Luego de haber ganado los anteriores siete combates, por ende, fama en la región por mi porte y bravura, en la octava me descuidé un instante, ¡lo reconozco! Fue cuando el Saraviado, al que tenía de un ala, voló sobre mí y me clavó su espuela en el pulmón. De ahí mi nuevo apelativo que poca gracia me hace: ‘¡el Pulmoniado! Prefiero el de siempre: ‘el Colorado’, que va con mi estampa y demás cualidades.
Esa vez mi criador y entrenador, al verme herido y echando sangre por el pico, me alzó y zangoloteó de una manera brutal para que expulsara la que se me acumulaba en mis entrañas y evitar que me ahogara. Procedimiento diferente al que vi hacer a los amos de los siete que vencí en ocasiones anteriores. A estos, me pareció, que aquellos les ayudaron a morir ahí mismo.
—Lo salvé, no solo por su fama, ‘lidia’ y el dinero que me hizo ganar en todas sus peleas —le dijo a alguien en el corral de las jaulas en la casa del pueblo donde me ayudó a recuperarme casi por completo; menos mi canto que todos admiraban y me enorgullecía, ahora es ronco y produce risa; ni por completo el brío de antes, tal vez al faltarle aire a mis pulmones —. ¡Su semilla vale oro!
Desde entonces mi oficio es pisar cuanta gallina fina seleccionada me lleva para sacar ‘crías ganadoras’, como me dice cada vez que se aparece con alguna. Así lo hizo cuando me presentó a la Quica. Matrona pequeña, brava y admirable con quien nos emparejamos luego de recobrar algo de alientos y entender que jamás volveré al ruedo ni a tener peleas fieras. Si acaso con uno que otro volantón cuando se le da por enfrentarme o querer dormir en la rama que escogí desde mi llegada a este predio rural. Aunque todos ellos saben que por más que les hierva la sangre, que es la mía, que canten más fuerte y bonito que yo, que por más que quieran y valientes se crean, en franca lid de mis picotazos vivo ninguno saldría.
Por eso, al ir creciendo y volviéndose retadores, los regresa a las jaulas del pueblo donde, aunque por el reumatismo y otras dolencias ya no entrena gallo alguno ni volvió a las riñas, buen dinero por la venta de cada uno de mis hijos recibe, fuera de las montas que hago, por las que bien caro sí que cobra. ¡Tengo entendido!
A estos lares llegué en compañía de la Quica. Le escuché que nos trajo y liberó a nuestra suerte porque, cuando le comentaron que por aquí había runchos, comadrejas, culebras, rapapollos y hasta águilas, además de los gatos y los perros cazadores de la casa, dijo:
—Si se los comen es poco lo que se pierde. La Quica, aunque de estirpe y fama cuando joven, ahora es vieja, por lo que para la cacerola es carne dura. El otro, por su lesión en el pulmón, no es mucho lo que le queda. En cambio, si se adaptan y sobreviven, les abren el camino a los jóvenes que tengo en los corrales de la casa del pueblo. ¡Prueba y error, a menor costo y mejor proteína para sus crías!
Una vez nos liberaron, en efecto: los peligros estaban por doquier. Los humanos de aquella casa grande pronosticaban que de un momento a otro algún depredador nos comería. A veces le escuchábamos a la señora:
—Ojalá la Quica ponga huevos para dejar de comprarlos en el pueblo.
Por esto último, durante los primeros días, nos siguieron para saber dónde mi consorte se echaba. Eso sí, además de la cantidad de alimento silvestre que hay por aquí, mañana y tarde nos servían, y todavía, abundantes dosis de maíz. Además, siempre agua fresca en vasijas hay cerca de la casa principal.
La Quica y yo entendimos el juego y asumimos la situación y el riesgo en el que nos encontrábamos. Por lo que, en cuanto a los depredadores, además de hacerles el quite a unos, evitar a otros y enfrentar a dúo y a picotazo limpio a los ineludibles, seleccionamos un árbol cerca de la casa. A este, por lo alto y mi falta de respiro tras la pulmoniada, aún no me es tan fácil subir volando, como lo hace ella en el primer intento. Tras unos cuantos envíos al fin logro la rama más baja y de ahí, de brinco en brinco, las más altas y espesas donde atenuamos gran parte de los peligros nocturnos.
Como estábamos dispuestos a asegurar la camada, ¡la prolongación de nuestra especie!, escogimos un lugar distante y algo seguro para la postura de los huevos.
