lunes, 1 de abril de 2024

Laderas de Une

 

Laderas de Une

Esto escuché en alguna reunión entre paisanos. De esta participaban el alcalde, el cura párroco, de aquel entonces, y algunos conciudadanos convocados para la ocasión:

—Bueno, a todas estas: ¿qué es lo mejor de Une? —preguntó uno.

—Lo mejor de este pueblo es su gente que es buena gente —respondió alguno.

—¡Gente que por todo lado y a toda hora se reproduce!, dice mi esposa —agregó otro.

Comentario que al unísono despertó carcajadas concupiscentes entre la mayoría de los concurrentes a la cita literaria.

Sin ser nativo de ese bonito municipio de la provincia de Oriente, a solo 43 km al suroriente de Bogotá, como quien dice, camino al Llano, me causó gracia el comentario. En mis adentros de inmediato me surgió la idea de encabezar de esa manera el artículo que me invitaron a escribir sobre mi visión trocada en anhelo respecto al comercio y al turismo en ese municipio. Lo consideré pertinente con el tema del encargo, toda vez que, precisamente, los protagonistas de uno y otro aspecto económico son sus habitantes, los unenses, tanto los oriundos como los advenedizos, como yo, desde hace poco más de una década.

Según la RAE, el comercio consiste en la compraventa o intercambio de bienes o servicios, mientras que turismo es la actividad o hecho de viajar por placer. Estos conceptos, llevándolos al microcosmo de nuestro interés, recaen, los ejercen y quienes se benefician son sus respectivos lugareños. Mejor si, como los de Une, «son buena gente». Puntal para el crecimiento, desarrollo y disfrute de la comunidad a partir de sus recursos disponibles. Los cuales, allá en las laderas de Une sí que los hay. Pero que a veces, por su abundancia y exquisitez, porque siempre han estado ahí, poco se les mira, mucho menos se les admira ni son tenidos en cuenta como debe ser: un potencial municipal insospechado escondido a la vista de todos.

La temperatura media es de 16 °C, ideal para estas dos actividades económicas. Sin embargo, este enclave de prodigios naturales cuenta con casi todos los pisos térmicos, desde el brumoso y apasionante páramo, portal del más grande del mundo, ¡el Sumapaz!, pasando por el fecundo frío, el amañador templado y hasta el ventilado caluroso sobre la margen de su rumoroso río, tributario este del que viene de las cumbres orientales del altiplano. 

Hasta el momento el comercio gravita, sobre todo, en torno a la riqueza agropecuaria de sus bienquistos suelos y climas variados. De un tiempo para acá, por la cercanía a la ciudad capital, un segundo renglón comercial se asomó a la vitrina natural que constituye su estratégico territorio, apuntalado tras la pandemia que lo hizo aún más atractivo para las viviendas de campo destinadas al descanso, al inimaginado como esclavizante teletrabajo y al solaz de los jubilados.

Una y otra actividad, la agropecuaria, por doquiera la reina de la economía en estas gratas laderas, más la inmobiliaria para el remanso, vigorizan con el paso de los días el comercio y la hacienda municipal, por ende, el valor de cada metro de tierra, tanto el rural como el urbano, así como la mano de obra que, como reza aquel principio, a mayor demanda se incrementa el precio y motiva el crecimiento de la oferta.

Otras tantas ancestrales actividades, cada día con mayor participación de propios y extraños, hacen que la vida bucólica de este municipio mantenga con tendencia creciente su religiosa algarabía, por ende, que fluyan más ingresos en tiendas, expendios, graneros y en donde quiera que sea menester el intercambio de bienes y servicios: la razón del comercio. Incluidas las boticas, como en la ‘Droguería Une’, con más de setenta años de servicio ininterrumpido e imparcial. Allí no solo han comprado Mejorales para sus dolamas los rojos, de quien alguien me dijo que ¡Para godos los liberales de Une!, también, lo han hecho los azules, los verdes, los amarillos y los de otros tantos lábaros contemporáneos. Esto, porque, como lo dice el párroco en misa: A todos nos llega el momento de que nos duele algo, ¡porque no somos Dios! Está probado que todos algo algún día padecieron y hasta esa sala recepción de la botica de la tía María han ido o enviado a alguien por remedios. Lo han hecho, incluso, los héroes de acero que custodian la alta montaña, así como los de su contraparte.

Hablando de la tía María, cómo no incluir su frase célebre cuando se le pregunta sobre cómo hacer de Une un mejor y próspero municipio: Que cada unense coloque su granito de arena.   

Une, como dicen algunos, quiere decir ‘Cielo’. Otros, que significa ‘Cosa buena’, mientras que los más apegados a la historia aseguran que su apelativo proviene de lengua Chibcha, específicamente de los muiscas y que significa ‘Olla’. Esto, porque era el centro de reuniones del cacicazgo de Ubaque. Cualesquiera sean sus notaciones, este pueblo de añejo olor, color y sabor colonial tiene lugares que a veces lo asemejan... cuando no al mismo cielo, al menos a uno cerquita de este. Eso lo experimentan a diarios tanto propios como extraños. En uno u otro caso, ¡‘cosa buena’ sí que es! Sobre todo, al momento de cualquier alimento degustar, salido de esa ‘olla’ humosa y sabrosa que convoca y atrae, inexorable, a la mesa de la anfitriona, sea en el pueblo, mejor, todavía, cuando el llamado a comer de la tribu es en alguna de sus campiñas de ensueño y placer, como califica la RAE el concepto de turismo. Placer de viajar y vivir que en Une sí que se ajusta por completo a tal contexto.

