De ida el guía nos dijo que aquel lugar era La
Otra Banda. En ese momento algo de curiosidad me causó tal denominación. Sin
embargo, con la mente puesta en mi propósito de llegar a la Biblioteca
Municipal de Higüey, en la provincia de La Alta Gracia, destino literario de
ese día, pronto lo olvidé.
De regreso vi la valla con el nombre a la
entrada del caserío. Cada letra tenía impresa una foto alusiva a la región. En
unas se resaltaba la caña de azúcar y las paredes de bambú de las casas. La
letra B lucía una vaca blanquinegra y en las otras aparecían platos típicos,
manjares y productos.
En ese momento el guía se empeñaba en
justificarnos el motivo por el cual no le gustaba el fútbol, según él, por lo
de los empates, diferente al deporte de su fascinación: el beisbol, en el cual
siempre hay un ganador, así se tenga que alargar el partido lo que sea menester.
Vuelta mi curiosidad no aguanté y le interrumpí
su disertación deportiva:
—Franklin, ¿me puede explicar, por favor, la
razón por la cual este caserío lleva un nombre tan particular, ¡enigmático!,
como lo es casi todo en la isla?
—Hace muchos años, cuando por aquí solo había
uno que otro rancho, algunos vinieron y se robaron un marrano enorme. Para
podérselo cargar lo sacrificaron. Pero era demasiado pesado, por lo que lo
partieron por la mitad para llevarse solo una parte. Cuando llegaron a Higüey
alguien les preguntó que dónde estaba lo que faltaba. Entonces, aquellos
contestaron que la otra banda se les quedó allá. Desde entonces, este sitio fue
bautizado así: La Otra Banda, y así se quedó.
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