Aquel era un pueblo subcontinental con más de doscientos años de seudo independencia, en donde ser bueno y tener principios podría causar problemas... y hasta la muerte, si se persistía en ello.
Fragmento
"El atardecer en el valle
del río Revueltas se entregaba, con ociosa resignación, a la voracidad de los
impresionantes y hermosos arreboles tropicales que anunciaban, con poético
frenesí, el paso inexorable del anochecer, obligando al clima sofocante a
presentar sus primeras señales de tregua. La brisa suave proveniente del río
invitaba al descanso, así como a la caminata bajo el dulce canto de unas
escasas golondrinas. Trino este emitido durante su vuelo rasante y con rumbo
permanentemente cambiado en forma repentina por aquellos pájaros diezmados.
Pocas aves estas que hacia los años sesenta atestaron el cableado del alumbrado
público de las calles y cielos de la ciudad, arrasadas de un momento a otro por
la acción depredadora de la administración municipal en procura de evitar que
sus desechos ácidos siguieran molestando a los pobladores, a pesar de ser estos
los invasores y destructores del hábitat de aquellas, y de muchas otras
especies, tanto de la flora como de la fauna, algunas extintas, otras en vías
de serlo, ¡inexorable sentencia humana!
Tras caminar con pausa
fatigada frente al edificio Saín, Carlos buscó la avenida Primera. En el
malecón la brisa era más placentera y acariciaba con suavidad y frescura su
rostro, de nuevo empapado por la sudoración. Buscó y encontró una heladería.
Subió al segundo piso y se acomodó en una de las mesas del balcón, desde donde
se tenía acceso a una vista incomparable y espectacular del río Revueltas. En
sus aguas plateadas se reflejaba el crepitar de la luna ebúrnea en cuarto de
menguante, coronada por nubes caprichosas y sensuales que tomaban formas
difusas y variadas a cada instante. Oleadas sutiles con el indescriptible
perfume del bocachico alcanzaban a percibirse, provenientes de la orilla del
río, en donde pescadores rezagados llegaban, en embarcaciones pequeñas, con su
carga disminuida para la subsistencia diaria. La pesca indiscriminada, en
especial con dinamita, cumplió con su depredadora y atronadora labor.
Aquel forastero inusual y
solitario le solicitó a la mesera una limonada con hielo y se dispuso a
disfrutar del paisaje ensoñador. Descanso y ensoñación interrumpidos de manera
más que abrupta. Menos de cinco minutos después de hacer el pedido, el
establecimiento fue invadido por una veintena de hombres fuertemente armados,
vestidos de civil. Estos exhibían en su brazo derecho brazaletes negros con
letras de color amarillo quemado. Ahí se leía: FADCC.
Desde la mesa que ocupaba
Carlos se podía observar un gran dispositivo de seguridad montado por aquellos
hombres, tanto en la calle como en el primer piso de la heladería y, desde
luego, en el segundo. Tres de aquellos milicianos hicieron presencia en la
terraza en donde se encontraba el forastero. Coparon el recinto y se ubicaron
de manera estratégica, segundos antes del ingreso del que parecía ser el
comandante, como le oyó decir Carlos a uno de estos últimos, cuando aquel
arribó y este le manifestó que la zona estaba cubierta y asegurada.
Carlos ni se inmutó. Lo
intuía. También lo tenía presupuestado. «Estoy preparado para este y otros
encuentros y situaciones similares, mientras esté a cargo de esta espinosa e
inútil investigación...», pensó."
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