Solo una condición Ester Julia le impuso a
Efrén Sepúlveda para perdonarlo y aceptarle la nueva propuesta de matrimonio tras
¡esos sesenta años de ausencia!, desde cuando la dejó plantada en la puerta de
la iglesia del pueblo.
Una vez el anciano, con paso trémulo y un ramo
de rosas rojas en su mano, ingresó a la habitación de la clínica en donde le
acababan de operar la cadera que se fracturó al despertarse de aquel sueño y caer
al suelo, ella lo recibió con esa sonrisa pícara que la caracterizó toda la
vida, sin amilanarse ante nada, pese al dolor que le apretaba el alma desde
joven.
—¡Viejo condenado!, te perdono y acepto esas flores
y la promesa de casarnos, con una condición...
—Lo que tú digas, amor, lo que tú digas... ¡lo
haré esta vez!
—Que jamás de mi lado saldrás corriendo de
nuevo, ni me dejarás sola... ni siquiera cuando la pelona venga por alguno de
los dos. ¡Que ese día nos lleve al tiempo o que se devuelva con su garfio por
donde llegue!
—Así será, te lo juro, de hoy en adelante, por
siempre juntos, mi Ester Julia.
Fueros cuatro años, tres meses y nueve días de
felicidad tras casarse a puerta cerrada en aquella iglesia del pueblo, la de
entonces, sesenta años atrás.
Disfrutaron a más no poder, y a su manera,
haberse reencontrado, estar acompañados y recordar el día soñado, con las
respectivas endebles justificaciones que Efrén le reiteraba y que ella con
cariño le aceptaba... hasta cuando un mortal virus incubado se los llevó al
tiempo.
La pelona los encontró cogidos de la mano,
juntos, como Ester Julia lo pidió.
Efrén esta vez le cumplió.
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