viernes, 1 de diciembre de 2023

Casi noventa resoluciones

 

Cuando por fin nos encontramos en aquel Café Valdez y comenzamos a degustar, él su primer tinto americano y yo un late aderezado con canela molida, soltó sin mayores filtros esta historia, entre otras tantas que atesora y trae guardadas desde el orto del convulso s. XXI, allá en los inexpugnables calabozos de su memoria.

Historia que, desde luego, por seguridad nacional y personal de aquel egregio exfuncionario, también, de mi pellejo, hice objeto del pincel de la transfiguración literaria subcontinental para compartirla con ustedes y las futuras generaciones lectoras, de haberlas.

Desde luego que, como esta, en el piélago histórico de su mágico país que alguna vez lo tuvo todo, menos, amor patrio, son incontables las que hay por ahí y que muchos como él tienen refundidas en sus molleras. Todas similares porque, como esta de las casi noventa resoluciones, trascienden a nostalgia social, fotografía política de un país simpar, condenado a repetir una, dos, tres y muchas veces su tragicómica historia política.

—Mire, mi hermano —me dijo—, al segundo cargo de la Agencia para la Investigación y el Desarrollo Integral del Agro, la AIDIA, es decir, como subdirector general, llegué para impulsar su misión social y funciones técnicas y científicas, gracias a mi formación profesional y posgradual, a mi experiencia, así como a unos amigos de estudios y labores en oficios anteriores en ese sector. Como te he contado.

—¡Claro!, lo sé.

—La AIDIA fue creada para eso, para temas técnicos y científicos, en aras de hacer más productivas las tierras del campo y mejorar los ingresos de los campesinos… no como escampadero ni para dobleces politiqueros. Mucho menos, mi hermano, para triquiñuelas de papel, lo que implicaba poner al poco personal de la entidad a cuidar fincas y activos incautados a los malandros, además de exponer la integridad física y moral de todos.

—Pero ¿qué fue lo que pasó?

—El director de la agencia, unos días antes de salir en comisión, dizque para asistir a un simposio internacional agropecuario en África, razón por la cual yo quedaba encargado, me comentó entre dientes que el alto gobierno estaba pensando en asignarle a la agencia una función trascendental para el beneficio, no solo del país, en especial, del sector. Porque, según él… o le dijeron que me dijera, catapultaría la generación de ingresos agropecuarios, la inversión y la dinámica de la agencia y del campo y cosas sueltas así.

—Hasta ahí suena interesante el tema.

—Pero nada concreto, hasta ese momento. El director salió y yo asumí.

—Quedaste encargado. Una bonita palomita, tal parecía.

—¡Encartado, fue la verdad! Yo asumí el lunes. Al siguiente martes fui llamado a la casa del gobierno nacional. No tenía ni idea sobre el tema de la agenda. Solo que tenía que asistir a una reunión de alto nivel.

—De entrada, me hubiese generado suspicacia.

—Me la generó, desde luego. Con mayor razón, cuando al llegar a la sala de juntas, en pleno estaba el comité nacional de gobierno. Es decir, todos los ministros y directores de las demás agencias. El único que faltaba, presencialmente, porque estaba al teléfono, en alta voz, era el presidente.

—Bueno, era de esperar que a reuniones de ese talante asistirías, y no solo a esa, sino a otras tantas, mientras estuvieras encargado de la dirección general, supongo.

—Se supone. ¡Pero no que en la primera me quisieran coger de gancho ciego!

—¿Cómo es eso?, ¿qué paso?

—En síntesis, después de un discurso altisonante por el altavoz, el presidente me dijo que la AIDIA se haría cargo de casi noventa grandes propiedades incautadas para ponerlas a producir…

—¡Ah, carajo!

—Las tales propiedades esas fueron incautadas a los peores criminales de esa época y en los lugares más recónditos y peligrosos… ¡tierra de nadie!

—Entiendo su expresión de ¡gancho ciego!

—La orden del presidente era que no podía salir de esa reunión sin firmar las casi noventa resoluciones que pusieron en ese momento frente a mí.

—¿Entonces?

—De manera diplomática le comuniqué al mandatario y a todos que tenía que mirar cada uno de esos actos administrativos y obtener el respectivo concepto del departamento jurídico de la agencia, antes de estampar mi firma.

—Me imagino lo que pasó.

