Además de los variados y
cinematográficos escenarios por los que nos pasea esta novela, que van desde el
fantasmagórico amanecer sabanero, arriba en el altiplano citadino, hasta las
brumosas y ensoñadoras laderas del valle del Magdala, el lector se topará con
tres tipos de personajes. En primer plano están los humanos, tanto los de carne
y hueso, los reales, como al menos quince que lo hacen de manera etérea, es
decir, las apariciones, incluido el espíritu del perro Abejón. Igual papel estelar
y con grito de acuarela quejumbrosa le corresponde a la naturaleza, tanto a la
amada ruralidad para el escritor protagonista, como la asfixiante y cotidiana
vida citadina. La tercera categoría de personajes la encarna la historia de
aquel país subcontinental, con énfasis en la turbulenta y caótica de finales
del siglo XX y tres primeras décadas del XXI. Cada personaje: humanos,
naturaleza e historia social, tiene su parlamento, se expresa, acusa y deja evidente
huella a lo largo de la trama.
El escritor solo quería
respirar el aire prístino de la ruralidad, además de estar solo para hablar con
sus personajes, inventarse otros y aparejar la trama de algún relato nuevo.
Para ello aprovecharía la invitación al encuentro literario que le hizo la
poetisa de Mi Destino, uno de los pueblos engarzados en las intrincadas y
boscosas laderas de aquel valle que, a mitad de país, nutre las aguas del
Magdala, el río de la patria. Además, para donar en las bibliotecas públicas de
la región algunas de sus novelas de ficción social.
Lo que jamás se imaginó el
escritor fue que, en cada municipio y durante aquel periplo que duró tres días,
iba a interactuar con unos protagonistas de novela coral que, como salidos de
su imaginación, le impactarían sus letras ¡y la vida! con cada una de las
historias que estos le narraron, y en las cuales lo involucraron, sin darse
cuenta ni poderse escabullir de estas.
La situación se enmaraña
cuando, por la otra vía, algo menos enmontada, de regreso hacia la fría ciudad
capital ubicada sobre un altiplano prolongado, en compañía de un poeta caribeño,
quien también asistió al encuentro literario, compartió con él aquellas
vivencias mágicas y este, a su vez, le contó algunas suyas. Durante el recorrido
las comentaron, cuestionaron unas, intentaron explicarse otras y hasta justificaron
que gran parte de todo aquello desencajaba de la realidad y del buen juicio.
Todo hubiese quedado en
la intrascendencia, ¡tal vez!, de no ser porque a los dos, bajo un aguacero
agorero, les tocó recoger por ‘encargo’, antes de La Tribuna, en Agua Viva, el
último pueblo de aquel peñasco de montaña con vistas al valle del Magdala, a
doña Aparición, la mamá de una amiga de la esposa del escritor. Sombra de mujer
que, una vez el poeta caribeño se apeó al llegar al altiplano, tras un viaje
enigmático, esta desapareció frente al cementerio de Pradera.
El desenlace, insinuado de manera esquiva desde el
inicio, ocurre en la sala Gabriel García Márquez de una librería en el centro histórico
de la ciudad capital, durante la entrega de un premio que le van a otorgar al desconocido
escritor, sin el saberlo. En el transcurso del evento aparecen algunos
personajes con los que se topó e interactuó durante la correría por el Valle
del Magdala. Pero no solo los reales, los de carne y hueso... allí hacen etérea
presencia los diez con los que, tras
interactuar con ellos, se esfumaron sin ninguna explicación lógica. Es decir, las
apariciones que motivaron y protagonizaron los relatos que le hicieron
merecedor de aquel homenaje también quisieron acompañarlo en ese momento de
fugaz gloria. Emoción que, además del beso carmesí a distancia de la Bella
Morena Triste, le produce aquel percance.
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