Esta historia hace parte de 'Momentos idos, narraciones románticas II'
La poda de capullos, de
brotes que crecen hacia afuera o con características parasitarias, así como de
flores y ramificaciones avejentas o enfermas se hace para favorecer la
floración, crecimiento y, en general, la salud de las plantas. Además de
prevenir enfermedades, se busca garantizar que sus siguientes retoños, flores y
frutos tengan mayor energía, crezcan saludables, duren y produzcan más y mejor.
Proceso que implica, desde
luego, además de nutrientes y riegos inherentes, hacerlo en el momento preciso,
con los utillajes y en los lugares adecuados y, sobre todo, mediante un corte
limpio y preciso para evitar dañar, deformar o contaminar la esencia de la planta.
Práctica válida y justificable solo en esta especie: la flora, no en otras,
menos si se trata de la humana.
Con una poda adecuada es
posible, de ser, por ejemplo: rosas, geranios, lavandas, petunias,
pensamientos, alegrías, dalias, fucsias, magnolias, tulipanes… mantener y disfrutar
de un jardín sano, con hojas y flores hermosas y abundantes durante gran parte,
o estación, del año y por un tiempo más largo.
¿A quién no le gusta ver y
estar en contacto directo con un vergel florecido y con esmero y cariño cuidado?
Ojalá se tuviese por siempre alguno cercano para la inspiración y el extasío.
Profundo respiro del alma que a sus tristezas propician calma.
Bueno, ¡sí!, no dejan de
haber por ahí algunos elfos a quienes estas maravillas de la naturaleza, y
otras más, les disgusten, incomoden, generen repelencia o afecten de una u otra
manera sus frondíos intereses. Sinrazón por lo cual prefieran o dispongan por
interpuesto jardinero tartufo o maderero alquilado, no solo arrasar los
capullos, las flores, los jardines, los bosques y hasta las selvas vírgenes que
les incomoden o se opongan a sus objetivos particulares, para extraer su
esencia, su leña, para sembrar en su lugar las yedras de la destrucción y la
maldad, con tal de engrosar sus billeteras e inflamar sus carcomidos sentimientos
megalómanos, bajo la mampara de entelequias como las del «libre mercado,
crecimiento equilibrado, desarrollo económico armónico, la paz de las naciones
y el bienestar general»; como suelen pregonarlo con gran cartel los
beneficiarios e interesados y lo defienden a tajo y sesgo las organizaciones y
carteles por estos mismos creados y patrocinados.
Es preciso insistir: poda de
capullos justificable única y exclusivamente en la flora y con los propósitos
mencionados. Jamás lo será para ninguna otra especie, mucho menos tratándose de
seres humanos.
Sin embargo, con tristeza, al
investigar y leer sobre los peores genocidios que ensangrientan la historia
humana, cada vez más seguidos y virulentos que los horripilantes e
injustificables de antaño, pese a que la mayoría pudo ser documentada
(maquillada) por los ganadores, con las justificaciones de sus desmanes y debacles,
o mantenida y ajustada por sus descendientes y seguidores para continuar
disfrutando del heredado como supurante botín o del destilado salarial
respectivo, el lector juicioso y objetivo (no alineado, alienado ni
beneficiario directo, indirecto o a sueldo al servicio de alguno de estos) encontrará
infinidad de ejemplos que involucran más que perversas podas de capullos de la
más preciada y delicada especie existente sobre la faz de este puntico azul del
universo, en préstamo por un ratico cósmico: ¡la infancia! Estos capullos, más
que inermes, confían con ingenuidad en la sensatez y honestidad de los adultos,
sin siquiera imaginarse el monstruo despiadado y cruel que puede agazaparse dentro
de algunos. Peor cuando son poderosos, se vuelven intocables y han sobrepasado en
la pirámide de las necesidades el último de los escalones, cayendo abruptamente
hacia el del refocilo visceral (ese que Maslow dejó de mencionar, y es
entendible) que les genera la devastación de sus congéneres… y entre estos sufran más, tengan menos, se
trate de niños o hayan sido desposeídos, mayor es el infame y corrosivo placer
que les produce la sangre ajena derramada.
