domingo, 7 de septiembre de 2025

Los sueños de Hilda*

 

Era un fin de semana, el día exacto no lo recuerdo, pero sí el lugar. Íbamos camino a la quebrada Las Sardinas. Paramos para la foto a la salida de Chaguaní, por la carretera rumbo a San Vicente.

La cerca de guadua, refaccionada y vertical, ya no entrecruzada con coquetería como entonces, todavía existe, así como el lote de atrás con matas de plátano y otras más enmontadas. Por ahí poco ha cambiado, casi todo se mantienen igual, cual acuarela del pasado impresa en mi alma y esperanzas envejecidas.

Ese día estaba estrenando, no solo ropa y botines, también, aquel sombrerito que mamá me regaló de cumpleaños. Me sentía tan feliz y seguro con ella, ¡además de amado!, razón por la cual, en ese momento, de manera instintiva la abracé y ella extendió su brazo protector sobre mí.

¡Mágico momento para el jamás olvido!

Ese día ella lucía, no solo aquel bonito y florido vestido que Lola le confeccionó con un retazo de tela que alguien le trajo de la capital, también, su precioso rostro lo iluminaba esa esquiva y magnética sonrisa con la cual instaba esconder la nostalgia social que atragantaba su existencia. Ignoraba, o tal vez del todo no lo comprendía, que mamá mantenía una inquebrantable como interminable lucha contra el destino, a la siga del bocado diario de comida, con la esperanza de un mejor mañana para su empobrecido núcleo familiar.

Lucha en solitario, incansable, ¡admirable!, que esta chaguaniceña simpar daría hasta aquel 7 de septiembre de 2021 cuando, podría decirse, también en solitario, a la una de la mañana, en una fría camilla de una clínica en la capital, se cansó y partió a lontananza.

En aquel julio del 67, así, abrazados, pese a todo, fuimos felices y sonreímos para la foto. Momento, sonrisa y felicidad de mi madre que conservo como el más preciado e invaluable de mis momentos idos y tesoros apetecidos.

Varios folletos en una mesa

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Esquiva dicha que, tal vez, mamá solo volvería a dejar aflorar a su tierno rostro allá, en el Teatro Heredia, en Cartagena, Colombia, cuando, maravillado por una efusiva manifestación de felicidad, el periodista Fausto Pérez V., de El Universal, se inspiró para escribir ese artículo que, cada vez que lo leo, inexorable, a mis ojos lágrimas saca y a mi corazón sus latidos alborotan: Los sueños de Hilda*, en especial estas frases: La alegría de Hilda María Enciso era inocultable. Había bajado del escenario del Teatro Heredia con una alegría que no le cabía en su rostro. Unos minutos antes había ofrecido una hermosa presentación de danza… la Loca Margarita… Ni qué decir de esta otra perla que mamá compartió esa vez con el periodista: Fue necesario llegar a vieja para comprender que vivir ha valido la pena…

Gracias, mamá.

*El Universal, Cartagena, Colombia, 17 de agosto de 2001/3A

viernes, 5 de septiembre de 2025

Poda de capullos

 

Esta historia hace parte de 'Momentos idos, narraciones románticas II'

La poda de capullos, de brotes que crecen hacia afuera o con características parasitarias, así como de flores y ramificaciones avejentas o enfermas se hace para favorecer la floración, crecimiento y, en general, la salud de las plantas. Además de prevenir enfermedades, se busca garantizar que sus siguientes retoños, flores y frutos tengan mayor energía, crezcan saludables, duren y produzcan más y mejor.  

Proceso que implica, desde luego, además de nutrientes y riegos inherentes, hacerlo en el momento preciso, con los utillajes y en los lugares adecuados y, sobre todo, mediante un corte limpio y preciso para evitar dañar, deformar o contaminar la esencia de la planta. Práctica válida y justificable solo en esta especie: la flora, no en otras, menos si se trata de la humana.