Hablando de ‘olla humosa y sabrosa’, párrafo aparte merece el restaurante ‘Mis Ollitas´, en pleno centro del municipio. Lugar para degustar las exquisitas viandas de su variada carta o la de sus almuerzos tradicionales que hulen y saben a hogar. Tal vez, porque aquellas dos abnegadas hermanas que atienden el negocio le ponen a su sazón ese sinigual toque familiar imposible de olvidar. Aderezo insoslayable, como la historia y la idiosincrasia lugareña que allá en ‘Mis Ollitas’ se lee e inmortaliza en sus paredes pletóricas de fotos: los anales gráficos de aquel mágico pueblo en ladera.

Si bien es cierto que el comercio en Une es floreciente, siendo su base histórica el renglón agropecuario, una bendición del mismo cielo, porque en Une lo que no se da es lo que no se siembra, como lo dijo aquella pispa señora en una bonita tienda en Combura, este va a seguir por largo rato su reinado. Sí, Une seguirá (y debe seguir) soportando su economía en este rubro cuyo sostén, como lo dijo la misma dama tendera aquella, ...casi que la única fuente de empleo es el azadón para el que no quiera estudiar... los demás se van para la ciudad y por allá se quedan, por aquello de que el que no sirva pa carga que al menos sirva pa mula.

En Une la diversidad económica es imparable y el comercio está en las puertas del auge, empujando cada vez con más fuerza el broche agropecuario. No solo por la llegada del urbanismo rural con casas de descanso y para el remanso. ¡Que será bueno mientras no sea malo! Verdad de Perogrullo que es menester a tiempo saber entender y normalizar. Sí, que será bueno mientras no le quite a la campiña su encanto. En tanto el perfume y color de estos apacibles campos sigan así, sin alteraciones hurañas, citadinas, rancias. En tanto caminos y veredas sean lo que ahora son, mantengan incólume su estado ancestral y eviten ser convertidos en ese ...encierro triste y gris que implica la contagiosa ciudad, donde ni siquiera aire puro, como el de por acá, se puede respirar con tranquilidad!, como lo afirmó con sabiduría campesina aquel huésped de tierras cercanas a la laguna Chocolate, con quien me encontré, junto a su jovial hijo, en aquel paraje prístino, camino al Santuario y su impactante mirador sobre otra de las tantas y tantas piedras gigantes, mitológicas, esparcidas a capricho de los dioses por toda esta región. 

Lajas de impenetrable esencia, casi todas con mitos a cuestas, como la del cernícalo, donde, cuentan los lugareños, que aquellas aves la agarran contra los borrachos si se atreven a pasar a pie o en mula por ahí después de las diez de la noche. Está, también, la del sacrificio. De esta dicen que los aborígenes sacrificaban ahí a las princesas para evitar tragedias sociales. Al menos hay cuatro o cinco de estas enormes rocas que llevan el nombre del Diablo. Cada una con historias similares, como la ubicada junto al matadero, dejada allí por aquel personaje una noche cuando bajaba jugando al tejo con ella y lo agarró el amanecer. No falta las dedicadas a la Virgen y a otras tantas deidades.   

El auge del comercio viene de la mano del turismo. Siempre y cuando los unenses los sepan racionalizar y capitalizar. Pero, sobre todo, tendrán que asimilar que este renglón económico: el turismo, es su mayor tesoro escondido a la vista de todos, aunque por doquiera ulula, sobre todo por entre sus laderas de encanto. Han de trabajar en este, ¡y pronto!, mas no de cualquier manera, mucho menos entregándose a ciegas a la desaforada industria turística, como desafortunadamente suele acaecer cuando la ambición le gana a la razón, cuando la ‘economía’ de unos pocos arrasa los sueños, tranquilidad y oportunidades de muchos.

—Entonces, ¿a qué se refiere? —se estarán preguntando.

Hablo del turismo agronómico inteligente. El que también es rentable sin necesidad de desplazar ni afectar la esencia productiva del campo, menos, su ventaja competitiva encarnada en sus paisajes, cultivos y economía agraria. Esta debe dar un salto inmediato de lo químico malsano a lo orgánico sustentable y saludable.

El turismo para esta región no requiere infraestructura costosa, invasiva ni contaminante. Bastará con compartir con ese viajero culto y respetuoso de la ruralidad lo que el campesino tiene en su finca, casa y eras. No solo este paseandero disfrutará de la hospitalidad que se le pueda brindar en las condiciones de vida normales, así sean humildes, que para él será aventura mágica. También, gozará de las costumbres, los cuentos, la cena, la habitación o la carpa y del calor de la hoguera al anochecer para observar, cuando el clima lo permita, de la película infinita que proyecta el firmamento, o del hechizante baile de la neblina cuando lo abraza todo.

Este turista, cuyo placer es viajar por la campiña prístina, para nada es invasivo. Por lo general es educado, respetuoso y amigable del medio ambiente... y también rentable. Este viajero entiende, disfruta y respeta la esencia de la tierra, de la paz del espíritu, de la naturaleza rumorosa, de casas y predios bucólicos, de calles puebleras, de veredas y senderos silenciosos, de fuentes de aguas límpidas, del clima cambiante, de montañas en perenne coqueteo con las nubes, de historia y geografía ancestrales, de petroglifos refundidos en cuevas de aventura callada, de vistas simpar, mírese hacia donde se mire, del paisaje, de la flora, de la fauna arraigada y la viajera, de cómo se ordeña una vaca, de cómo se siembra, cuida y cultiva la papa, el maíz, el cilantro, la cebolla... pero, en especial, a ese turista culto le encanta ir adonde encuentre, además de ese pictórico bodegón que acabo de describir, gente que se sea buena gente, ¡como la de Une!, cuando se lo propone.

En estas laderas de encanto, tan cerca del cielo como de la ciudad capital, está todo lo que se requiere para impulsar y aprovechar el turismo rural inteligente. Quizá lo único que hace falta es voluntad, ganas de hacerlo para que, además del azadón que es una de las pocas oportunidades que tienen los jóvenes que en Une se quedan, también tengan esta nueva herramienta turística, comercial y productiva.

