Ella es mi madre, una mujer sinigual, como ninguna, algo callada, quizá
por el recuerdo de una infancia y juventud para nada fáciles, las que tuvo allá
en su terruño natal. Pasado del cual pocos supieron; porque muy poco de ello se
quejó. Su gran tristeza, esa que desde joven arrastró, que en silencio sufrió y
lloró a más no poder, esa añoranza que solo a sus ojos dejaba asomar de cuando
en vez, como sus trucos de magia, con nadie compartió.
Pese a su callado y abnegado pasado y por demás duro camino de la vejez fue un ser inmenso. Una mujer ejemplar
de quien quiero exaltar sus grandes logros, de entre sus innumerables virtudes...
Pero, discúlpenme. Son tantas las hazañas que mamá acumuló en el baúl de sus invaluables
tesoros, que se me hace difícil seleccionar solo unas de estas. Sería injusto dejar
de mencionar alguna; o dejar esta u otra en los recovecos del olvido, del sinfín
de sus representativos aciertos cosechados a lo largo de su vida.
¡Ay!, ¡qué señora esta! Innumerables son sus virtudes y logros, pese a tantos
tropiezos que también tuvo. Quizá entre sus más grandes hazañas está el hecho
de no amilanarse frente a nada, de no apocarse, de no perder ese talante que a
su vez inculcó en nosotros, en sus hijos. Enjundia que le permitió salir avante,
soportando sola la pesada brega del destino, sin bajar nunca la cabeza al ser
una mujer sin más apoyo que el de su férrea decisión de enfrentar la vida con
infinita gratitud y gallardía.
Sí, que lo sepa el mundo: ella nos sacó adelante blandiendo airosa la
espada de la honradez, el tesón y el amor por el trabajo digno, la superación,
la constancia, la confianza en sí mismos y, sobre todo, la capacidad de crecer
y superarnos sin necesidad de ofender ni dañar a nadie.
Familiares, conocidos, amigos: he aquí a una mujer de mil hazañas y arduas
batallas dadas, casi todas ganadas a fieras dentelladas. Por lo que, quienes la
conocimos y con ella convivimos, seguramente la llevaremos por siempre en el
dintel de nuestros corazones, en el primer lugar, a flor de piel de nuestros
recuerdos y afectos de infinita gratitud e inflamado orgullo. Máxima gratitud le
adeudamos quienes estuvimos bajo su bondadosa y fiel protección, afecto, cercanía,
ejemplo y armonía.
Por esto y todo lo que no he podido expresar en este momento, pues el
sentimiento horada mi existencia y le desgrana lágrimas a mi compungida alma, así
parezca y diga que he superado lo insuperable, madre mía, solo quiero agregar dos
cosas para que el mundo lo sepa. Gracias por todo lo que en vida nos diste con
desprendimiento y sin ambages de ninguna índole, sacándote el bocado de la
boca... ¡literal! Gracias, mamá. Siempre estarás aquí, en mi corazón que desde
hoy late a dúo con el tuyo, do quiera que estés y hasta cuando contigo me
lleves bajo tu maternal abrigo. También, y porque muchas veces te fallé, además
de no haberte logrado dar todo lo que te merecías y que en silencio infinidad
de veces te prometí y el lomo me partí para conseguirlo, ¡sin éxito!, por favor…
mamá linda, mil veces mil: ¡perdón!
Pronto estaremos de nuevo juntos... entonces será para siempre
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