Los de la casa, aunque algo defraudados, de vez en cuando seguían a la Quica para saber dónde se echaba. Jamás entendieron nuestra estrategia de engaño para evitar que descubrieran el nido. Mientras ella se internaba en una especie de bosquecillo tupido, yo cantaba a grito herido, ¡literal!, por lo del pulmón agujereado, desde lo alto de un risco. De esa forma llamaba la atención de aquellos y le permitía a ella su escapatoria hacia un rancho abandonado a mitad de un lote cercano. Allá, bajo unos corotos en desuso, puso su primera gran camada.
Como los de la casa no se daban por vencidos en la búsqueda de los huevos, a mitad de nidada la Quica decidió quedarse allá, no regresar a la casa, tampoco a dormir en el árbol. En la noche los huevos quedaban totalmente desprotegidos.
¡Sacrificio admirable hizo esta pequeña pero valiente gallina!
Por los lados del rancho donde estaba el nido poco alimento había, tampoco agua. Lo que abundaba era el peligro, tan fuera de día o de noche; por lo que poco comía, ni dormía. Su pico certero con fiereza a toda hora esgrimía. En el día con mi fugaz presencia en algo le ayudaba y uno que otro refrigerio le llevaba… ¡era lo único que la Quica merendaba! Con mayor razón cuando cascarón rompieron los polluelos.
—Hace más de una semana que la Quica desapareció —escuché una tarde de esas cuando fui a comer maíz y tomar agua antes de intentar volar hacia la rama del árbol donde ahora dormía solo, aunque desde allá podía otear el rancho donde permanecía la Quica con mis semillas, ahora germinadas y hambrientas.
—Lo más seguro —comentó alguien—, algún depredador se la comió. ¡Qué lástima!
Sabíamos que teníamos que buscar el refugio de los de aquella casa. Aún eran muchos los picos por alimentar. Sin esa protección con dificultad lo lograríamos. Eran pocas las fuerzas y las carnes que le quedaban a la Quica. Además, los rapapollos y otros rapaces seguían atentos en el aire. Estos se alzaron dos de los polluelos y una cifra similar iba por cuenta de roedores y rastreros durante las dos últimas noches; pese a la defensa fiera que ella, día y noche, y yo en el día, hicimos para evitarlo.
Para el largo y peligroso desplazamiento con los polluelos hacia la casa principal escogimos, por estrategia concebida en nuestras molleras, la hora de la mañana cuando siempre alguien echa maíz en los recipientes y me llama para que vaya a comer.
La Quica tenía entrenados a los polluelos para tirarse al piso y extender sus alas entre las hojas cada vez que del cielo apareciese un peligro. Los cuales, esa vez, no faltaron. Tres veces hubo intentona de un gavilán que patrullaba por allí. Su silbido de muerte, en lugar de amedrentarnos nos envalentonó. Los polluelos se escondían entre la hojarasca. Ella y yo enfrentamos al rapaz con picos y espuelas a discreción. Aquel evitó una muerte segura si al menos se hubiese acercado.
Tal algarabía llamó la atención del joven amo de la casa principal. Él es el hijo del criador y entrenador, ahora retirado del segundo de estos dos oficios. Aguzó el oído al escuchar los graznidos, el piar y el cacarear. De inmediato llamó a su esposa para que lo acompañara a ver el:
—¡Milagro de vida! —como gritó la esposa al contemplar la desgarbada y famélica gallina Quica y los diez polluelos sobrevivientes que corrían rumbo al sitio del agua, junto al recipiente del maíz.
Me quedé cerca de ahí. Había cumplido en parte mi misión. Aunque sabía que en adelante nuestras vidas cambiarían; tanto la de la Quica, los polluelos, por ende, la mía.
—Esta gallina es una luchadora de miedo… ¡muy verraca! —le escuché decir al joven esposo, quien iba cogiendo uno a uno los polluelos, pese a la débil defensa de la desgarbada madre, para llevarlos a un corral donde los protegería mientras llamaba a su padre para darle la noticia y fuera a encargarse de estos—. Tuvo que haber defendido a muerte sus huevos y polluelos durante más de tres semanas que lleva desaparecida y la dimos por muerta.
Cuando llegó el cuidador llevaba una de las jaulas que tenía en su casa del pueblo, donde nací, me crie y mis heridas curé después de ser ‘pulmoniado’ por el Saraviado. Jaula en la cual, desde entonces, tienen a mi Quica, ya recuperada y fiera como siempre. Aunque ya no me permiten que la pise, ahí sin falta pone sus huevos, sin mi semilla. Estos los consumen los de la casa que nos salvaron.