La gran apuesta, entonces, está en el turismo, pero no de cualquier tipo de turismo, ni, de cualquier manera, menos, sin considerar el precio a pagar tarde que temprano. Tampoco, abriéndole el alma municipal al negociante extranjero que todo lo cementa y diseca, con tal de aumentar de manera abismal en el balance la utilidad del ignoto y desafecto inversionista. Si en las manos de aquellos dejásemos este potencial comercial y turístico que es de todos y de cada uno de los habitantes de Une, el azadón o el irse del pueblo continuarían siendo las pocas opciones que tendrían las generaciones en camino.

El turismo agropecuario inteligente en Une debe ser un tema de política pública municipal, para hacer rentable, aún más, lo que en cada finca y casa ahora mismo se hace y tiene. Se requiere que la administración municipal lo asuma como renglón productivo, que lo difunda y apalanque entre cada habitante. También, que se abra y mantenga vigente el portal del turismo rural inteligente y se ponga en venta virtual la atractiva oferta de sitios y eventos que, cuando comience la controlada avalancha de viajeros, estos han de encontrar que la propuesta es real, que es cierta y segura. Además, que existen autoridades que las garantizan, blindan y controlan, así como gente preparada para acompañar al viajero de aquí para allá, de allá para acá. Guías expertos y dispuestos a llevarlos a esos lugares de mágica estancia, bien sea arriba en el páramo, en la exquisitamente fría Combura, en el casco urbano o en la cálida Timasita. Que encontrará, do quiera que vaya el paseante, a una señora de casa gentil y hospedera, al patrón jornalero contento y a sus hijos dispuestos a brindarle hospitalidad campesina, como si el turista, más que un huésped, fuera otro de la familia.

Relacionar aquí todos los posibles planes y lugares que hay por hacer y visitar en estas laderas de Une es un reto, por la variedad y cantidad de opciones apetecibles. Razón por la cual, además de que cada casa rural y urbana ha de hacer parte de la oferta hotelera y de los atractivos municipales, solo resaltaré algunos sitios que, sin lugar a duda, han de ser incluidos en los planes turísticos y polos de desarrollo de Une, sin mayores comentarios para que los expertos y conocedores del terreno los describan como deben salir al mercado.

Paradas obligadas en Chipaque hay que hacer para observar desde el pueblo vecino la celestial ladera unense. Una manera bonita para comenzarle a nutrir de ruralidad el espíritu al viajero. Vista esta que comprueba lo cerca que allí se está del cielo, que hasta tocar las nubes se puede, amén de ser un lugar de encuentro con ancestros y compartir olla, doquiera vaya el turista. Descripción a tono con los dos primeros versos de su himno: ¡Une!, hermano del sol y del viento / de la calma y de la tempestad... En adelante cada verso es un retrato poético de su realidad literaria.

Una vez se deja la autopista al Llano y se toma la carretera Caraza-Une, vía trazada en 1927 e inaugurada el 17 de diciembre de 1932, hay que hacer unas cuantas paradas para contemplar paisajes, precipicios, el cambio paulatino de la flora, la fauna, la caprichosa coloración de la tierra y las enormes y oxidadas rocas de colores que ornan el recorrido, cuales si fuesen guardines del imposible olvido que el visitante se llevará entre la pupila y el alma.

En el casco municipal es visita obligada a la iglesia, al parque, a las calles de antaño y a tantas casas del recuerdo. En estos lares, si el turista es sensible, escuchará suspiros y lamentos de los antepasados, quienes, sin ambages ‘ni pelos en la lengua’, le contarán tanto sus glorias como sus pecados.

Además de a ‘Mis Ollitas’, es imperdible la entrada a las tienditas de en tiempos pasados quedadas y a las de artesanías donde sobresalen productos elaborados a mano con lana de oveja, así como en madera y otros materiales. Comprar un palo de arriero de guayabo viejo para los paseos rurales o de recuerdo del viaje es costumbre, así como un mito de suerte y arraigo.

El sentarse en las tardes a contar historias del pueblo en los aleros internos de las casas más viejas, de hasta doscientos años, es un espectáculo que el turista apreciará y agradecerá ser invitado. Experiencia e información que atesorará y por el mundo difundirá. Lo que implicará más turistas con deseos de conocer aquel pueblo en ladera, cerca del cielo.

No es posible irse del casco urbano de Une sin siquiera haber entrado a golosear al menos a una de las olorosas panaderías. En estas, sus exquisitos amasijos tradicionales antojan o antojan.

Dependiendo de la fecha, increíbles son las festividades, los carnavales, los retozos, las corralejas, las cabalgatas, los desfiles, las alboradas, la iluminación navideña, la fiesta del campesino y su majestuoso día del santo patón.

La casa de la cultura y la biblioteca municipal son espacios que sin mayores atuendos inocuos dejan entrever la majestuosa sencillez de sus habitantes. Espacios que hay que dotar para que el visitante encuentre en estos la voz y el pensamiento de autores y artistas universales.

Un recorrido por la prolija y enternecedora vereda San Luis le afianzará al visitante su amor y defensa por este frágil pedazo de universo dado como casa en préstamo a la humanidad.  

Por cualquiera de los caminos, carreteras y carreteables que conectan las diecisiete veredas, el visitante se topará con lugares y senderos apacibles plagados de atractivos y vistas espectaculares y únicas. Citaré solo algunos de los más populares que no han de faltar en la oferta turística: La Represa Chocolate, en la mítica vereda La Mesa. El Alto del Calvario y sus relatos de fe, amor, aventuras y paisajes. Los Caminos Reales plagados de historia patria y susurros ancestrales. El Alto de la María, con sus vistas que añoran la gloria. La chorrera, cascada natural que contagia paz y tranquilad, quizá porque su nacimiento es en el Sumapaz.