—Como era de esperar, el presidente hizo sus consabidos berrinches, soltó unos cuantos madrazos y amenazas antes de tirar el teléfono. Luego, fueron las miradas inquisitivas de los ministros y demás directores de las agencias. De esa reunión salí con las casi noventa resoluciones y se las pasé a jurídica… Allá estaban, aún, cuando el director, mi amigo y colega, llegó de África hecho una fiera por haber desobedecido la orden presidencial y el encargo principal que él me hizo.

—Me imagino, entonces, que él sí firmó las casi noventa resoluciones.

—No, finalmente el gobierno repartió las propiedades entre parlamentarios, políticos, amigos de unos y otros… Algunos murieron o fueron asesinados por esto o aquello. Otros tienen procesos penales delicados, fuera de los quince que están condenados. Aunque, también es cierto, que varios se enriquecieron, llegaron a ser magistrados, ministros, grandes empresarios… en fin, propio del folclor cultural nacional de mi país, mi hermano.

La papa que nos comemos

 


Con eso del cambio climático, la contaminación ambiental, así como para evitar en cualquier momento otro periodo infernal de cuarentena encerrado entre cuatro paredes en un conglomerado residencial, y una vez la pandemia pareció dar tregua, decidí buscar un cuadro de tierra en un pueblo algo cerca de la capital para construir una cabaña e irme a vivir allá de manera alternativa. La idea no era desconectarme del todo de la vida citadina, por lo del trabajo y los asuntos médicos y asistenciales que en el campo suelen ser restringidos, complejos, cuando no inexistentes en algunos casos. Por lo que para estos y otros menesteres es imperioso el vínculo y la cercanía con la urbe.

Busqué, entonces, un pueblo en ladera, a menos de dos horas del límite capitalino. Chirataura, nombre del villorrio al que fui a dar, tiene la mayoría de los pisos térmicos tropicales. Desde el brumoso páramo, el recalcitrante y quemante frío, el inconstante templado y hasta el huraño semi cálido. Por lo que, como es obvio, goza de una variedad de tierras dedicadas a la explotación de diversos renglones agropecuarios y últimamente a la vivienda suburbana, ¡casas dormitorio! Este uso es quizá el de mayor y dramática proyección en los municipios ubicados en las inmediaciones de las grandes como atestadas metrópolis.

Pese al incremento del precio de la tierra, antes dedicadas solo a labores agrarias, que comenzó desde unos años antes de la pandemia y que se desenfrenó durante esta, y hasta ahora, me atrajo la oferta de un lote grande de casi cinco hectáreas, con un monto algo cómodo, a quince minutos abajo del poblado. Lo compré. Hasta entonces, como me dijo el vendedor y luego averigüé, allá solo cultivaban productos de la región, ni siquiera casa habitable tenía... aunque sí unas vistas espectaculares, tanto en los amaneceres como en los atardeceres, amén de ser paso y anidación de un sinnúmero de aves migratorias. Que fue lo que más me sedujo, fuera de la ganga en cuanto al precio.

Era el sitio perfecto para hacer la cabaña en un alto. Pensé desde ese momento sembrarle árboles, jardines y huertos, así como trazar senderos ecológicos para el avistamiento de aves en el resto del predio que, tiempo atrás, fue deforestado casi en su totalidad para darle espacio a los sembradíos. Aún eran evidentes las heridas que sufrió el que antaño fue un bosque nativo que llegó a cubrir la ladera de aquel municipio, por ende, gran parte del retazo de tierra que adquirí.

En mi pedazo de loma aún quedaba uno que otro árbol, así como una mata de monte que persistía al fondo, en la parte más lejana, entre peñascos, hondonadas y límite con otras propiedades. Pensé, cuando fui la primera vez a negociar el lote, que la motosierra no llegó hasta ese lejano montecito porque, al ser lo más quebrado, empinado y apartado del predio, era difícil y nada atractivo, ni rentable, sembrar y luego cosechar algo por allá.

No estaba del todo equivocado en cuanto a la pervivencia de aquella mata de monte. Por allá solo me asomé hasta cuando tuve las escrituras a mi nombre y llevé a un ingeniero para que hiciera los trámites respectivos para la licencia de construcción de la vivienda... mi añorada cabaña campestre.

