miércoles, 28 de septiembre de 2022

Encuentros furtivos

 

Todos los días a las 6:40 a.m. se encuentran en el mismo lugar, ¡sin falta! Tras besarse y abrazarse con para nada disimulada pasión y enchipado amor se sientan en la celestina banca de duro cemento bajo la sombra concupiscente de un altivo y viejo pino que custodia, nadie sabe desde cuándo, aquel pequeño parque de barrio popular.

Ahí, por lo general durante quince o veinte minutos, sin sombra alguna de pena… mejor sería decir: ¡con perdido recato!, se acarician, mil besos se dan entre pródigas como ininteligibles palabras de amor, antes del compartir que alguno de los dos siempre trae de casa, de donde quizá llega para ir a trabajar. Lugares de los cuales, quizá, su pareja venga y para donde tal vez vaya tras la agotadora jornada nocturna laboral.

Es posible que orígenes y destinos de cada cual desencajen. Lo que sí es evidente y los dos hacen concordar con meridiana precisión de tiempo, modo y lugar es su mañanero y diario encuentro de amor en el parque… con independencia de las condiciones climáticas. Esta variante, ni ninguna, parece jamás afectarles. La cita siempre la cumplen los dos.

Cada vez, tras una infinidad de caricias, besos y palabras, quien viene del sur, donde queda a unas pocas cuadras la estación del transporte masivo, muy a su pesar se levanta y muestra el reloj. Tal vez está sobre la hora de entrada al jornal. Entonces, se dan el último almibarado y prolongado beso y como si les doliera soltarse de las manos… al fin lo hacen y aquel emprende camino hacia el norte, de donde siempre llega su pareja. En sus inmediaciones queda una inmensa y reconocida zona industrial.

Microrrelato disponible en Revista Latina NC


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