La vereda Hoya de Carrillos es un lugar que no podrá faltar, si al ecoturista queremos gratamente sorprender y seguido de regreso tenerlo.

En la cueva de la piedra El Hueco, lugar de pictografías increíbles, el visitante se conectará con el ayer, por lo que algo del presente con aquellos dibujos, quizá, logre entender. Petroglifos con mensajes que los indígenas de entonces nos quisieron hacer saber... o advertir.

Famosa, de belleza impactante y aventura pasiva es la Caminata Ecoturística que patrocina el municipio. Esta inicia en el casco urbano con destino a la represa de Chocolate y al Alto del Santuario, pasando por el Chuscal y otros lugares espectaculares, hasta regresar al punto de partida, recargado de aire puro, paz interior y hermandad entre lugareños y extraños.

Si el turista es sensible a la literatura le han de ofrecer una visita al Escondite Literario Tropical en la vereda Puente Tierra. En aquel mágico y recóndito lugar no solo quedará impactado con las historias que por allá se enterará, sino por los amaneceres, atardeceres y los avistamientos de aves que han inspirado novelas, relatos, cuentos y artículos publicados en diferentes lugares del mundo.

Otro recorrido maravilloso e imperdible es por el oriente del pueblo, típicamente rural, ecológico y límpido. Este se hace por entre un entronque de antiguos caminos de arrieros, algunos aún empedrados que conducen del vecino municipio de Cáqueza a Une. El hirsuto sendero, amenazado por carreteables y placas huellas recientes, bordea por entre el paisaje la margen del río Negro. Región de un agradable clima entre templado y cálido. Casi a lo largo de todo el recorrido se otea, y cuando no, se escucha, la bulliciosa vía al Llano. Paisaje pictórico, con casas típicamente campesinas engarzadas en escarpadas laderas y peñascos de ensueño, adornados por bosques pletóricos de bromelias, orquídeas, disímiles flores y fauna esquiva e inquieta, como todo lo que reverbera en un paraíso tropical, como este, que, además, se ajusta como ninguno al concepto de remanso de paz.

Por el otro lado, al occidente y más arriba del casco urbano, con algo de grato frío paramuno, El 19 es un portal entre el pasado y un futuro próspero sinigual... siempre y cuando se sepa explorar y desarrollar con respeto e inteligencia turística, de la mano de una agroindustria sustentable que cambie de raíz los tradicionales insumos dañinos por orgánicos saludables y amigos del ecosistema. Si así lo hacen los sembradores, con el decidido apoyo, asistencia y políticas en ese sentido que expidan y cumplan las autoridades, el turista jamás olvidará este sendero de aventura. Lo unenses han de vislumbrar que ahí está la mayor oportunidad para el desarrollo controlado, inteligente e integral de su municipio. Esto, no solo por la comercial y escondida proximidad con las goteras de la capital, sino por la diversidad geográfica y ambiental de la cual goza este paradisiaco y fecundo hábitat.

Pluralidad de vistas, cultivos y ecosistemas que el turista inteligente tendrá la oportunidad de conocer y disfrutar desde el inicio de esta correría en el pueblo, pasando por la vereda Combura... llanura donde el paseante podrá saciar su apetito con gastronomía sinigual. Si lo desea, siempre y cuando habiliten con cautela para esto algunos parajes, podría acampar para comunicarse y comulgar con aquel prístino tesoro ambiental, tan cerca del olvido de muchos, tan lejos del recuerdo de tantos.

Una vez con el estómago pipo o tras pernoctar contemplando la indescriptible bóveda celeste, el viajero podrá seguir su camino, si a bien lo tiene, hacia Potrero Grande en busca del exotérico paso sobre el río Une. Idílico y mágico puente que habla de mitos engarzados entre el bien y el mal.

En ese punto, antes, sobre o después del puentecillo de antaño amarillo pintado, el rondador interactuará, quiéralo o no, con leyendas y mitos, sin necesidad siquiera de intérpretes humanos. Esto va por cuenta y gracia de las etéreas como traviesas apariciones, frecuentes por ahí, integradas al edénico paisaje. Que si se les respeta y escucha lo que tienen que contar, sin formar aspavientos ni griterías de susto o amedrantamiento, a unos y otros (buenos y malos) tranquilos al otro lado los dejarán pasar... Eso dicen, no solo las leyendas de los ancestros, cada día más refundidas en el olvido social, también, algo así reza en la doctrina ultrasecreta que inteligencia militar guarda con recelo en el archivo muerto del cuartel general de comando, en su capítulo sobre ‘Historias del Batallón de Alta Montaña’.

Una vez en territorio de la villa vecina, por donde abundan también los paisajes de remanso y ensueño, el turista, como si no hubiese sido suficiente el disfrute de la naturaleza, se topará en un santiamén en las goteras de la capital, a la entrada del túnel de Boquerón. Pero si el vaquiano es aguerrido y sabe qué recoveco escoger, de un momento a otro aparecerán en una de las fábricas de agua que sacian la sed de los atafagados capitalinos, entregados al desgaste de sus cortas existencias.

Esa zona, por donde recorre El 19, como tal vez lo pensó quien antaño diseñó el camino o lo marcó a lomo de mula, pero que por el antojo de llegar con demorado afán ahora casi todos prefieren la inconstante vía rápida de la congestión habitual, dadas sus características y cercanía escondida con la capital, que ningún otro municipio tiene como tal, es para Une el mayor atractivo y potencial económico integral. En especial, para hacerle frente al complejo panorama de la globalización y sus afectaciones a los bolsillos y al futuro incierto de los productores rurales tradicionales.