A diferencia de lo que pasa en la gran parte de la descapotada ladera, todavía más en los predios alrededor del mío, la mayoría todavía dedicados a la producción agropecuaria, la arbolada del risco de mi cuadro de tierra permanece fresca, no solo en invierno cuando es esplendorosa, también lo hace durante el atosigante verano... aunque bajo un atufo que acongoja mi hastiado espíritu citadino desde cuando me tropecé con la tan subcontinental razón de su verdor perenne.

Chirataura y toda aquella región es objeto inexorable de los embates del clima extremo, más ahora que antes. Durante cerca de seis meses hay lluvias copiosas que lo inundan y desbarrancan todo, además de amenazar las cada vez más endebles y expuestas infraestructuras rurales, tanto las públicas como las privadas. Todavía así, estos torrenciales son propicios y esperados para los cultivos, ganadería y vida bucólica entre neblina, razón por la cual los moradores soportan y capotean a su manera los embates del invierno y le sacan beneficio.

Otra cosa es durante el duro verano, el resto del año. Es cuando la tierra se cuartea y con ella los bolsillos campesinos flaquean ante la insuficiencia del líquido vital. ¡Bendita agua!, chorrito disminuido que dejan escurrir del páramo y que las autoridades, mediante el acueducto, priorizan para el consumo humano, el doméstico. Por lo tanto, el agua para el ganado y el regadío de los cultivos y las tareas de limpieza asociadas... sería lo de mayor afectación, de no ser por la capacidad de sobreponerse a puño que tienen los chiratauros.

A la salida del casco urbano, casi dos kilómetros arriba de mi cuadro de tierra, las aguas residuales del pueblo son canalizadas a cielo abierto por entre los linderos de los predios rurales. Un ramal de esa cloaca nutre y ‘perfuma’ mi mata de monte en lo alto del risco.

—Desde ahí, patrón, por ser el borde de la pendiente —me dijeron informalmente cuando protesté ante las autoridades municipales de Chirataura por tal situación—, sus vecinos de las fincas de abajo hacen pocetas y conectan las mangueras que llevan esa sopa de agua hasta los sembradíos, no solo para irrigar las matas y limpiarle el barro a la papa que nos comemos y a la capital llevamos; también la usan para todo lo que se produce, sea menester y mueva la economía en las inmediaciones de su finca... Permiso que, de tiempo atrás, todos los dueños anteriores han permitido en aras del beneficio colectivo.

Mi pedazo de loma ahora está en proceso de lenta reforestación en torno a la cabaña bonita que edifiqué en uno de sus altos. Desde su terraza panorámica, en las tardes, no solo teletrabajo, también oteo el sol de los venados mientras escucho entre los nuevos jardines y senderos la tonada del viento de oriente que acompasa el romance de los pájaros, a la vez que saludo a los vecinos que entran a mi finca, rumbo a la frondosa arbolada del risco. Lo hacen a diario para ir y destapar las olorosas pocetas bocatomas y acomodar las mangueras aquellas, de tal manera que durante el inclemente verano no les falte el insumo vital y orgánico para los menesteres propios de sus cultivos y ganados, evitando, así, que la economía lugareña flaquee y a todos nos afecte... ¡aún más!

El texto de este relato de ficción social subcontinental está incluido en:

 Canto Planetario Hermandad en la Tierra

compilación de Carlos Jarquín, páginas 170-173, volumen I,

HC Editores, Amazon.com, 2023.

Un mural literario universal


 

El Arte – Espejo de un Inmigrante – Historia de Cornelio Campos’, contada por su protagonista y plasmada en letras por Cuquis Sandoval, más que una obra literaria universal viene a ser el mejor y mayor de los murales de este artista, quien se presenta de forma singular:

Soy Cornelio Campos, nacido en Cherán, Michoacán, de sangre purépecha; mi profesión es ser pintor de murales; estoy integrado a la cultura de E.U.A. desde hace algunos ayeres, radico en Carolina del Norte, una ciudad llena de historia y que ha sido mi hogar y punto álgido como artista.

