miércoles, 11 de septiembre de 2019

Elecciones en el gallinero


Elecciones en el gallinero



Érase una vez un gallinero alborotado porque sus integrantes descubrieron que todos, tarde que temprano, serían desplumados. Para calmarlos, la más vieja de las gallinas les insinuó que de manera democrática y civilizada escogieran cuidandero. Les sugirió que se fijaran en las aves que mejores capacidades y actitudes tuvieran para asumir las riendas del trascendental servicio público.
La comunidad aceptó. Sin embargo, tras largas y estériles discusiones internas la discrepancia creció. Se negaban a aceptar que alguno de ellos siquiera se postulara para asumir tal gestión de dirección, protección, seguridad, convivencia pacífica y crecimiento colectivo.
            Enterados los inversionistas y dueños del galpón de las intenciones democráticas de la avícola sociedad, presto llamaron a los emplumados y enfrentados líderes y, no solo les propusieron, sino que le patrocinaron una lista de varios candidatos «avezados en estas lides de la política», les aseguraron. Uno era un esbelto y joven lobo; otro, un mañoso zorro; aquel, un viejo y casi jubilado fara... y así otros colmilludos candidatos similares. Todos, eso sí, antagónicos en sus pelajes y gruñidos, con enjundias, intereses y necesidades comunes, pero no para el beneficio ni la integridad de la suculenta comunidad.
            La avícola población muy pronto fue embebiendo las difundidas y encaminadas propuestas de los candidatos, así como tomando partido por este, por aquel, o por ese otro. Las agrias discusiones en el gallinero dejaron de ser porque todos algún día serían desplumados, cuestión inicial. Ahora se enfrentaban y a pico limpio defendían los engatusadores discursos y posturas de los colmilludos aspirantes, por quienes pronto irían a las urnas para elegir quién de estos sería su salvador y protector.   
            Agripina, una gallina saraviada, volantona, de grandes y gordos perniles, y una de las anteriores lideresas, frente a la aún más agria división en la que entró el gallinero entero, previo al día de la fiesta democrática, fue y le preguntó a Úrsula, a la más vieja, algo ciega, de carnes duras y con incipiente sordera:
—Usted, quien nos metió en esto y lleva más que ninguno de nosotros tras las alambradas, díganos por quién votar.
            Entonces, mientras otros integrantes de la comunidad se acercaban para escuchar la respuesta, Úrsula, imitando el ayaymamero canto del urutaú, esto les cacareó:
—Elijan a quien elijan, la suerte del gallinero está echada.
—Úrsula, por favor —le replicó Agripina, a quien ya la rodeaba la mitad de las encabritadas aves del galpón—, sea más clara y directa, que se trata del bien común y futuro de la sociedad.
—Sí, Úrsula —le replicó Filemón, un fortacho gallo pinto a quien al comienzo daban por seguro salvador y protector, hasta cuando se difundió la lista de los patrocinados por los amos y, entonces, este, Agripina y otros con posibilidades de asumir el delegado poder, quedaron sin respaldo ni respeto de los demás, ni siquiera del propio, el de su libre albedrío; pues creyeron, o se les hizo creer, que carecían de capacidades y habilidades para proteger y gobernar su gallinero—, díganos por cuál nos conviene votar, ya que usted ha enguerado bajo sus alas a más de uno de los aquí presentes; y confianza le tenemos, aunque, por su edad y limitaciones, no podría ser nuestra cuidandera.
—Filemón —dijo alguien entre la multitud—, ¿y si votamos por Úrsula?
—De seguro, si la elegimos —respondió Agripina—, nos impugnan los resultados, y a nuevos comicios nos veríamos abocados.
—Así es —ratificó el gallo pinto—, Úrsula no está legalmente inscrita, ni cuenta con el aval del presidente de los amos de este gallinero.
—Cuando esta gallinácea sociedad se ponga de acuerdo, se organice, se prepare para proteger y mejorar su esencia y patrimonio, y, en particular: cuando cada uno de ustedes crea en lo que es, tiene y de lo que es capaz, tal vez cambie nuestro marcado y sazonado destino —les respondió Úrsula, sin dejar su ayaymamera imitación.
Todos en el gallinero callaron. Hubo tal silencio, que hasta se escuchaba cuando alguna pluma desprendida de sus cuerpos caía al suelo.
—Antes, no —continuó la gallina vieja—. Dentro de estos fabricados como impuestos candidatos, por cualquiera que voten, lo mismo da. Tal vez lo único que cambie, cuando el que gane asuma el poder, sea uno que otro ingrediente para el guiso que usará el cocinero de turno. Pero, ténganlo por seguro: no será la proteína, o sea nuestras rabadillas, piernas, perniles, alas, guargüeros y hasta pezuñas.
La emplumada y encolerizada población no entendió, o no quiso entender, o se le impidió hacerlo, la esencia de lo que la más vieja de las gallinas advirtió. Los colmilludos candidatos la tildaron de senil y pronto todos los congéneres de Úrsula lo dieron por cierto. Con mayor imbuida razón ante la tracalada de mensajes cizañeros que en ese sentido difundieron los amos del galpón. Ese domingo el gallinero fue en masa y con gran algarabía a las urnas.
El ganador fue el esbelto y joven lobo, el candidato impuesto y apoyado abiertamente por el furibundo, voraz y muy acaudalado presidente del sindicato empresarial avícola nacional, el que todo lo controlaba en aquella sociedad de la cual derivaba su incalculable y creciente hacienda.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario