blindados de los orondos poderosos, donde quiera sea que se guarezcan o agazapen, así estén protegidos por ejércitos, hasta ese momento leales… a la paga (la que nunca es suficiente), no a los ideales, causas y ambiciones de sus respectivos patrones, ‘reyezuelos’ y amos del momento.

Estos apertrechados y entrenados alfiles asalariados son, también, seres humanos presos de las tres ferocidades aquellas. Por lo tanto, ante la oportunidad de echarse al bolsillo algunos reales extras y hasta de arañar uno que otro escaño social o institucional, amén del desquite refundido contra sus impotables amos, no dudarán en agarrarlos y arrastrarlos hasta la Bastilla y postrarlos en la guillotina, sin que les importe (¡qué les va a importar si hasta ese momento no han tenido más que su precariedad, inquina y voracidad amordazadas!) que en tal debacle todo se vaya al traste, o se mejore, o se empeore, o hasta mueran muchos o todos en la incierta zarabanda reivindicatoria. En el fondo de sus maltratadas almas… no les importa ni tienen claro si ganarán o perderán. Solo dirán: “¡Pa’ las que sea!”

Cuando llegue el momento de la efervescencia global, la adrenalina social, mezclada con hambres y rencores, más que guardados: ¡enfuertados!, hará las veces de combustible incontrolable. Este por doquiera se esparcirá y hará arder, no solo las covachas de aquellos, también, las onerosas soluciones de interés social y las minúsculas celdas habitacionales financiadas a insolutos saldos de la media poblacional. Entonces, hinchará los corazones y estómagos de la desbordada mayoría mundial, cansada de la afilada geoestrategia controlada desde tres o cuatro fortines ubicados en algún lugar de América, Europa y Asia, siempre en función de los pocos de siempre.

Si la primera ferocidad humana pernocta en las catatumbas cerebrales de cada individuo, la segunda lo hace en su ulcerado estómago, que, al mezclarse con la tercera y otras tantas, impregnadas en cada una de sus susceptibles y canceradas vísceras, exacerbarán las ojivas comportamentales de la devastación de todo a su alrededor. Así las cosas, algunas de las refundidas y engavetadas contradicciones del actual sistema económico y sociocultural podrían reeditarse y ponerse de moda o dar paso a uno nuevo, desconocido, incierto... con pronóstico reservado.

Ustedes lo saben, lo han estudiado o al menos algunos de sus doctos asesores de nómina les habrán comunicado o enseñado que en cuanto a conmiseración y convivencia inteligente (léase equilibrada) es poco lo ganado el haber pasado del salvajismo primitivo al esclavismo, de este al retrógrado feudalismo que mudó hacia el novel capitalismo en el que estamos atrapados. Regímenes todos, en esencia similares en cuanto a sus formas de producción y escabrosas relaciones sociales, no en las nomenclaturas usadas en cada uno. En uno y otro hay dolorosas semejanzas en cuanto a tenencia, poder, comportamientos y sometimientos desequilibrados. Por lo tanto, al entuerto actual, pese a todo, si no es para mejorarlo, sería mejor no hurgarle las verijas al oso, así ahora parezca estar dormido y ser inofensivo.

Por esto y mucho más, si no es para salvaguardar el medio ambiente y optimizarle la vida a cada persona, doquiera sea que viva, piense en lo que piense, crea y pertenezca a la raza que sea, mejor, por favor, ¡dejen quieto el mapa, señores!