El Hombre de Mayor Edad (HME),
del doble de la su Joven Amigo Virtual (JAV), con nadie más hablaba de aquellos
temas… o, tal vez, ¡ninguno le paraba bolas!
—Ni siquiera los trato con los
integrantes de mi familia, siempre atareados, por ende, sin tiempo para cruzar
palabras, excepto para uno que otro favor… los cuales hago rápido y lo mejor
posible para volver a mi escribidera —resopló HME al otro lado del celular.
Con JAV solía conversar vía WhatsApp,
por lo general los sábados después de las siete y media de la noche. Era uno de
sus escasos conocidos en el mundo de las artes. Creía que aquel joven tenía potencial
y proyección en esa compleja mar de los Sargazos. Por tal razón, quizá, era de
los pocos a quien le contestaba llamadas o mensajes.
—Me parece que tampoco charla
de estos temas con sus excompañeros de trabajo.
—No. Ni de estos aparejos ni
de ninguno. La Mayoría se refugia, los que siguen vivos, en el disperso olvido
y la inapelable indiferencia que granjea la sentencia capital cuando se llega a
viejo… peor para aquellos que se quedaron cortos en semanas de cotización o que
la aseguradora se las refundió o invalidó. Esos están más jodidos que cualquiera.
Sé que varios todavía andan de informales rebuscándose el bocado diario…
—Disculpe —lo interrumpió JAV
para precisar al respecto—, me imagino que se refiere a la jubilación…
—¡Ja, Jubilación! —gruñó—. Este
es otro de los tantos eufemismos sociales utilizado para quien, tras entregar
su vida al sistema, cualquiera sea el régimen donde le haya tocado arrugar su
juventud, deja de ser, no solo productivo para la entelequia esa de la Economía,
sino oneroso… ¡Una carga que nadie quiere llevar! ¡Además de ser difícil, lo
reconozco!
—Claro, comprendo. Jubilación es
la definición que…
—No te preocupes, JAV —le
repuso sin dejarlo concluir—. Nombre acuñado este y aceptado universalmente
para tal situación, sin dejar de ser eufemístico. Concepto que, como lo
consagra la RAE, es una Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y
franca expresión sería dura o malsonante …decirla cual es. Con mayor razón,
lo que significa, implica y duele escuchar a quema ropa.
De temas como este, y otros, HME
solía charlar a la distancia con JAV. Pensaba que, tal vez, también lo haría,
de presentársele la oportunidad, pero a título de cátedra, con algunos de los estudiantes
que, durante más de treinta años, orientó en las aulas universitarias.
—¿Cree que se acuerden de
usted? —preguntó JAV.
—De pronto… ¡pero no todos! No
faltará quien recuerde que pasó muchos fines de semana leyendo y haciendo los
trabajos que nunca faltaban por cuenta mía. Así como otros que obtuvieron notas
que no esperaban, reclamaron, consideraron injustas y hasta me amenazaron. Algunos,
me imagino, tan pronto vieron en el reporte que pasaron la asignatura, se les
borró, no solo lo visto en clase, también, mi nombre, gestos, regaños, consejos
e infaltables llamadas a lista.
—Se ha preguntado… ¿qué será
de ellos?
—Por allá estarán abrumados en
sus colocas gastándose sus vidas bajo asfixiantes presiones que, gracias… o por
culpa de mis orientaciones académicas, muchos de esos alocados muchachos buscaron
y un buen número en semejante esclavitud remunerada cayeron. De donde, como me
pasó, solo saldrán cuando sean viejos, si es que llegan a esta dura e injusta
etapa de la existencia humana. Que es cuando, mi Joven Amigo Virtual, como el
león cuando lo alejan de la manada al perder su capacidad y músculos para proveer
seguridad y defenderse, solo espera que lo rodeen y devoren las hienas… y entre
más rápido suceda, menos es el padecer y la angustia.
—¿Cuántos estudiantes tuvo?
—Hice ese cálculo hace poco.
—¿Y?
—La cifra de mis exalumnos superó
los veinticinco mil, mal contados… tal vez, cerca de los treinta mil, si
incluimos cursos remediales, dirección de tesis, asesorías extracurriculares y
otras cargas que un docente universitario tiene que hacer fuera del salón.