Entre una infinidad de
casos, por citar solo unas pocas de estas infames podas, encontramos la, vuelta
Testamento, alabanza y cántico, ordenada por aquel emperador romano para
salvaguardar su corroído trono e imperio en decadencia. O las de los infames
campos de concentración para ‘depurar la raza’ y aniquilar a los sin casta. Ni
qué decir de los quemados con napalm en desarrollo de la Teoría del Dominó, así
como las de los brutales enfrentamientos en patios ajenos entre poderosos como
intocables osos de un lado y otro; cada uno a la siga inicua del control
geoestratégico, cuando no en el Gran Oriente Medio, en Europa Oriental, en Asia
marginal, en África, en Latinoamérica y doquiera sea que queden recursos por
explotar, saquear y a la gran potencia llevar; como oro, plata, diamantes,
cobre y otros tantos y tantos erarios sisados durante la erosiva época de la
fragosa Colonia, en países a uno y otro lado del majestuoso como insondable Atlántico,
así como los ubicados entre el hechicero Índico y el atronador Pacífico.
También lo son, con similar
sordidez y desfachatez, las miserables podas de las guerrillas, grupos
ilegales, ortodoxas facciones religiosas o dogmáticas que arrancan capullos de
sus empobrecidos entornos para llevarlos a sus parcelas horrorosas, donde los entrenan,
aleccionan y alienan, lejos de sus vergeles mientras crecen. De allá luego los
sacan y ponen a batallar (y morir) en contra del enemigo que les inculcaron.
Mientras que los aleccionados y bien pagos generales de la muerte de los
ejércitos que enfrentan, pese a saber que su enclenque contrincante tiene de
carne de cañón a tales infantiles capullos engrupidos, en supuesta defensa de
la democracia, el orden establecido (por sus agazapados y orondos amos detrás
del poder), la religión o los dogmas respectivos, disparan a discreción,
bombardean sin contemplación y esparcen o escombran en mil pedazos sus inermes
pétalos destrozados… o podados en tan ajena como carnicera confrontación.
Podas bárbaras, todas estas,
que, al involucrar tanto a niños como a jóvenes, consecuencia de la mayor de
las degradaciones del intelecto humano cuando se contagia de egolatría y ansias
insondables e incontrolables por el poder, el control y el sometimiento de sus
semejantes para saciar sus aberraciones más oscuras, por su monstruosidad
simpar, ¡infame!, mereciesen condena, castigo y el señalamiento perpetuos,
tanto para los responsables directos e indirectos, como para todos aquellos que
conocieron de tal barbarie y nada hicieron, ni dijeron, solo voltearon a ver
hacia otros lares.
Pero ¡no!
Resulta que, por este o
aquel adeudo, manejo mediático, retoque histórico, justificación salarial,
deuda ajena heredada o trasladada, empacho religioso, moral, racial o de
cualesquiera otras razones esgrimidas por los poderosos asesinos o los testigos
cómplices, en lugar de veto, condena y castigo, estos encuentran justificación,
aplauso y hasta difusión de las imágenes con los inermes agredidos, engrupidos
o, como lo dicen para que no suene tan feo: «¡Instrumentalizados!». Imágenes para
el disfrute televisivo a nivel mundial, por cuenta de la pusilánime y cómplice
sociedad enferma terminal de nostalgia social y desafectación humanitaria, que
hasta se regocija sin chistar ni mu ante las dantescas imágenes de aquellos niños
acribillados, heridos, temblorosos, desorientados, hambrientos, famélicos,
llorando por el bramido de los misiles, las bombas, las balas o frente a los
cadáveres destrozados de sus padres, familiares o vecinos…
¡Triste legado para la
eternidad!
Nocivos efectos de estas podas
que, si es que quedan brotes sobrevivientes, se encarnarán durante tres veces treinta
y tres generaciones entre los directamente afectados, así como en los genes de
los pusilánimes, doquiera sea que vean o sepan de tales aberraciones, la peor
de las contaminaciones en la compostura humana: ¡la insolidaridad! Estadio
final de la nostalgia social. Particularismo este, fatalmente contagioso, que
autodestruye y corroe por dentro al ser que la contraiga, padezca y disperse
por doquiera vaya, siendo insondable el dolor sentido cuando ataca la
conciencia de cada uno. Inexorable como generalizado padecer callado, doloroso
y letal, pocas veces aceptado y mucho menos confesado en busca de ayuda, tanto
en los propiciadores intelectuales, materiales y mediáticos de tan perversas
prácticas y sus inmundos beneficios logrados, como en el colectivo global…
Neoplasia maligna inmersa, no
solo en el alma de los perpetuadores del desafuero contra sus congéneres, sobre
todo cuando se trata de niños, también, en las de todos aquellos quienes,
frente a tal debacle hicieron caso omiso, sin chistar siquiera. En adelante, a
unos y a otros, aquel remordimiento hinchado les arañará sus vísceras,
produciéndoles náuseas en las madrugadas, amén de heredarlo…
Carcinoma social impreso en
los genes de sus siguientes brotes de capullo, cada vez más descoloridos,
insípidos y enclenques.
Historia publicada en RLNC, el 31-08-2025