Cualesquiera de estos senderos, recorridos o estancias que haga el turista sensible y amigo de la biósfera, cada día más y más en el mundo (inmensurable mercado potencial), le brindará, además del encanto y la magia de Une y su gente, ¡toda buena gente!, un regalo inusual para que se lleve en las alforjas de su alma y lo difunda por doquiera vaya. Además, con seguridad y por siempre contará emocionado uno de los secretos mejor guardados a gritos por estos lados: Que la paz y el progreso entre paisanos hermanos es posible si unos y otros dejan atrás sus rencores y entre totumas pletóricas de chicha se perdonan sus recalcitrantes ofensas y mutuos como reiterados errores sociales.  Que en lugar de a diario pelearse por esto, este o aquello, es por el próspero futuro de Une y su gente que todos han de apostar y poner su granito de arena, como lo afirma la tía María en su imperecedera droguería.




jueves, 29 de febrero de 2024

Claro de Luna


 Allá en mi Escondite Literario Tropical, sede rural, madrugué a escribir el artículo para cumplir el compromiso con la Revista Latina NC. Necesitaba enviarlo a tiempo para que pudiera ser revisado, editado y publicado el último día del mes. Estaba en esas cuando mi gata salvaje se deslizó por la ventana hasta mi escritorio.

Creo que este fue el diálogo mudo que tuvimos… ¡creo!   

—Humano, ¡tengo hambre!

—Hola, Luna, termino una idea y voy...

—¡Deje ya de teclear y sírvame o salto encima de esa cosa!

—¡No!, Luna, no te atrevas a brincar sobre el teclado. Mira que estoy en plena creación...

—¡Creación es la que mis patas y uñas harán si no se mueve y me sirve ya mi concentrado!

—¡Ay!, Luna, me estás dañando el escrito y la inspiración... por favor, bájate de ahí que rasguñas el teclado.

—Se lo advertí, humano terco, si no hay comida...

—Dame unos diez minutos y voy a darte tu concentrado.

—¡Ja!, de aquí no me quito y ni intente moverme porque mis uñas están alborotadas como mis tripas hambrientas. ¡Comida!

            Al ver que la gata no se movía y no dejaba de mirarme como si me retara, me levanté y fui al lugar donde guardamos su concentrado.

—Aquí tienes tu comida, Luna.

—¡Ya era hora, humano! Aunque me gusta más la húmeda, es más fácil de tragar y tiene mejor sabor y olor.

—Cuando vaya a la ciudad te traigo unas latas de las que te gustan... ¡Son más caras!

—¡Qué cosa con usted para que haga lo que le corresponde y me alimente como debe ser!

—Espero que ahora dejes trabajar en paz a tu amo.

—¡Ja!, ¡¿mi amo?! Siga soñando, ¡esclavo! Mejor, déjeme comer tranquilo y vaya ahora sí a inventar buenas historias para que me pueda comprar lo que merezco.

 

miércoles, 31 de enero de 2024

Colibrí verde esmeralda

 


Desde hace unos quince años, tras cumplir los treinta, opté por ir cada mañana al parque del barrio, de 7 a 8, a dar unas cuantas vueltas al trote. Siempre finalizo con unos minutos de estiramiento en la zona de máquinas. Lo hago con regularidad, excepto cuando amanece lluvioso, tengo algo que hacer ese día o los cólicos me lo impiden.

No hablo con nadie, más allá de un esquivo y obligado «¡Hola!», cuando uno que otro hombre adulto me saluda, quizá por cortesía al coincidir en rutinas y lugares. Tampoco faltan otros que sacan a esa hora a pasear sus perros e intentan ser amables.

Solo durante la pandemia vine a percatarme de aquel… tal vez sesentón, aunque parecía más joven. Quizá se conservaba así por su estricta rutina diaria, me imagino que en ese y en otros lugares circunvecinos, porque no siempre iba al parque que frecuento. Era obvio que hacía ejercicios y estiramientos con regularidad y disciplina. Se le notaba en su contextura física y vigor a la vista.

Me causó femenina curiosidad porque, por algunos de mis evidentes atributos físicos jamás paso desapercibida a la mirada coqueta del común de los hombres, no solo de los que me encuentro en el parque cuando voy con prendas ajustadas que resaltan mis cualidades. Desde joven me sucede por doquiera, vaya vestida como vaya y adonde sea.

La excepción, al parecer, vendría a ser ese conservado y disciplinado sesentón, más cerca de la siguiente década que de la anterior. Llegué a pensar de todo, porque, me parecía que, al pasar por su lado, o él por el mío y así me plantara a unos metros delante suyo a realizar mis estiramientos, como que me ignoraba adrede. ¡Cual, si yo no existiese o estuviese ahí, a pocos metros de él!

Desde luego que no sería yo quien tomara la iniciativa de hablarle… ni siquiera de mirarlo, menos, de saludarlo.

¡Ni más faltaba!

Un día cualquiera, cuando terminé mi rutina y él solo iba por la mitad, como siempre, sin siquiera voltearlo a mirar, me dispuse a retirarme. Fue cuando suspendió el estiramiento, me miró, se acercó y me dijo:

—Disculpé usted, señora.

—¡¿Sí?!

—¿Alguna vez le han dedicado el trino o el canto de un colibrí?

 


—¡¿Disculpe?!

—Por lo general, señora, las personas se dedican canciones o poemas y se regalan flores o chocolates; pero nunca el trino de un pájaro, como el de ese pequeño colibrí verde esmeralda que todas las mañanas, cuando coincidimos en este parque, llega con su pareja y se posa en ese árbol seco o en aquel magnolio, así como lo hacen parejas de mirlas, copetones, tórtolas y otras aves. Este colibrí, cuando no es que le canta a su pareja su melodía de felicidad al seguir vivos, vuela raudo unos metros y caza algo en el aire. Luego, mire, va y se lo entrega en el pico a la colibrí que lo espera en la rama. Esta vuela hacia algún lado, tal vez hacia el nido, para llevarle el desayuno a su polluelo… puedo escuchar su algarabía y contento desde aquí.