—¡Impresionante! Se debe
sentir orgulloso por ese logro.
—No sé si orgulloso. Esa vez
me sentí culpable por la sin salida laboral y profesional a la cual los encaminé
y ellos, o al menos la mayoría, tal vez los más aplicados y confiados, siguieron
a pie juntillas mis consejos mohosos. ¡¿Cómo no creerle al egregio profesor que
quemándose las pestañas para obtener títulos es el mejor camino para alcanzar
el éxito y la felicidad?!
Con algo de sorna, también,
solía recordar y compartirle a su joven contertulio virtual que, además de medallas
e instintivos, entre estas un galardón de la Presidencia de la República, en una
de esas universidades le otorgaron una placa de profesor emérito, así como una reseña
con las galas de su carrera profesional y docente en un voluminoso libro institucional.
—Mamotreto conmemorativo que por
ahí conservo… no sé bien dónde lo puse la última vez que lo desempolvé.
Era evidente que a HME los
recuerdos se le comenzaban a difuminar, casi a la par con la acelerada pérdida
de la visión y la audición; en concomitancia con el avance implacable de los
efectos acumulados en su cuerpo, producto de, entre otras cosas, aquellos tres
exquisitos y refinados polvos blancos que consumió toda su vida.
—Dieta universal, JAV, que, junto
con otros tantos ‘nutrimentos’ masivos, letales a mediano y largo plazo, pese a
ser mortales para la salud, sus poderosas industrias impiden su proscripción formal,
mientras los medios, a la caza de pauta nutritiva, los entronizan como ambrosías
para los dioses en la voluble e ignara mente del consumidor.
Sumatoria de achaques que lo
consumían lenta y paulatinamente, con una o dos grageas, gotas y cucharadas paliativas
por cada diagnóstico, agosto al costo de las farmacéuticas, amén de la tosecita
que le daba cada vez que hablaba largo.
—Muchacho, desgasté mi garganta
y mi vida dando clases en la nocturna, por una parte, así como vigilando con
cachiporra el erario para que los amos del Estado no se embolsillaran todo y al
menos dejaran lo del funcionamiento institucional —le compartió aquella vez a su
contertulio.
Por esta razón, por lo de su
voz que se le apagaba cuando platicaba con JAV o durante las contadas
entrevistas que daba, mojaba la palabra con agua mezclada con mil de abejas
bien diluida.
—Por aquello de la prediabetes…
regalo acumulado en mis vísceras, JAV, producto de la ingesta desde niño de uno
de aquellos ultra procesados polvos blancos, el salido del trapiche de caña. Tan
delicioso, adictivo y perverso como ese otro que les da sabor a las comidas, tal
vez porque lo extraen de las aguas del mar o de la corteza terrestre, así como mejor
sazón al trillo del trigo y de otros vegetales. Este, el tercero de los venenos
exquisitos.
Achaques y situaciones que JAV,
quizá, comenzó a notar, sin jamás tocarle a fondo el tema. Aprendió que cuando
a HME le preguntaban asuntos que lo incomodaban o de los que nunca soltaba
prenda, acudía al estruendoso silencio, su mejor evasión. En ocasiones desviaba
la conversación con maestría y elegancia hacia otros montes.
Durante sus frecuentes charlas
virtuales JAV comenzó a notar que, a veces, a su amigo virtual de letras lo
aquejaban olvidos repentinos, sobre todo de situaciones recientes o en frases
que dejaba a mitad de camino y que de pronto retomaba tiempo después. Incluso, que
hasta en las siguientes tertulias virtuales se acordaba.
—Discúlpame, muchacho, por esta
latencia larga que ahora más que antes me acompaña y se empecina en quedarse a
mi lado más de lo que quisiera o necesito —le decía HME cuando esto sucedía.
—No se preocupe, a todos nos
suele pasar.
—Me comentabas que hay por ahí
alguien a quien valdría la pena escucharle las hazañas de su vida…
—Sí, usted es el indicado para
convertir esa historia en una gran novela. Tal vez la número 23… ¿o 24?
—Si le quitamos el adjetivo, sí…
sería la 24.
—Le dije a esa persona que usted
es el indicado para escribirla… a su estilo, desde luego y si le parece.
