miércoles, 30 de noviembre de 2022

Lilia

 


Aquella vez, para mi cumpleaños número diez, mamá me llevó de nuevo a la casa de mi tía. Tras el pudín, mientras los mayores se quedaron en la sala, nos fuimos a la alcoba de mi tía a ver televisión... como siempre.

Unos minutos después, bajo la manta, sentí su mano sobre la mía, me acariciaba con dulzura. Lo sabía hacer, «tal vez por los seis años que me lleva», pensé acalorada.

Entonces, comencé a sentir hormigueos por todo el cuerpo... más aún cuando, no solo fue su arrumaco en mi mano, sino que avanzó hacia mi cara, cuello, pechos en explosiva germinación...

—¡Que bella y tierna eres! —me susurró al oído, haciéndome explotar algo dentro de mí.

Fue un momento indescriptible, ¡pecaminoso!, tal vez, pero irrepetible.

Nunca volvió a pasar. Sin embargo, hoy, cincuenta años después, aunque sus manos jamás volvieron a posarse sobre mí, cada vez que nos encontramos, sea donde sea, estemos con quienes estemos, el fogonazo de sus ojos me abrasa e incendia esa pasión esquiva que solo esa vez experimenté.

Microrrelato disponible en Revista Latina NC

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