Eso sí, desde la mañana, cuando bajo de la rama del árbol, al cual cada vez me es más difícil subir, y durante casi todo el día, siempre estoy cerca de ella, cuidándola y acompañándola, alrededor de su jaula… excepto cuando traen del pueblo alguna nueva matrona o ponedora para lo del negocio familiar.
Escondite literario tropical
Narro la historia de un país que lo tenía todo... ¡solo le faltaba amor patrio!
miércoles, 2 de octubre de 2024
El Colorado
lunes, 2 de septiembre de 2024
Emboscada matutina
Lanzamiento atípico en Café Mundano |
El
joven empresario constructor y su primo, quien trabajaba con él, decidieron unirse
al grupo de paisanos que harían aquel viaje de vacaciones. Los motivaba los
comentarios que uno de ellos, un abogado y retratista, ‘el mago de los
lápices’, como le decía el escritor suramericano, solía hacer de aquel destino.
El retratista conocía aquella capital, algunos de sus lugares y alrededores interesantes,
así como otros tantos puntos turísticos de ese país que siempre les llamó la
atención y querían conocer.
Desde
cuando comenzamos con los preparativos del viaje el organizador y guía algo
dijo sobre el posible encuentro con un escritor tan desconocido como escurridizo
y a quien él le hizo un retrato que le llevó en otra ocasión, junto con su
compañera, con quien siempre iba, como en este que estaba preparando. Retrato y
entrega a solicitud de un amigo suyo: un poeta y gestor cultural nicaragüense
exiliado en San José.
El
encuentro del todo no estaba confirmado. El personaje aquel parecía que a toda
hora tenía algo por hacer y era difícil que sacara un ratico para que los otros
tres del grupo lo conocieran. Los temas culturales, menos, los literarios, al
parecer, poco hacían parte de los intereses del joven empresario constructor,
ni de su primo. Por lo tanto, si se daba o no el encuentro… les era
intrascendente. Un tercer integrante de talla grande, cercano y casi pariente
del organizador, a quien le decía ‘mi hermano’ por haberle trasmitido algunas
técnicas para dibujar a lápiz, tal vez era el más entusiasmado en compartir con
el escritor.
Durante
la primera semana del paseo conocieron lugares de aquella inmensa y fría ciudad
capital, así como pueblos y parajes sugestivos en sus inmediaciones. También,
su principal atractivo turístico sobre el Caribe, a casi hora y media de vuelo
comercial.
El
tema del encuentro con el escritor parecía disiparse. ‘Su agenda está muy
apretada’. Fue lo que el organizador y guía del grupo les dijo de aquel y lo comentó
con el conductor que los llevó desde el centro de la ciudad capital, vía
Autopista Norte, cuando, al parecer, pasaron cerca de una de las sedes rurales
del fulano, quien se refiere a sus sitios de trabajo como escondites literarios…
o algo así.
El
domingo al atardecer, a dos días del regreso del grupo a San José, el escritor
dio señales de vida. Le escribió al organizador confirmándole que el lunes, entre
nueve y media y diez de la mañana, los esperaba en un lugar algo cerca del
hotel donde se hospedaban. Además, enfatizó en que se podían ir a pie, vía
Carrera Séptima, hasta el Plaza 39, nombre de aquel acogedor centro comercial.
Que les quería invitar un café, según él, de lo mejor de aquellas tierras
tropicales.
Ese
lunes, un poco después de las nueve de la mañana, tras caminar casi una hora desde
el hotel hasta la Avenida 39, llegaron a la esquina donde era la cita. Ninguno
de los tres nuevos en el grupo conocía al escritor, solo el organizador y la
dama del grupo por la visita anterior cuando le llevaron el retrato solicitado
por el poeta y gestor nicaragüense.
Aunque
a esa hora no era mucha la gente que deambulaba por aquella vía capitalina, el primo
del joven empresario notó que un hombre de mediana edad y estatura promedia,
con camisa blanca, como que se les acercaba. ‘Parece un cura’, se dijo, por lo
de la camisa. Sin embargo, como ni el organizador ni su compañera, quienes
conocían al escritor, lo reconocieron al irse aproximando, ni siquiera al estar
a un metro de ellos, no hizo nada. ‘¿Cómo me iba a imaginar que era el escritor?’,
comentó más tarde.
Solo
hasta cuando se paró frente al organizador y los saludó todos reaccionaron con
sorpresa y algo de admiración.
—‘Parece
que nos observó y auscultó el alma un buen rato. Querría grabar en su mente nuestros
ademanes y mensajes corporales casuales, auténticos’ —pensó la mujer del grupo
y compañera, al parecer, del artista de los lápices y guía de la excursión.