—Gracias, JAV, por tener de
nuevo ese detalle conmigo. Cosa que te agradezco. Mira que la primera vez que
me sugeriste a otra persona para lo mismo, para que la escuchara y le escribiera
su historia, esta resultó más que impresionante e interesante. Aunque, para
hacerla más movida, le puse lo mío. Por eso lo asumí y, bueno, por ahí tengo la
obra terminada, inédita… hasta cuando le llegue su momento para publicarla.
—Sí, lo entiendo. Al final esa
persona incumplió parte del acuerdo… Por eso me imagino que la tiene guardada.
—JAV, algo similar me pasó con
otro encargo por el estilo, en otro país, en condiciones similares. La persona
fuente, cuando por fin interactuamos, no le gustó mi cara flaca ni mis reglas.
Entonces, desistió. Esa obra jamás la terminé… quedó en veremos. Diferente a la
primera que me recomendaste.
—Espero pronto leer esa novela
relacionada con la primera persona que le sugerí. Debe ser interesante, ¿verdad?
—Es una novela que, pese a tener
algunos visos de realidad, es de ficción social. Por lo tanto, cualquier
parecido con la realidad…
—Eso es claro, señor: ¡No deja
de ser más que una casualidad!
—Así es. Es posible que
alguien atisbe briznas de la realidad o que quiera reclamar algo al interior de
las páginas de esta en particular o de cualquiera de las otras en general. Esto
o aquello otro que esgrima alguien en relación con mis obras, solo sería el
producto de su macondiana creatividad, de su imaginación subcontinental. Quimeras,
meras quimeras.
—Estoy de acuerdo con usted.
—En todas mis obras, pero en
especial en esa que hace un año terminé, inédita hasta cuando sea su momento,
así como en la que estoy escribiendo a título referencial, inspirado en tu
magno e irrepetible proyecto artístico planetario, amigo de letras, el genio es
el pincel de la trasfiguración literaria y el único responsable creador de la
magia presente desde el inicio hasta el desenlace. Esa, esta y todas mis novelas:
escritas o en desarrollo, ¡van por que van, sea como sea, mi Joven Amigo
Virtual! En su momento serán publicadas sí o sí. Estén o no de acuerdo aquellos que sientan que las inspiraron, que les pertenece, que dieron la idea,
que se crean parte del elenco o lo que sea. Son novelas de mi autoría exclusiva.
—Lo tengo claro desde antes de
haberle sugerido aquel primer proyecto. Esas son sus reglas, no solo las que
tiene, también, las que deja expresas con quien sea, antes, durante y después
de cada obra, llámela referencial, vocal, de ficción o como sea. Tengo claro,
también, su concepto de trasfiguración literaria.
—Con esta, la transfiguración
literaria, como lo sabes, desde luego que, si bien es cierto que tomo uno que
otro lugar, paisaje, circunstancia social o características de personas del
mundo real, al momento de llevarlos al libreto, todo lo difumino y convierto en
escenarios, épocas y personajes universales. Es decir, que pueden llegar a
existir aquí, allá, donde quiera y que el lector, al dejarlos entrar a su alma,
les dará su propia interpretación, personificación, ubicación… ¡contexto!,
según sus concepciones o intereses.
—Esto hace parte de su magia.
Por eso le propongo la historia de esta otra persona que, me parece, tiene
aspectos interesantes, como para una gran novela.
—Por lo general, Joven Amigo,
cada ser humano encarna una, varias o muchas historias dignas de plasmar en
letras ecuménicas. De hecho, la vida es un carnaval novelado. Lo que sucede es
que son pocos los que están dispuestos a plasmarlas sin esperar o cobrar denarios
a cambio… Como, ¡triste verdad!, también: pocos los lectores disponibles. ¡Cada
día son menos!
—¡Es verdad!
—Por eso, JAV, cuando escucho
o leo lo que alguien me comparte, como lo hizo la primera persona que me
recomendaste, así no tenga los subes y los bajes que hagan interesante la
historia, con la trasfiguración literaria que suelo usar, por intrascendente que
sea la información que me llegue, es mi responsabilidad ponerle el chile, la
sal, la cúspide, el abismo, la picardía o el anzuelo que engarce al lector.
—Lo sé. Entonces, ¿qué le digo
a esta otra persona?