—¡Sí! —no salía de mi sorpresa, agigantada por lo que le escuchaba al sesentón.

—Mire, señora, ahí regresó la hembra y el macho volvió a trinar, mientras sus ojos escudriñan el aire en busca de más insectos. ¿Los ve?

—Disculpe… sin gafas, a esa distancia, no alcanzo a ver bien.

—Entiendo… pero, escuche su canto.

—¡Sí!, ahora que pongo más atención… ¡sí, escucho el trino de los dos!


—Señora, excuse mi atrevimiento, le dedico ese trino. Cada vez que lo perciba, aquí o donde sea, tal vez se acuerde de mí.

Desde entonces… aquel agradable sesentón no ha vuelto al parque.

Las fotos de este relato son cortesía de la bióloga Marlene Enciso.

lunes, 15 de enero de 2024

La última voluntad del difunto

 

Celebrándole el cumpleaños a un familiar en su casa de campo, otro de los invitados, de voz en cuello, contó varias historias en menos de cuarenta minutos. Todas, al cual más, me parecieron interesantes, aunque propias de sociedades subcontinentales, como esta en la cual, en suerte, nos tocó vivir.

Cuando se despachó con la quinta estaba dispuesto, por cortesía citadina, a escucharle esta y no más. Tenía pensado, una vez aquel terminara, pararme y decirles a los anfitriones que tenía que regresar temprano a la capital, antes de entrada la noche.

Nos contó que un paisano suyo trabajó toda la vida de sol a sol, como una mula. Enfatizó en que aquel hombre, aunque antes de los cincuenta tenía una inmensa fortuna, representadas en empresas, fincas agrícolas, camiones y otras inversiones, jamás disfrutó la vida, casi que ni salió del pueblo, por lo que no viajó ni se dio gusto alguno, diferente a ver crecer su patrimonio.

—Todo para él fue mero trabajo. Ni siquiera descansó los domingos ni días festivos, mucho menos, que se sepa, celebró su cumpleaños ni los de nadie. Ni siquiera los de doña Julia, su mujer, diez años menor que él. Todo lo que producía lo atesoraba e invertía para que le diera mayor rendimiento.

—¿Tuvo hijos? —preguntó alguien.

—Dicen que cuando era joven a don Pancracio lo pateó una mula en sus partes nobles —respondió el anfitrión del ágape y paisano del narrador.

—Ella, durante los treinta años de casados, pese a que su marido era el más acaudalado de la región —continuó el narrador—, apenas tenía para comer y comprarse uno que otro chiro para Semana Santa, cuando don Pancracio, hombre de fe y camándula, al fin se dignaba y le daba unos reales para que ella estrenara el Viernes Santo. Él tampoco era mucha la ropa que estrenaba y ni siquiera gastaba en médicos, menos, en remedios, cuando le comenzó la maluquera que al fin se lo llevó.

—¡Increíble que ni para el médico ni las medicinas gastara! —se me salió.

—Así fue, amigo —me respondió el narrador—. Fue amarrado hasta cuando entendió que le quedaba poco tiempo de vida, por lo cual, sabiendo que su mujer, no solo de verdad lo amaba, sino que era al extremo católica y sumisa, la llamó y le compartió su última voluntad.    

—Ni me la quiero imaginar —atiné a decir—. Esta, ¿en qué consistió?

—Le dijo cuando sintió que se le escapaba la vida: «Mujer, mi última voluntad es que en mi cajón me eche toda la plata, hasta el último centavo. Me quiero llevar para el otro toldo todo lo mío para tenerlo disponible. ¡Es mi última voluntad, Julia!». Al poco tiempo el viejo estiró la pata.

—¡Inaudita la petición que le hizo su marido! —dije, tomando partido, poco común en mí—. ¡Qué señor tan tacaño!

—Lo era, amigo, lo era. El viejo sabía que su mujer, piadosa y obediente, además de sugestionada por su última voluntad, se la cumpliría.

—Entonces, ¿la señora cumplió con la última voluntad del difunto? ¡Inadmisible!

—Piadosa, obediente y sumisa, por su puesto, vendió todo y se la cumplió… el único problema fue que, cuando tuvo todo el dineral a su disposición se dio cuenta de que este no le cabría en el cajón de su difunto y amado esposo.

—¡Obvio!, ¿entonces?

—Entonces, piadosa, obediente y sumisa consignó toda la plata en una cuenta y pidió una tarjeta débito compartida a nombre de don Pancracio.

—Disculpe, no entiendo... es decir, ¿le incumplió la promesa de echarle toda su plata en el cajón?

            —Nada de eso, mi amigo, en el cementerio, antes de bajar el cajón al hueco, la señora Julia lo hizo abrir, le puso la tarjeta en la mano del difunto y le dijo: «Mijo, con esta tarjeta, cuando por allá quieras efectivo, puedes retirar lo que sea y gastar lo que necesites.». Como puede ver, amigo, ella le cumplió la última voluntad al difunto.

Relato disponible en Revista Latina NC y en Vitrina de Libros Virtuales

viernes, 1 de diciembre de 2023

Casi noventa resoluciones

 

Cuando por fin nos encontramos en aquel Café Valdez y comenzamos a degustar, él su primer tinto americano y yo un late aderezado con canela molida, soltó sin mayores filtros esta historia, entre otras tantas que atesora y trae guardadas desde el orto del convulso s. XXI, allá en los inexpugnables calabozos de su memoria.

