martes, 28 de septiembre de 2021

¡Qué mujer!

 

Hilda María Enciso, 7-11-1935 / 07-09-2021


Ella es mi madre, una mujer sinigual, como ninguna, algo callada, quizá por el recuerdo de una infancia y juventud para nada fáciles, las que tuvo allá en su terruño natal. Pasado del cual pocos supieron; porque muy poco de ello se quejó. Su gran tristeza, esa que desde joven arrastró, que en silencio sufrió y lloró a más no poder, esa añoranza que solo a sus ojos dejaba asomar de cuando en vez, como sus trucos de magia, con nadie compartió.

Pese a su callado y abnegado pasado y por demás duro camino de la vejez fue un ser inmenso. Una mujer ejemplar de quien quiero exaltar sus grandes logros, de entre sus innumerables virtudes... Pero, discúlpenme. Son tantas las hazañas que mamá acumuló en el baúl de sus invaluables tesoros, que se me hace difícil seleccionar solo unas de estas. Sería injusto dejar de mencionar alguna; o dejar esta u otra en los recovecos del olvido, del sinfín de sus representativos aciertos cosechados a lo largo de su vida.

¡Ay!, ¡qué señora esta! Innumerables son sus virtudes y logros, pese a tantos tropiezos que también tuvo. Quizá entre sus más grandes hazañas está el hecho de no amilanarse frente a nada, de no apocarse, de no perder ese talante que a su vez inculcó en nosotros, en sus hijos. Enjundia que le permitió salir avante, soportando sola la pesada brega del destino, sin bajar nunca la cabeza al ser una mujer sin más apoyo que el de su férrea decisión de enfrentar la vida con infinita gratitud y gallardía.

Sí, que lo sepa el mundo: ella nos sacó adelante blandiendo airosa la espada de la honradez, el tesón y el amor por el trabajo digno, la superación, la constancia, la confianza en sí mismos y, sobre todo, la capacidad de crecer y superarnos sin necesidad de ofender ni dañar a nadie.

Familiares, conocidos, amigos: he aquí a una mujer de mil hazañas y arduas batallas dadas, casi todas ganadas a fieras dentelladas. Por lo que, quienes la conocimos y con ella convivimos, seguramente la llevaremos por siempre en el dintel de nuestros corazones, en el primer lugar, a flor de piel de nuestros recuerdos y afectos de infinita gratitud e inflamado orgullo. Máxima gratitud le adeudamos quienes estuvimos bajo su bondadosa y fiel protección, afecto, cercanía, ejemplo y armonía.

Por esto y todo lo que no he podido expresar en este momento, pues el sentimiento horada mi existencia y le desgrana lágrimas a mi compungida alma, así parezca y diga que he superado lo insuperable, madre mía, solo quiero agregar dos cosas para que el mundo lo sepa. Gracias por todo lo que en vida nos diste con desprendimiento y sin ambages de ninguna índole, sacándote el bocado de la boca... ¡literal! Gracias, mamá. Siempre estarás aquí, en mi corazón que desde hoy late a dúo con el tuyo, do quiera que estés y hasta cuando contigo me lleves bajo tu maternal abrigo. También, y porque muchas veces te fallé, además de no haberte logrado dar todo lo que te merecías y que en silencio infinidad de veces te prometí y el lomo me partí para conseguirlo, ¡sin éxito!, por favor… mamá linda, mil veces mil: ¡perdón!

Pronto estaremos de nuevo juntos... entonces será para siempre

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