lunes, 3 de enero de 2022

La otra banda

 



De ida el guía nos dijo que aquel lugar era La Otra Banda. En ese momento algo de curiosidad me causó tal denominación. Sin embargo, con la mente puesta en mi propósito de llegar a la Biblioteca Municipal de Higüey, en la provincia de La Alta Gracia, destino literario de ese día, pronto lo olvidé.

De regreso vi la valla con el nombre a la entrada del caserío. Cada letra tenía impresa una foto alusiva a la región. En unas se resaltaba la caña de azúcar y las paredes de bambú de las casas. La letra B lucía una vaca blanquinegra y en las otras aparecían platos típicos, manjares y productos.

En ese momento el guía se empeñaba en justificarnos el motivo por el cual no le gustaba el fútbol, según él, por lo de los empates, diferente al deporte de su fascinación: el beisbol, en el cual siempre hay un ganador, así se tenga que alargar el partido lo que sea menester.

Vuelta mi curiosidad no aguanté y le interrumpí su disertación deportiva:

—Franklin, ¿me puede explicar, por favor, la razón por la cual este caserío lleva un nombre tan particular, ¡enigmático!, como lo es casi todo en la isla?

—Hace muchos años, cuando por aquí solo había uno que otro rancho, algunos vinieron y se robaron un marrano enorme. Para podérselo cargar lo sacrificaron. Pero era demasiado pesado, por lo que lo partieron por la mitad para llevarse solo una parte. Cuando llegaron a Higüey alguien les preguntó que dónde estaba lo que faltaba. Entonces, aquellos contestaron que la otra banda se les quedó allá. Desde entonces, este sitio fue bautizado así: La Otra Banda, y así se quedó.

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