A lo largo de los trece capítulos que constituyen esta narrativa, ilustrada con fotos de rancia como melancólica recordación, el lector irá armando en su mente, ¡inexorable!, ese cuadro, esa pintura de nostalgia social subcontinental que el protagonista esta vez plasmó, no con pinceles, como lo hace con genialidad y maestría en lienzos y superficies que atesoran sus obras que tantos reconocimientos y satisfacciones le han dado, sino con su voz, con palabras que María del Refugio Sandoval Olivas, reconocida docente y escritora oriunda de Balleza, Chihuahua, supo convertir en un mural literario universal y que, en formato libro, Revista Latina NC le entrega al mundo cual legado histórico, social, económico, político y cultural; como suelen hacerlo sus dos directivos principales: Edgar Bernal y Citlalitl Ceballos. Adalides convencidos y dispuestos a brindarles apoyo a los inmigrantes, de donde quiera sean y estén, para que estos den a conocer su cultura, situaciones, experiencias o historias de vida, como lo hizo esta vez Cornelio Campos.

Aunque en el resumen se dice y se limita a: Sus páginas llevan al lector a conocer la génesis y desarrollo de una familia mexicana oriunda del estado de Michoacán, del pueblo de Cherán, un lugar con usos, tradiciones y costumbres, producto de la herencia generacional de sus habitantes, quienes han salido adelante a pesar de las múltiples problemáticas económicas, políticas y sociales que han enfrentado…, me atrevería a universalizar el ingente mural que este artista mexicano pinceló con palabras salidas del su alma y con la fuerza del corazón de un batallador incansable, como lo es él.

Diría, sin temor a equivocarme, que lo plasmado en esta obra literaria es universal. Que tal situación no solo pasó, pasa y pasará en Cherán, Michoacán, la bonita tierra del muralista. Esta fenomenología social prevalece más allá de México, Centroamérica y Suramérica, donde, para los sin nada, para los despojados de casi todo, migrar hacia los Estados Unidos de Norteamérica parece ser la única alternativa para el cambio, para surgir, para encontrar mejores oportunidades… o para toparse con ese espejismo, cual incubado sueño surrealista; como otros tantos lo han comprobado tras dejar la amada patria de muerte herida y a la cual, quizá, jamás regresen.

Migrar… vocablo que implica dejar el terruño, casi siempre porque su contexto sociopolítico suele estar plagado de ignominia y lacerante desigualdad legalizada, que jamás será legítima, así la empasten en constituciones, leyes y normatividades amañadas.

Migrar, así sea sometiéndose a condiciones infrahumanas; más que vívidas en este mural literario que nos obsequia Campos, como esa sobre la sumersión en alcantarillas para lograr ‘pasar al otro lado’.

Para algunos, los más osados… ¡tal vez!, migrar, entonces, pareciera ser la única posibilidad de salir de la sin salida a la cual unas élites minoritarias en cada país subcontinental, tan perversas como poderosas, han sometido a las paupérrimas e históricamente ignaras mayorías. Las cuales, mejor y más rentables serán para estos entronados a perpetuidad en el poder, entre más ignaras y resignadas aquellas sean mantenidas, entre más difíciles les pongan las oportunidades de educarse, capacitarse o de ingresar a la universidad. Como le pasó a Cornelio, razón por la cual, aquel muchacho intrépido decidió agarrar maleta rumbo a California, USA, en un camión del cual conserva el tiquete y que convirtió en pieza invaluable de museo. En su trashumancia llegó a la casa de unos allegados que creían en él, en su arte y que lo apoyaban. Pero por su espíritu artístico y de superación continua, al rato cogió camino hacia Carolina del Norte, para donde un primo. Allá le tocó trabajar en todo lo que se le presentó: construcción, electricidad y otros oficios similares, a imagen y semejanza como lo hizo su padre en Cherán para conseguir lo del bocado de comida para su numerosa familia.

De su padre, entre infinidad de ejemplos y enseñanzas que marcaron su derrotero artístico durante su infancia y juventud temprana, entre innumerables recuerdos físicos y abstractos que de él lleva a toda parte, está el sombrerito aquel que su viejo dejó olvidado cuando fue a visitarlo a los Estados Unidos. Artículo humilde, pero de valor incalculable, que Cornelio trastea a donde sea que él vaya en honor a su padre y como emblema de su gente, de su raza, de su país, de su cultura, de su duro pasado, de los olvidados subcontinentales… Olvidados e ignorados a no ser que sea para escoriar sus territorios y extraer sus incalculables recursos naturales, renovables y no renovables; o para engancharlos como mano de obra barata en sus factorías o en sus ingentes campos agrícolas una vez al otro lado de la frontera.