Con una poda adecuada es posible, de ser, por ejemplo: rosas, geranios, lavandas, petunias, pensamientos, alegrías, dalias, fucsias, magnolias, tulipanes… mantener y disfrutar de un jardín sano, con hojas y flores hermosas y abundantes durante gran parte, o estación, del año y por un tiempo más largo.

¿A quién no le gusta ver y estar en contacto directo con un vergel florecido y con esmero y cariño cuidado? Ojalá se tuviese por siempre alguno cercano para la inspiración y el extasío. Profundo respiro del alma que a sus tristezas propician calma.

Bueno, ¡sí!, no dejan de haber por ahí algunos elfos a quienes estas maravillas de la naturaleza, y otras más, les disgusten, incomoden, generen repelencia o afecten de una u otra manera sus frondíos intereses. Sinrazón por lo cual prefieran o dispongan por interpuesto jardinero tartufo o maderero alquilado, no solo arrasar los capullos, las flores, los jardines, los bosques y hasta las selvas vírgenes que les incomoden o se opongan a sus objetivos particulares, para extraer su esencia, su leña, para sembrar en su lugar las yedras de la destrucción y la maldad, con tal de engrosar sus billeteras e inflamar sus carcomidos sentimientos megalómanos, bajo la mampara de entelequias como las del «libre mercado, crecimiento equilibrado, desarrollo económico armónico, la paz de las naciones y el bienestar general»; como suelen pregonarlo con gran cartel los beneficiarios e interesados y lo defienden a tajo y sesgo las organizaciones y carteles por estos mismos creados y patrocinados.

Es preciso insistir: poda de capullos justificable única y exclusivamente en la flora y con los propósitos mencionados. Jamás lo será para ninguna otra especie, mucho menos tratándose de seres humanos.

Sin embargo, con tristeza, al investigar y leer sobre los peores genocidios que ensangrientan la historia humana, cada vez más seguidos y virulentos que los horripilantes e injustificables de antaño, pese a que la mayoría pudo ser documentada (maquillada) por los ganadores, con las justificaciones de sus desmanes y debacles, o mantenida y ajustada por sus descendientes y seguidores para continuar disfrutando del heredado como supurante botín o del destilado salarial respectivo, el lector juicioso y objetivo (no alineado, alienado ni beneficiario directo, indirecto o a sueldo al servicio de alguno de estos) encontrará infinidad de ejemplos que involucran más que perversas podas de capullos de la más preciada y delicada especie existente sobre la faz de este puntico azul del universo, en préstamo por un ratico cósmico: ¡la infancia! Estos capullos, más que inermes, confían con ingenuidad en la sensatez y honestidad de los adultos, sin siquiera imaginarse el monstruo despiadado y cruel que puede agazaparse dentro de algunos. Peor cuando son poderosos, se vuelven intocables y han sobrepasado en la pirámide de las necesidades el último de los escalones, cayendo abruptamente hacia el del refocilo visceral (ese que Maslow dejó de mencionar, y es entendible) que les genera la devastación de sus congéneres…  y entre estos sufran más, tengan menos, se trate de niños o hayan sido desposeídos, mayor es el infame y corrosivo placer que les produce la sangre ajena derramada.  

Entre una infinidad de casos, por citar solo unas pocas de estas infames podas, encontramos la, vuelta Testamento, alabanza y cántico, ordenada por aquel emperador romano para salvaguardar su corroído trono e imperio en decadencia. O las de los infames campos de concentración para ‘depurar la raza’ y aniquilar a los sin casta. Ni qué decir de los quemados con napalm en desarrollo de la Teoría del Dominó, así como las de los brutales enfrentamientos en patios ajenos entre poderosos como intocables osos de un lado y otro; cada uno a la siga inicua del control geoestratégico, cuando no en el Gran Oriente Medio, en Europa Oriental, en Asia marginal, en África, en Latinoamérica y doquiera sea que queden recursos por explotar, saquear y a la gran potencia llevar; como oro, plata, diamantes, cobre y otros tantos y tantos erarios sisados durante la erosiva época de la fragosa Colonia, en países a uno y otro lado del majestuoso como insondable Atlántico, así como los ubicados entre el hechicero Índico y el atronador Pacífico.