Historia que, desde luego, por seguridad nacional y personal de aquel egregio exfuncionario, también, de mi pellejo, hice objeto del pincel de la transfiguración literaria subcontinental para compartirla con ustedes y las futuras generaciones lectoras, de haberlas.

Desde luego que, como esta, en el piélago histórico de su mágico país que alguna vez lo tuvo todo, menos, amor patrio, son incontables las que hay por ahí y que muchos como él tienen refundidas en sus molleras. Todas similares porque, como esta de las casi noventa resoluciones, trascienden a nostalgia social, fotografía política de un país simpar, condenado a repetir una, dos, tres y muchas veces su tragicómica historia política.

—Mire, mi hermano —me dijo—, al segundo cargo de la Agencia para la Investigación y el Desarrollo Integral del Agro, la AIDIA, es decir, como subdirector general, llegué para impulsar su misión social y funciones técnicas y científicas, gracias a mi formación profesional y posgradual, a mi experiencia, así como a unos amigos de estudios y labores en oficios anteriores en ese sector. Como te he contado.

—¡Claro!, lo sé.

—La AIDIA fue creada para eso, para temas técnicos y científicos, en aras de hacer más productivas las tierras del campo y mejorar los ingresos de los campesinos… no como escampadero ni para dobleces politiqueros. Mucho menos, mi hermano, para triquiñuelas de papel, lo que implicaba poner al poco personal de la entidad a cuidar fincas y activos incautados a los malandros, además de exponer la integridad física y moral de todos.

—Pero ¿qué fue lo que pasó?

—El director de la agencia, unos días antes de salir en comisión, dizque para asistir a un simposio internacional agropecuario en África, razón por la cual yo quedaba encargado, me comentó entre dientes que el alto gobierno estaba pensando en asignarle a la agencia una función trascendental para el beneficio, no solo del país, en especial, del sector. Porque, según él… o le dijeron que me dijera, catapultaría la generación de ingresos agropecuarios, la inversión y la dinámica de la agencia y del campo y cosas sueltas así.

—Hasta ahí suena interesante el tema.

—Pero nada concreto, hasta ese momento. El director salió y yo asumí.

—Quedaste encargado. Una bonita palomita, tal parecía.

—¡Encartado, fue la verdad! Yo asumí el lunes. Al siguiente martes fui llamado a la casa del gobierno nacional. No tenía ni idea sobre el tema de la agenda. Solo que tenía que asistir a una reunión de alto nivel.

—De entrada, me hubiese generado suspicacia.

—Me la generó, desde luego. Con mayor razón, cuando al llegar a la sala de juntas, en pleno estaba el comité nacional de gobierno. Es decir, todos los ministros y directores de las demás agencias. El único que faltaba, presencialmente, porque estaba al teléfono, en alta voz, era el presidente.

—Bueno, era de esperar que a reuniones de ese talante asistirías, y no solo a esa, sino a otras tantas, mientras estuvieras encargado de la dirección general, supongo.

—Se supone. ¡Pero no que en la primera me quisieran coger de gancho ciego!

—¿Cómo es eso?, ¿qué paso?

—En síntesis, después de un discurso altisonante por el altavoz, el presidente me dijo que la AIDIA se haría cargo de casi noventa grandes propiedades incautadas para ponerlas a producir…

—¡Ah, carajo!

—Las tales propiedades esas fueron incautadas a los peores criminales de esa época y en los lugares más recónditos y peligrosos… ¡tierra de nadie!

—Entiendo su expresión de ¡gancho ciego!

—La orden del presidente era que no podía salir de esa reunión sin firmar las casi noventa resoluciones que pusieron en ese momento frente a mí.

—¿Entonces?

—De manera diplomática le comuniqué al mandatario y a todos que tenía que mirar cada uno de esos actos administrativos y obtener el respectivo concepto del departamento jurídico de la agencia, antes de estampar mi firma.

—Me imagino lo que pasó.

—Como era de esperar, el presidente hizo sus consabidos berrinches, soltó unos cuantos madrazos y amenazas antes de tirar el teléfono. Luego, fueron las miradas inquisitivas de los ministros y demás directores de las agencias. De esa reunión salí con las casi noventa resoluciones y se las pasé a jurídica… Allá estaban, aún, cuando el director, mi amigo y colega, llegó de África hecho una fiera por haber desobedecido la orden presidencial y el encargo principal que él me hizo.

—Me imagino, entonces, que él sí firmó las casi noventa resoluciones.

—No, finalmente el gobierno repartió las propiedades entre parlamentarios, políticos, amigos de unos y otros… Algunos murieron o fueron asesinados por esto o aquello. Otros tienen procesos penales delicados, fuera de los quince que están condenados. Aunque, también es cierto, que varios se enriquecieron, llegaron a ser magistrados, ministros, grandes empresarios… en fin, propio del folclor cultural nacional de mi país, mi hermano.

La papa que nos comemos

 


Con eso del cambio climático, la contaminación ambiental, así como para evitar en cualquier momento otro periodo infernal de cuarentena encerrado entre cuatro paredes en un conglomerado residencial, y una vez la pandemia pareció dar tregua, decidí buscar un cuadro de tierra en un pueblo algo cerca de la capital para construir una cabaña e irme a vivir allá de manera alternativa. La idea no era desconectarme del todo de la vida citadina, por lo del trabajo y los asuntos médicos y asistenciales que en el campo suelen ser restringidos, complejos, cuando no inexistentes en algunos casos. Por lo que para estos y otros menesteres es imperioso el vínculo y la cercanía con la urbe.