Si la figura paterna para este genio del pincel es abrumadora e inspiradora, qué decir de la inherente a la de su por siempre idolatrada madre y su entorno socioeconómico, tan singular dentro de lo común y dramático en los países subcontinentales...

Pero, para captar la dimensión de tal sentimiento hecho trazo literario, mejor será que él lo cuente:

…mamá se hincaba sobre el suelo y remolía la masa, luego formaba una bolita con sus manos y hacía «testales», (término náhuatl que significa masa para poner) torteaba redondeando la forma y la pasaba al comal encendido, preparando las tortillas de maíz más sabrosas que he comido en mi vida.

Esas imágenes impregnadas de aromas y colores vuelven a mi mente una y otra vez, puedo visualizarlo preparando los alimentos en ese lugar sorprendente llamado cocina, donde la magia ocurría una y otra vez, sus sartenes y ollas como instrumentos y herramientas de cocción, tenían el poder de transformar la comida más sencilla en un manjar; el aroma que impregna mis sentidos alojado en un lugar especial de las memorias, sigue prevaleciendo; puedo reproducir en mi mente, su forma diligente de moverse en ese espacio tan suyo, caminando, limpiando, dando órdenes, instrucciones y preparando sabrosas combinaciones producto de esa herencia generacional transmitida por siglos que ha conformado la cultura gastronómica de mi pueblo.

Mapa socioeconómico familiar del cual este artista de los pinceles nunca se olvida ni esconde, tampoco soslaya sus orígenes. Por el contrario, sea donde sea y con quien sea, enaltece y pone de manifiesto quién fue, de dónde viene, qué le tocó hacer; además, lo plasma en sus murales de trascendencia planetaria. Señales inequívocas estas del ser humilde y sensible que se hospeda en su interior y rige sus actos. Como pocos van quedando, menos, todavía, en los que llegan, no solo a los escenarios artísticos en general, a toda parte y en cualesquiera oficios que haya en este mundo gobernado por la amebiana ambición, el egocentrismo desbocado, la transfigurada insolidaridad y el soterrado afán de causarle mal al prójimo por tan solo el placer de hacer sufrir, engendrar terror y hasta causar la muerte para su perverso disfrute; con lo cual, además, se muestran supra poderosos e inexpugnables: ¡Bestialidad civilizada!, siguiente y triste etapa que, tal vez, Maslow a propósito omitió en su pirámide de necesidades humanas.

En estas charladas pinceladas Cornelio es, al respecto, más que circunspecto, sin dejar de ser concreto, un verdadero referente universal para tener siempre en cuenta. Traigo a colación este otro acápite:

Mis pinturas, y murales son historia viva, abarcan temas políticos, económicos y sociales que aquejan al mundo como son: la emigración, fronteras, discriminación, multiculturalidad, pobreza, falta de empleo, comercio informal, entre otros: son gritos de atención para quienes dictan leyes y tienen el poder de cambiar el orden de las cosas; mi voz ya no me pertenece, es de la comunidad, de mi país, del mundo; clama por reformas migratorias, por mejores condiciones de vida, por dar a conocer las riquezas culturales de mi país y la pobreza imperante que es la causa principal del abandono del terruño que nos vio nacer.

Este muralista social universal nos dibuja de colorida y charlada manera, aunque a la vez con dejos evidentes de infinita introspección y pasión, que, en otros lares, ayeres y mañanas, que en otras latitudes y ‘longitudes’, más allá del impetuoso Atlántico y del eufemístico Pacífico, la ‘cosa’ suele ser, fue y será… ¡igual y hasta peor! Es cuando, según él (con conocimiento de causa), se dimensiona el cómo es que se sufre en carne propia el lacerante concepto de ser un inmigrante en busca de oportunidades en tierras más que esquivas; así se tenga perrenque en las entrañas y talento en los genes.

Fea e incurable herida abierta deja la xenofobia. Discriminación dolorosa enchipada en aquellos por no ser este o aquel del lugar a donde llega o le tocó llegar, así sea de paso. Dolor inmarcesible, tal vez, solo comparable con las cicatrices imborrables de la perenne escoriación en la dermis de la patria por cuenta de, casi siempre, los mismos que allá excluyen y que amos del planeta se creen. A más que, así actúan, en costumbre se afinca y hasta norma se vuelve donde sea que estén o se aparezcan.     