También lo son, con similar sordidez y desfachatez, las miserables podas de las guerrillas, grupos ilegales, ortodoxas facciones religiosas o dogmáticas que arrancan capullos de sus empobrecidos entornos para llevarlos a sus parcelas horrorosas, donde los entrenan, aleccionan y alienan, lejos de sus vergeles mientras crecen. De allá luego los sacan y ponen a batallar (y morir) en contra del enemigo que les inculcaron. Mientras que los aleccionados y bien pagos generales de la muerte de los ejércitos que enfrentan, pese a saber que su enclenque contrincante tiene de carne de cañón a tales infantiles capullos engrupidos, en supuesta defensa de la democracia, el orden establecido (por sus agazapados y orondos amos detrás del poder), la religión o los dogmas respectivos, disparan a discreción, bombardean sin contemplación y esparcen o escombran en mil pedazos sus inermes pétalos destrozados… o podados en tan ajena como carnicera confrontación.

Podas bárbaras, todas estas, que, al involucrar tanto a niños como a jóvenes, consecuencia de la mayor de las degradaciones del intelecto humano cuando se contagia de egolatría y ansias insondables e incontrolables por el poder, el control y el sometimiento de sus semejantes para saciar sus aberraciones más oscuras, por su monstruosidad simpar, ¡infame!, mereciesen condena, castigo y el señalamiento perpetuos, tanto para los responsables directos e indirectos, como para todos aquellos que conocieron de tal barbarie y nada hicieron, ni dijeron, solo voltearon a ver hacia otros lares.

Pero ¡no!

Resulta que, por este o aquel adeudo, manejo mediático, retoque histórico, justificación salarial, deuda ajena heredada o trasladada, empacho religioso, moral, racial o de cualesquiera otras razones esgrimidas por los poderosos asesinos o los testigos cómplices, en lugar de veto, condena y castigo, estos encuentran justificación, aplauso y hasta difusión de las imágenes con los inermes agredidos, engrupidos o, como lo dicen para que no suene tan feo: «¡Instrumentalizados!». Imágenes para el disfrute televisivo a nivel mundial, por cuenta de la pusilánime y cómplice sociedad enferma terminal de nostalgia social y desafectación humanitaria, que hasta se regocija sin chistar ni mu ante las dantescas imágenes de aquellos niños acribillados, heridos, temblorosos, desorientados, hambrientos, famélicos, llorando por el bramido de los misiles, las bombas, las balas o frente a los cadáveres destrozados de sus padres, familiares o vecinos…

¡Triste legado para la eternidad!

Nocivos efectos de estas podas que, si es que quedan brotes sobrevivientes, se encarnarán durante tres veces treinta y tres generaciones entre los directamente afectados, así como en los genes de los pusilánimes, doquiera sea que vean o sepan de tales aberraciones, la peor de las contaminaciones en la compostura humana: ¡la insolidaridad! Estadio final de la nostalgia social. Particularismo este, fatalmente contagioso, que autodestruye y corroe por dentro al ser que la contraiga, padezca y disperse por doquiera vaya, siendo insondable el dolor sentido cuando ataca la conciencia de cada uno. Inexorable como generalizado padecer callado, doloroso y letal, pocas veces aceptado y mucho menos confesado en busca de ayuda, tanto en los propiciadores intelectuales, materiales y mediáticos de tan perversas prácticas y sus inmundos beneficios logrados, como en el colectivo global…

Neoplasia maligna inmersa, no solo en el alma de los perpetuadores del desafuero contra sus congéneres, sobre todo cuando se trata de niños, también, en las de todos aquellos quienes, frente a tal debacle hicieron caso omiso, sin chistar siquiera. En adelante, a unos y a otros, aquel remordimiento hinchado les arañará sus vísceras, produciéndoles náuseas en las madrugadas, amén de heredarlo…

Carcinoma social impreso en los genes de sus siguientes brotes de capullo, cada vez más descoloridos, insípidos y enclenques.

Historia publicada en RLNC, el 31-08-2025