Elecciones en el
gallinero
Érase una vez un gallinero alborotado porque sus
integrantes descubrieron que todos, tarde que temprano, serían desplumados.
Para calmarlos, la más vieja de las gallinas les insinuó que de manera
democrática y civilizada escogieran cuidandero. Les sugirió que se fijaran en las
aves que mejores capacidades y actitudes tuvieran para asumir las riendas del
trascendental servicio público.
La comunidad aceptó. Sin embargo, tras largas y
estériles discusiones internas la discrepancia creció. Se negaban a aceptar que
alguno de ellos siquiera se postulara para asumir tal gestión de dirección,
protección, seguridad, convivencia pacífica y crecimiento colectivo.
Enterados
los inversionistas y dueños del galpón de las intenciones democráticas de
la avícola sociedad, presto llamaron a los emplumados y enfrentados líderes y,
no solo les propusieron, sino que le patrocinaron una lista de varios
candidatos «avezados en estas lides de la política», les aseguraron. Uno era un
esbelto y joven lobo; otro, un mañoso zorro; aquel, un viejo y casi
jubilado fara... y así otros colmilludos candidatos similares. Todos, eso sí,
antagónicos en sus pelajes y gruñidos, con enjundias, intereses y
necesidades comunes, pero no para el beneficio ni la integridad de la suculenta
comunidad.
La
avícola población muy pronto fue embebiendo las difundidas y encaminadas
propuestas de los candidatos, así como tomando partido por este, por aquel, o por
ese otro. Las agrias discusiones en el gallinero dejaron de ser porque todos algún
día serían desplumados, cuestión inicial. Ahora se enfrentaban y a pico limpio defendían
los engatusadores discursos y posturas de los colmilludos aspirantes, por quienes
pronto irían a las urnas para elegir quién de estos sería su salvador y protector.
Agripina,
una gallina saraviada, volantona, de grandes y gordos perniles, y una de las
anteriores lideresas, frente a la aún más agria división en la que entró el
gallinero entero, previo al día de la fiesta democrática, fue y le preguntó a
Úrsula, a la más vieja, algo ciega, de carnes duras y con incipiente sordera:
—Usted, quien nos metió en esto y lleva más que
ninguno de nosotros tras las alambradas, díganos por quién votar.
Entonces, mientras otros integrantes
de la comunidad se acercaban para escuchar la respuesta, Úrsula, imitando el
ayaymamero canto del urutaú, esto les cacareó:
—Elijan a quien elijan, la suerte del
gallinero está echada.
—Úrsula, por favor —le replicó Agripina, a quien ya
la rodeaba la mitad de las encabritadas aves del galpón—, sea más clara y
directa, que se trata del bien común y futuro de la sociedad.
—Sí, Úrsula —le replicó Filemón, un fortacho gallo
pinto a quien al comienzo daban por seguro salvador y protector, hasta cuando
se difundió la lista de los patrocinados por los amos y, entonces, este,
Agripina y otros con posibilidades de asumir el delegado poder, quedaron sin
respaldo ni respeto de los demás, ni siquiera del propio, el de su libre
albedrío; pues creyeron, o se les hizo creer, que carecían de capacidades y habilidades
para proteger y gobernar su gallinero—, díganos por cuál nos conviene votar, ya
que usted ha enguerado bajo sus alas a más de uno de los aquí presentes; y
confianza le tenemos, aunque, por su edad y limitaciones, no podría ser nuestra
cuidandera.
—Filemón —dijo alguien entre la multitud—, ¿y si
votamos por Úrsula?
—De seguro, si la elegimos —respondió Agripina—,
nos impugnan los resultados, y a nuevos comicios nos veríamos abocados.
—Así es —ratificó el gallo pinto—, Úrsula no está
legalmente inscrita, ni cuenta con el aval del presidente de los amos de este
gallinero.
—Cuando esta gallinácea sociedad se ponga de
acuerdo, se organice, se prepare para proteger y mejorar su esencia y
patrimonio, y, en particular: cuando cada uno de ustedes crea en lo que es,
tiene y de lo que es capaz, tal vez cambie nuestro marcado y
sazonado destino —les respondió Úrsula, sin dejar su ayaymamera imitación.
Todos en el gallinero callaron. Hubo tal silencio,
que hasta se escuchaba cuando alguna pluma desprendida de sus cuerpos caía al
suelo.
—Antes, no —continuó la gallina vieja—. Dentro de
estos fabricados como impuestos candidatos, por cualquiera que voten, lo mismo
da. Tal vez lo único que cambie, cuando el que gane asuma el poder, sea uno que
otro ingrediente para el guiso que usará el cocinero de turno. Pero, ténganlo por
seguro: no será la proteína, o sea nuestras rabadillas, piernas, perniles, alas,
guargüeros y hasta pezuñas.
La emplumada y encolerizada población no entendió,
o no quiso entender, o se le impidió hacerlo, la esencia de lo que la más vieja
de las gallinas advirtió. Los colmilludos candidatos la tildaron de senil y
pronto todos los congéneres de Úrsula lo dieron por cierto. Con mayor imbuida
razón ante la tracalada de mensajes cizañeros que en ese sentido difundieron
los amos del galpón. Ese domingo el gallinero fue en masa y con gran algarabía
a las urnas.
El ganador fue el esbelto y joven lobo, el
candidato impuesto y apoyado abiertamente por el furibundo, voraz y muy
acaudalado presidente del sindicato empresarial avícola nacional, el que todo
lo controlaba en aquella sociedad de la cual derivaba su incalculable y
creciente hacienda.
Léalo también en: https://www.revistalatinanc.com/2019/08/31/elecciones-en-el-gallinero/
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