Busqué, entonces, un pueblo en ladera, a menos de dos horas del límite capitalino. Chirataura, nombre del villorrio al que fui a dar, tiene la mayoría de los pisos térmicos tropicales. Desde el brumoso páramo, el recalcitrante y quemante frío, el inconstante templado y hasta el huraño semi cálido. Por lo que, como es obvio, goza de una variedad de tierras dedicadas a la explotación de diversos renglones agropecuarios y últimamente a la vivienda suburbana, ¡casas dormitorio! Este uso es quizá el de mayor y dramática proyección en los municipios ubicados en las inmediaciones de las grandes como atestadas metrópolis.

Pese al incremento del precio de la tierra, antes dedicadas solo a labores agrarias, que comenzó desde unos años antes de la pandemia y que se desenfrenó durante esta, y hasta ahora, me atrajo la oferta de un lote grande de casi cinco hectáreas, con un monto algo cómodo, a quince minutos abajo del poblado. Lo compré. Hasta entonces, como me dijo el vendedor y luego averigüé, allá solo cultivaban productos de la región, ni siquiera casa habitable tenía... aunque sí unas vistas espectaculares, tanto en los amaneceres como en los atardeceres, amén de ser paso y anidación de un sinnúmero de aves migratorias. Que fue lo que más me sedujo, fuera de la ganga en cuanto al precio.

Era el sitio perfecto para hacer la cabaña en un alto. Pensé desde ese momento sembrarle árboles, jardines y huertos, así como trazar senderos ecológicos para el avistamiento de aves en el resto del predio que, tiempo atrás, fue deforestado casi en su totalidad para darle espacio a los sembradíos. Aún eran evidentes las heridas que sufrió el que antaño fue un bosque nativo que llegó a cubrir la ladera de aquel municipio, por ende, gran parte del retazo de tierra que adquirí.

En mi pedazo de loma aún quedaba uno que otro árbol, así como una mata de monte que persistía al fondo, en la parte más lejana, entre peñascos, hondonadas y límite con otras propiedades. Pensé, cuando fui la primera vez a negociar el lote, que la motosierra no llegó hasta ese lejano montecito porque, al ser lo más quebrado, empinado y apartado del predio, era difícil y nada atractivo, ni rentable, sembrar y luego cosechar algo por allá.

No estaba del todo equivocado en cuanto a la pervivencia de aquella mata de monte. Por allá solo me asomé hasta cuando tuve las escrituras a mi nombre y llevé a un ingeniero para que hiciera los trámites respectivos para la licencia de construcción de la vivienda... mi añorada cabaña campestre.

A diferencia de lo que pasa en la gran parte de la descapotada ladera, todavía más en los predios alrededor del mío, la mayoría todavía dedicados a la producción agropecuaria, la arbolada del risco de mi cuadro de tierra permanece fresca, no solo en invierno cuando es esplendorosa, también lo hace durante el atosigante verano... aunque bajo un atufo que acongoja mi hastiado espíritu citadino desde cuando me tropecé con la tan subcontinental razón de su verdor perenne.

Chirataura y toda aquella región es objeto inexorable de los embates del clima extremo, más ahora que antes. Durante cerca de seis meses hay lluvias copiosas que lo inundan y desbarrancan todo, además de amenazar las cada vez más endebles y expuestas infraestructuras rurales, tanto las públicas como las privadas. Todavía así, estos torrenciales son propicios y esperados para los cultivos, ganadería y vida bucólica entre neblina, razón por la cual los moradores soportan y capotean a su manera los embates del invierno y le sacan beneficio.

Otra cosa es durante el duro verano, el resto del año. Es cuando la tierra se cuartea y con ella los bolsillos campesinos flaquean ante la insuficiencia del líquido vital. ¡Bendita agua!, chorrito disminuido que dejan escurrir del páramo y que las autoridades, mediante el acueducto, priorizan para el consumo humano, el doméstico. Por lo tanto, el agua para el ganado y el regadío de los cultivos y las tareas de limpieza asociadas... sería lo de mayor afectación, de no ser por la capacidad de sobreponerse a puño que tienen los chiratauros.

A la salida del casco urbano, casi dos kilómetros arriba de mi cuadro de tierra, las aguas residuales del pueblo son canalizadas a cielo abierto por entre los linderos de los predios rurales. Un ramal de esa cloaca nutre y ‘perfuma’ mi mata de monte en lo alto del risco.

—Desde ahí, patrón, por ser el borde de la pendiente —me dijeron informalmente cuando protesté ante las autoridades municipales de Chirataura por tal situación—, sus vecinos de las fincas de abajo hacen pocetas y conectan las mangueras que llevan esa sopa de agua hasta los sembradíos, no solo para irrigar las matas y limpiarle el barro a la papa que nos comemos y a la capital llevamos; también la usan para todo lo que se produce, sea menester y mueva la economía en las inmediaciones de su finca... Permiso que, de tiempo atrás, todos los dueños anteriores han permitido en aras del beneficio colectivo.

Mi pedazo de loma ahora está en proceso de lenta reforestación en torno a la cabaña bonita que edifiqué en uno de sus altos. Desde su terraza panorámica, en las tardes, no solo teletrabajo, también oteo el sol de los venados mientras escucho entre los nuevos jardines y senderos la tonada del viento de oriente que acompasa el romance de los pájaros, a la vez que saludo a los vecinos que entran a mi finca, rumbo a la frondosa arbolada del risco. Lo hacen a diario para ir y destapar las olorosas pocetas bocatomas y acomodar las mangueras aquellas, de tal manera que durante el inclemente verano no les falte el insumo vital y orgánico para los menesteres propios de sus cultivos y ganados, evitando, así, que la economía lugareña flaquee y a todos nos afecte... ¡aún más!

El texto de este relato de ficción social subcontinental está incluido en:

 Canto Planetario Hermandad en la Tierra

compilación de Carlos Jarquín, páginas 170-173, volumen I,

HC Editores, Amazon.com, 2023.