miércoles, 11 de septiembre de 2019

Puerto Perdido


Puerto Perdido
Este relato es mera ficción,
aunque parezca sacado de la realidad.




En algún caprichoso recodo, por ahí, a orillas del bravo río de la patria, el tiempo se detuvo... solo la supurante historia nacional de las últimas décadas ulula por doquiera, protegida por un enjambre de insaciables mosquitos, y un calor que seca hasta las lágrimas, incluso antes de que estas se asomen a las ventanas del alma compungida.
Allá, en ese recóndito paraíso de olvido nacional y nostalgia social irredimible, me topé en mi literario andar con una joven estudiante de algún distante colegio público. Odilia del Pilar, por darle nombre, estaba junto a su madre y abuela... mujeres viudas que encarnan épocas e historias de vida tan, pero tan subcontinentales, como ignoradas. O, tal vez: ¡escondidas! Nunca se sabe, aunque todos lo griten en amordazado y cómplice silencio.
Me temo que sus duras vivencias, pinceladas en calendarios diferentes, se repitan una y otra vez, aquí o allá, por obra y gracia de las pasiones inflamadas, los odios sin olvido y los apetitos voraces, ¡insaciables!, de algunos pocos que rigen los destinos de una sociedad movida por fieros resortes invisibles.
En ese alejado paraje ribereño, el cual algún día fue un poblado con un puerto concurrido, el trepidar de las armas y los gritos  de la muerte silenciaron las conciencias de sus habitantes, y hasta del paisaje. A tal extremo, que dejó de ser pueblo, por ende puerto, mucho menos concurrido. El paso del tiempo borró hasta su nombre de los mapas, más no de las molleras de algunos pocos viejos que por ahí subsisten. Pero, ellos prefieren, también, instar hundirlo en el amargo olvido, mientras se escabullen por entre los charrascales que se engullen las derruidas construcciones de antaño. Evitan dejarse ver, con mayor razón: ¡dar declaraciones! Las que hace poco eran más que letalmente comprometedoras, se dijera lo que se dijera. Y, tal vez, todavía los sean, ¡nunca se sabe!
El efluvio de la muerte se agazapa entre la maraña que circunda la vereda, a la espera de una nueva noche de negra gala revestida.
Hoy, solo un batallón de invisibles e infectos zancudos patrulla las altas e intrépidas pasturas, dispuesto a no dejar que nadie entre y se entere de la magenta barbarie que por allí ulula, supurante y lastimera. Visitante que, conmovido, sorprendido u horrorizado, de pronto salga y le cuente al mundo lo que allí pasó. Es un riesgo que no deja de ser incómodo para algunos, todavía. Sobre todo, para ciertos poderosos como enconchados innombrables…
Sí, allá, donde el caluroso entorno de aquel rugiente río nos subyuga con su exótica belleza, prodigio y casi inagotable riqueza natural; donde la bermeja historia reciente se esconde en cada hoja del charrascal, de esas que cuando no es que pican, cortan o laceran la piel del esporádico y arriesgado forastero; allá, en Puerto Perdido, por llamar de alguna manera a ese recóndito edén hundido en lontananza, vive… o, mejor sería decir: ¡sobrevive! aquella dulce joven estudiante; a más de veinte kilómetros de distancia de su colegio; quien solo espera que le permitan edificar una nueva, bonita y prometedora historia. La suya, pero sin ese olor a rabias ni a odios enchipados en cada recodo del majestuoso río, o entre sus guásimos que lo vieron y lo saben todo.
Sí, que le dejen construir a Odilia del Pilar un futuro digno, en paz, sin legadas culpas, sin manchadas como incontrolables ambiciones, las que les son tan tristemente ajenas... y, sin embargo, al parecer, le marcan su destino.
Bella joven esta, heredera de un pasado nacional abyecto, impregnado en su piel canela, así como en esos rizos alborotados que, juvenilmente coquetos, ondean con la brisa del sedimentado río de la patria, testigo de ese acontecer infame, imborrable en los rostros de su abuela y de su madre. Desconocidas, sobrevivientes y valerosas mujeres aquellas, que lo perdieron casi todo durante esa guerra extraña, y con quienes la sociedad tiene una inmensa deuda por pagar. Si es que la ignominia social puede ser redimida alguna vez.


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