—Primero, esto que te acabo de
sustanciar. ¡Son las reglas! Segundo, si le parece y acepta, que una vez tenga
el material que me suministre sin compromiso alguno: mensajes escritos, audios,
videos, fotos, notas… lo evalúo y, de ser el caso, si pasa este filtro, pueda
que lo mezcle con otras historias. Si me gusta la mixtura resultante y es
impactante, armo un libreto con cronograma y, dependiendo del turno, comienzo a
escribirla. En este momento hay dos por delante, además del proyecto planetario
en el que estamos comprometidos, con el cual iremos como hasta mediados del próximo
año, es decir, unos quince meses más. Sin embargo, dependiendo de la historia,
podría saltarse el turno… Si es que antes el tintineo en mi cabeza o alguna de las
otras tres sierpes enchipadas dentro de mi cuerpo no aceleran su infernal chillido
o su tarascada letal durante alguna de estas frías madrugadas tropicales. Tú lo
sabes, mi querido JAV, ¡biógrafo y legatario literario escogido!
—¡Gracias!, es un honor
inmerecido... le digo, no sé si sea el más indicado para alguno de esos
menesteres. Sobre todo, el de este segundo encargo, que hasta hoy me manifiesta
con abierta claridad.
—Esta fue la única razón por
la cual te acepté como amigo virtual hace unos años en mi vida refundida y por
demás solitaria. Tú lo sabes y, por favor, disculpa mi franqueza e interés
expósito. Fue por ese potencial de gestor planetario cultural que atisbé en ti,
que te abrí las puertas de mi Escondite Literario Tropical y de mi pasión tapada:
¡escribir! Por lo cual, desde el comienzo de nuestra amistad virtual te
manifesté que tú serías mi biógrafo. Aunque lo reconozco: ¡sí, lo hice de
manera solapada! Por ello, entiendo que nunca has querido soltar palabra al
respecto y no me extrañaría ni molestaría que jamás lo hicieras.
—Cada vez que usted lo decía, lo
confieso… ¡le digo!, la idea no me disgustaba ni la consideraba descabellada.
Aunque, discúlpeme, no me atrevería a comprometerme. Menos, ahora, que es para
pensarlo y repensarlo con eso de ser su legatario literario escogido. Que, si
bien es cierto, ¡le digo!, creo entender, no solo el concepto, también, su
comprometedor alcance. Además, la responsabilidad que estos encargos implican
me sobrecoge y asusta, ¡de verdad!
—Mira, JAV, entenderé y
aceptaré sin reprocharte nunca si, por lo que sea, jamás acoges mis solicitudes.
Hace parte de tu libre albedrío, ¡ni más faltaba!
—Cuestión que le agradezco…
—Créeme, te entenderé. Si nunca
lo haces, por la razón que sea, ¡no importa!, seguiremos de amigos de letras toda
la vida. Incluso, más allá de los adioses del olvido.
—Mi amistad sincera sí está
garantizada por siempre, pase lo que pase.
—Sin embargo, JAV, es
importante que te diga, aunque sé que lo sabes, que tú eres el único amigo
literario cercano que tengo, así sea virtual, en capacidad y disposición de
hacerme estos mandados. Eres la única persona en el mundo que conoce, ¡más que
nadie!, de mi existencia y obras imperfectas e incorregibles. Tal vez, el único,
entre los pocos amigos que tengo y con quien me comunico y le acepto llamadas,
a quien le puedo interesar en este esponjoso campo de las letras. Tal y como lo
comprobaste en la Internet cuando buscaste alguna referencia mía para incluirme
en esa interesante enciclopedia virtual. Te dije que no buscaras porque no toparías
nada sobre mí, mucho menos por cuenta de críticos de renombre… ni de ninguno.
¿Qué encontraste?
—Muy poco…
—Eres prudente, JAV. ¡No
encontraste nada! Así las cosas, amigo, si no lo haces tú, si no te encargas de
mi legado literario, ¿quién más lo haría? ¿Quién en unas docenas de años
hablaría y escribiría con conocimiento de causa de aquel ignoto novelista suramericano
que a comienzos del siglo XXI pintó con frases la nostalgia de una sociedad
camino a la hecatombe? Autor desconocido quien solo quería de pago y premio ser
leído, porque para eso escribía y hasta una iniciativa de donar sus libros en todas
las bibliotecas del planeta tenía.
