En ‘El Valle de las
apariciones’ todos los personajes tienen igual importancia y protagonismo,
además de la conexión entre ellos a través del escritor, quien hace la primera
de las dos voces en la novela. Cada uno construye en su respectivo tramo parte fundamental
del entramado que cobra vida, en un cuerpo etéreo y único, cuando el lector en
su mente junta y remata todos los relatos. Sí, cada uno tiene su impronta, parlamento
y momento específico para compartir con el escritor, a su manera, lo que
piensa, siente, sufre, afecta o necesita denunciar o aclarar.
Hay tres tipos de personajes. Están
los humanos, los de carne y hueso y sus complementarios: las apariciones con
las que el escritor cree interactuar a lo largo de aquel periplo por entre las
hirsutas montañas del valle que, a mitad de país, en su tranco medio, tributa
sus aguas al Magdala, al río de la patria. La segunda categoría está constituida,
precisamente, por el exquisito paisaje y la geografía, en especial, la del
campo, a la que el escritor llama la “amada ruralidad”. La tercera la encarna
la compleja y atropellada historia social de aquella nación subcontinental.
El delicado zurcido de estas
tres categorías de protagonistas que convergen en la obra, en principio hilado
con letras desde su creación y rematado por la inquieta imaginación del lector,
termina en una filigrana tipo acuarela, con encajes, matices y candilejas
exquisitamente difusas que las dos voces de la novela le van mostrando y
explicando al oído del lector; incluso, los detalles aparentemente
imperceptibles. Estos, hasta es posible que pasen inadvertidos a la vista de
los desprevenidos. O, tal vez, algunos querrán dejarlos de ver o entender...
sus razones tendrán a quienes esto les pase.
Aunque al parecer la mayoría
de los personajes humanos y las apariciones son del género masculino, tras
estos, en verdad, las que se llevan el estrellato novelístico son mujeres, aunque
poco asomen sus narices en las páginas. Los protagonistas hombres hacen lo que
hacen y se mueven, en esencia, por fibras que aquellas les exacerban de alguna
manera, por lo general con temas de carácter afectivo-sentimental, social o
místico.
El escritor es la voz visible
a lo largo de la trama. Es el interlocutor y por quien aparecen los demás
personajes. Pero, en esencia, su razón de ser es su esposa, más aún desde la
quinta década de su vida cuando decidió dedicarse a escribir y recorrer la geografía
de su país (la ruralidad) donando sus novelas de ficción social en las bibliotecas
públicas de los pueblos. Su esposa es un personaje que, aunque poco se muestra
en líneas, constituye el soporte existencial del escritor y de casi todos sus
escritos, con mayor razón en ‘El Valle de las apariciones – Novela coral’.
En su orden de aparición el
personaje que comienza a interactuar con el escritor durante aquel periplo de
tres días por los pueblos del valle es, precisamente, la geografía (tanto la
física como la humana), compuesta por los paisajes, los lugareños y su respectiva
cultura, su idiosincrasia. Esto, tanto en el área urbana como, a medida que se
aleja de la caótica ciudad capital, en los pueblos, la zona rural, su amada
ruralidad. Con este personaje: la geografía física y humana de aquel peñasco de
montaña, va entrando en escena la convulsa historia de aquel país subcontinental.
Esta es contada, o develada en lo particular, por cada personaje, sobre todo,
en cuanto a aquellos pasajes que la sociedad quiere, o necesita, por cualquier
motivo, esconder, difuminar o transfigurar.
Al llegar al primer pueblo, La
Vega de Butulú, el escritor se topa al siguiente personaje, El pasajero, quien
casi le causa la muerte. Sin embargo, apasionante por el lastre que le atisbó
desde cuando lo vio en la cafetería donde el escritor fue a desayunar. Gracias
a su relato conoció la historia de su esposa, quien se fue de su lado con un
cardiólogo, apartándolo para siempre de su hija. Lo que a la postre lo conminó
a la incurable y contagiosa nostalgia, no solo la de tipo afectiva, también la
social.
Luego del impase que casi le
cuesta la vida con su famélico pasajero, al llegar al siguiente poblado
interactuó con el barrendero municipal, quien a su vez le devela un fragmento
doloroso e incurable de la historia reciente, no solo de aquel municipio: Cañas
Dulces, sino del país... y podría decirse, también, del subcontinente. La
revelación de este personaje, ligada a la triste suerte de su esposa e hijos,
calarían hondo, muy hondo en la mente del escritor.
En el tercer municipio del
periplo el intelecto del escritor es impactado de manera trascendental, no solo
por las revelaciones que allí se le manifiestan dentro de un marco de historia,
cultura y religión, sino por el encuentro que tuvo, primero, con El Guía de
Villa Remanso, luego, con la despampanante y difusa Bella Morena Triste, en el
parque principal, frente a su iglesia de torres blancas tipo colonial.
Camino a Mi Destino, el final
del recorrido del primer día, la historia y la geografía pueblerinas se
anuncian y entran en escena aprovechando el teatrín que por allí le tenía
preparada su amada ruralidad.
En Mi Destino la poetisa anfitriona
del evento literario al cual fue invitado, y razón o justificación de aquel
periplo, le comparte al escritor un secreto guardado de su infancia, en donde
el actor estelar es un perro que cuando niña su padre Martín le regaló y que
ella llamó Abejón.
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