En estos… XIII capítulos que encierran a grandes rasgos mi historia de vida. Cada una de estas páginas reflejan la esencia de mi ser, de mi representación como una persona inmigrante y de esta aventura que he vivido a través del arte de pintar… Cornelio Campos logró plasmar, bajo el rótulo de: ‘El Arte – Espejo de un Inmigrante’, no solo su vida, con un desenlace interesante, de reconocimientos y satisfacción personal y familiar. También, plasmó a punta de letras una pintura global, como la de tantos y tantos inmigrantes, que los hay por millones, algunos pocos ilesos, triunfantes y con algo de suerte, tesón y mucha disciplina, como en su caso; otros, la mayoría, perdidos en la lontananza del olvido, en las frías estadísticas oficiales y en el recuerdo ingrato de sus familiares… por quienes, con toda seguridad, aquellos aventureros emprendieron ese periplo sin retorno, Con derrotero incierto, cual viaje de ensueño por el mundo a la siga de un lejano Canto Planetario.

Cornelio aún va más allá cuando el lector inquieto se adentra y escudriña en ciertos trazos casi imperceptibles, más que dicientes y picantes, de su inmenso mural literario; pincelazos a los cuales Cuquis Sandoval le puso a la exquisita sopa de estas letras el mágico chile jalapeño. Ahí se topa la historia, no solo de la migración en el mundo de aquellos en busca de esas esquivas oportunidades en otros lares, sino un espejo de los que, pese a todo, se quedaron en casa, haya sido por lo que haya sido, ¡qué importa! Estos, casi todos, incluso el Estado a la siga de cobrar diezmo tributario por sus remesas, a la espera y necesidad de la buena fortuna del que se atrevió a ‘cruzar’ las fronteras alambradas, peligrosas, siempre custodiadas e inmisericordes de este o de aquel otro país boyante y atractivo… que muchas veces resultan ser meros espejismos, o, peor, todavía: La jaula de oro, como lo cantan con apretado sentimiento Los Tigres del Norte, haciendo que el inmigrante sienta que el alma se le arruga y el corazón se le desboca: ¡típica nostalgia patria! Añoranza que solo se cura al volver al terruño, casi siempre cuando se camina hacia El frío del olvido. Retorno que no todos logran, solo unos pocos. Sentimiento este que, entonces, los afectará por siempre, hasta en el más allá.

Hay otro párrafo en donde, para unos y otros, advirtiendo que en todos y en cada uno hay enseñanzas de vida, el arquetipo es traslúcido:

He aprendido que la vida misma es como una partida de ajedrez, se aprende a utilizar tácticas y estrategias para obtener los resultados deseados; además, que dentro del caos que existe en el universo, hay un orden; porque el caos es movimiento multidireccional, que nos lleva a distintas direcciones, aunque no fueran las que inicialmente habíamos trazado.

Los ejemplos y legados de este artista michoacano son contundentes a lo largo de su colorida narrativa. Esto, gracias, desde luego, a la fineza y exquisitez gramatical que Cuquis Sandoval le imprimió a cada grafo, frase, párrafo, capítulo, como en este:

Mi pincel, capta esa herencia cultural que ha logrado sobrevivir a través del tiempo, rinde homenaje a los ancestros, a su contribución en las usanzas y costumbres y a su búsqueda de expresión por medio de distintas manifestaciones, como son las danzas, los ritos y eventos ceremoniales que siguen celebrándose a través del tiempo.

En este apoteósico mural literario universal, por demás ecléctico, las pinceladas inherentes al medio ambiente y su importancia para la humanidad y el mundo también están presentes:

También captura los cuatro elementos de la naturaleza: aire, tierra, agua y fuego, y gracias a las líneas trazadas con delicadeza o intensidad, cada pincelada se encarga de brindar el colorido e impacto necesario para que el espectador puede percibir su presencia.

Desde luego que, para este gigante de los pinceles, como gigante es este mural literario universal que nos comparte, el agradecimiento para quienes se encontró a la vera del camino, lo hayan apoyado mucho, poquito o nada, así como su recomendación para las nuevas generaciones están más que expuestas:

Me siento sumamente orgulloso de estar inmenso dentro de esa multiculturalidad y el ser portavoz que representa a una nación, un estado y un pueblo que ha fusionado su cultura para conformar a este nuevo hombre; me honra el contribuir en la conciencia de las nuevas generaciones, quienes posteriormente se convertirán en los ciudadanos del mundo, en dirigentes o constructores de leyes, en profesionistas o desempeñando ocupaciones que son necesarias para el desarrollo de la comunidad.