—Sí, pero…
—Si no eres tú, mi querido
Joven Amigo Virtual, dime: ¿quién se encargaría de esta ilusa manda?
—¡Quizá sus hijos o nietos!
—Mira, JAV, con mis hijos
cometí el mismo error de buena voluntad que con mis estudiantes.
—¿Cómo es eso?
—Sencillo. A unos y a otros
les repetí e inculqué en la mollera el mismo trillado discurso y los encaminé
por la manida senda aquella…
—Se refiere a…
—Que solo el estudio, los
títulos y el trabajo estable garantizaban la felicidad y el éxito.
—Pero…
—Como te dije antes en
relación con mis estudiantes, JAV, mis hijos me hicieron caso y siguieron el
ejemplo que les di. Sí, todos son profesionales brillantes, posgraduados, con
trabajos importantes y remuneración por encima del promedio.
—¿Entonces?
—Aunque jamás lo digan, porque
quizá ni lo asimilen, les falta aquello para lo cual no les di consejos ni les
mostré el camino.
—Se refiere a…
—¡Ser felices!, JAV. Vivir la
vida a tiempo antes de que se les haga tarde… como me pasó a mí.
—Pero…
—Ahora ellos trabajan para
otros, en multinacionales, por lo que hacen parte de ese amorfo ejército
industrial productivo cuyos soldados ni tiempo tienen para disfrutar triunfos,
es decir: lo ganado en batallas ajenas. Menos ahora que, por lo de la incubada
pandemia, trasladaron sus trincheras de esclavitud laboral a la intimidad de sus
hogares. Sí, amigo, sus jornadas de trabajo se mezclan con sus alquiladas
existencias las veinticuatro horas. Además, haciéndose cargo de los costos
directos funcionales que antes los sufragaba la empresa. Esto, mi querido JAV,
sin contar la pérdida de la privacidad e intimidad que las labores
empresariales les quitaron a las actividades familiares. Por eso no los culpo
si nunca tienen tiempo para este viejo cascarrabias. Menos, si jamás leen mis garabatos.
Según ellos, aunque nunca me lo dicen, tras ¡jubilarme! me dediqué a la nada
rentable labor de la escribidera para ocuparme y no querer hacer nada más, así
como negar que estoy desocupado… ¡un viejo inservible y terco!
—Entiendo, pero… le digo, usted
debe asimilar, también, que sus hijos viven nuevos tiempos, otros escenarios, oportunidades,
tecnologías… ¡la Internet!
—Sí, debutan a diario en la
arena del Circo Romano, amigo, el cual, ahora es interactivo… En cuanto a mis
nietos, ellos todavía están en una edad que les imposibilita dilucidar y menos
asumir el meollo de este asunto. Quizá sus mentes frescas capten algo del
mensaje que les reitero de vez en cuando…
El Hombre Más Viejo hizo un
alto. El Joven Amigo Virtual, al otro lado del celular y a más de mil
doscientos cincuenta kilómetros lo escuchó suspirar… ¡tal vez llorar!, supuso.
Al pasar veinte o treinta eternos segundos en aturdidor silencio, consideró
prudente intervenir.
—Se refiere, amigo, cuando les
dice a sus nietos que en la memoria del computador guarda los tesoros del
abuelo.
—Mis nietos, cuando crezcan, quizá
entiendan a qué me refiero con esta frase y la asimilen. Para entonces, o
antes, de ser posible, ojalá estés para ayudarlos a desenterrar la huaca… así
te hayas encumbrado, como todo parece que acaecerá ¡y pronto! Evita que la
altura y el elogio te cambien e impidan seguir llamando los sábados al
anochecer.
—Intentaré hacer todo lo que
esté a mi alcance en cuanto a sus mandados…
—Espero, muchacho, que al
menos logres diseñar la nariz de la efigie con lo tratado en estas charlas
virtuales, con el material que has conseguido, cuando no construido, con esas
espigas dispersas que hay por ahí y con mis envíos para lo del artículo de la
enciclopedia aquella… Sí, dizque para mi aparición en las arenas del nuevo
Coliseo interactivo donde dices que mis frases imperfectas e incorregibles
debieran debutar... Por todo, posible o no, ¡gracias!
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