En esta pintura mayor los amores de Campos tienen sus pinceladas, además de evidentes, cautivantes:

Cuando viajé a Carolina del Norte, quedé maravillado por esa travesía a lo largo del país, conociendo las ciudades aledañas y tratando de comprender el entorno que estaba explorando.

La mujer que se convirtió en mi esposa provenía de una clase social mucho más privilegiada que la mía, sin embargo, jamás olvidé mis raíces ni abandoné completamente mis sueños, que en ese momento nada tenían que ver con lo que me deparaba el futuro.

Son tantas y tantas las temáticas inherentes a la travesía, obra, reconocimientos más que merecidos, percepción social y literaria que Cornelio nos comparte en su historia de vida, que, mejor, los invito a sumergirse en esta. Son ustedes, señores lectores, quienes ahora tienen la oportunidad de disfrutar de este inmenso mural vuelto letras. De esa manera, cada uno le encontrará el hilo a la madeja y podrá así, entonces, irla desenrollando a su ritmo e interpretación, como lo exija el viento de cada uno.

Es preciso decir que al sumergirse en esta obra universal subyace un riesgo. Sea usted quien sea, de usted o de quien sea algo en esta lo va a impactar. Le aseguro que, con esto, con aquello o con aquel usted se identificará. De pronto, hasta tope un olorcito familiar, si acaso este no resulta ser aroma personal. 

Las pinceladas para cerrar esta nota literaria, al ser esta como un espejo donde cualquiera puede mirarse, calan hondo, bien hondo, indistintamente sea usted quien sea y donde quiera sea que se tope su persona:  

Con una mirada en retrospectiva, puedo reconocer que el éxito no llegó por la puerta grande, tuve que ir conformando y construyendo senderos, que fui sorteando con perseverancia y determinación hasta que las oportunidades adquirieron visibilidad ante mis ojos; entonces, pude observar mi figura en un espejo que transmitía destellos de reconocimiento interior, ahí, entre las brumas introspectivas, estaba ese latino que podía tocar vidas por medio de la palabra, compartiendo vivencias, luchas y sueños, ayudando a otros inmigrantes a encontrar su yo interno, a despejar de las brumas los sueños adormecidos, a mostrar que la utopía, “está en el horizonte”. Aunque parezca inalcanzable, sirve para caminar, para no detenerse; porque finalmente, cada uno de nosotros nacimos con libre albedrío de tomar decisiones y convertimos en arquitectos de nuestro propio destino, pero también, vamos encontrando personas en nuestro paso, que nos aligeran la carga y cual guardianes del camino, nos muestran distintos senderos y otras puertas para transitar.

El queso



Aquel certamen era como el queso artesanal, el hecho a mano a partir de experticia campesina y recetas ancestrales. Era un producto original que hablaba de la satisfacción y del esmero de sus ignotos productores para que su sabor, aunque complejo, así como su forma caprichosa y olor singular que solo el tiempo le daba, cautivara la pupila, el paladar y la mente del lejano y desprevenido consumidor al abrir las hojas que contenía tal literario manjar y que, al interiorizarlo, además del disfrute a plenitud que le producía, le ponía alas a su imaginación.

No se trataba, entonces, de un renombrado desuerado de marca y encuadernación de lujo, mucho menos, de aquellos con estirpe de editorial publicitada y prólogos de encumbrados. Tampoco, de un procesado manjar de elevado precio y exclusivo para un refinado y reducido público que pide siempre por catálogo, no tanto para su consumo y degustación. Estos suelen hacerlo para que otros sepan que los coleccionan en los estantes de sus refrigeradas bibliotecas.    

Sí, aquel oficio literario rupestre era como el queso artesanal, sin grandes pretensiones mundanas, elaborado a mano y con pocas reglas para alimentar el alma de los sensibles que aún quedan en el mundo. Sin embargo, para subirle de categoría al certamen, tal vez, hasta con buenas intenciones, alguien decidió agregarle ají a la cuajada durante su proceso de maduración.