—‘Tal
vez… hasta nos incluya en una novela u otro de sus relatos de ficción social’ —pensó
el maestro de talla grande.
—‘Buscaría
y grabaría en su mente rasgos nuestros para transfigurarnos literariamente,
como creo que es su técnica, para hacernos aparecer en alguno de sus escritos
en proceso —se imaginó el organizador y guía, además de retratista.
Ninguno
de ellos estaba del todo equivocado, como más tarde algo al respecto les refirió.
Inspiración y creatividad literaria que logró… y no solo en esa vía, también, al hacerlos víctimas inocentes de su emboscada literaria durante al menos la mitad de esa media mañana cuando, luego de ingresar al Plaza 39, los condujo por entre plazuelas, escaleras y socavones a un singular y acogedor establecimiento para tomar un refrigerio en el Café Mundano. Allá deleitaron lates, capuchinos y suculentos pasteles de pollo y carne, además de alfajores.
También
logró sorprenderlos en el segundo piso, en una terraza inmensa y venteada con
vistas al Parque Nacional y los cerros tutelares de la ciudad, durante la
entrega y autografiada de algunos de sus ejemplares para llevarle, uno a su
amigo nicaragüense y, tal parece, protagonista de una novela de ficción que tal
vez pronto alguien publicará… ¡quizá! El ejemplar autografiado el gestor
cultural lo recibirá en Centroamérica y lo haría llegar a una poetisa paisana
suya quien emigró a Estados Unidos. Los otros libros los rifó entre los cinco,
no sin dejarlos de sorprender con las historias relacionadas de cada obra,
incluso, con la lectura de estrofas rítmicas que conmovieron sus fibras nicas más
escépticas.
Ninguno
de ellos se imaginaba que durante el café al cual los invitó tenía programado,
de tiempo atrás, hacer el lanzamiento internacional de la publicación de su
libro número 12… ¡que ellos eran los escogidos para tan particular y sencillo
acto de difusión literaria! Tan propio de su personalidad introspectiva y
escurridiza.
Fue
un momento único en sus vidas… imposible de olvidar y, tal vez, de volver a
vivir, menos en un país como aquel y con alguien que… como le pareció al primo
del joven empresario de la construcción, ‘¡más que un escritor parece un cura!’
En un Juan Valdez
Agradecimientos a estas personas por su autorización |
14-08-2024
Desde
cuando el peso de sus calendas se les convirtió en la mejor de sus galas; que
hasta remplazó el esfuerzo de sus palabras y caricias, ahora incómodas,
obsoletas y consideradas necedades por quienes orientaron sus vidas con estas;
cada vez que tienen oportunidad… incluso, cuando no, so cualquier pretexto se
escapan para ir al centro comercial cercano.
Parecen
viejos adolescentes recién ennoviados. Entienden, sin decírselo, ¡qué más da!,
que, en la práctica, más ahora y con mayor razón en adelante, solo se tienen el
uno al otro.
—Pa
las que sea, mi por siempre amada Prudencia Lucía —le dice, como ahora, cuando
las tribulaciones, sobre todo las familiares, amén de las sociales, económicas
y de salud, suelen presentárseles, cada vez más seguido y con fiereza—.
Mientras tengamos aire en los pulmones y fuerza para movernos con independencia,
que ojalá jamás nos falte el café de nuestra tierra… ¡de origen!
Allá,
en un Juan Valdez, donde, además, de vez en cuando Ignacio de Jesús Benavides cita
a sus amigos de antaño y a uno que otro de letras para hablar de lo que sea,
aquella pareja ignota refugia su solera entre la atafagada y anónima multitud;
a esa hora y en ese lugar casi todos coetáneos.
Al
calor del late con leche descremada, sin azúcar y con canela molida, el que
siempre piden cuando van por allá, también calientan sus almas con la
satisfacción de, ¡pese a todo!, haber hecho poco o mucho a lo largo de sus vidas.
—Eso
sí, ¡honradamente y para nada fácil! Aunque nadie lo reconozca, mucho menos lo
valoren, ni siquiera quienes de nuestro gran esfuerzo e innumerables
privaciones se beneficiaron en su momento.
—Mira,
Nacho, en la medida de las circunstancias y con lo que tuvimos nosotros
cumplimos con lo que nos correspondió y pudimos. Lo que no, por lo que haya
sido… ¡pues no y ya!
—Así
es… y aplica para todos, menos entre los dos.
—¿A
qué te refieres?
—Prudencia,
a estas alturas… me duele reconocer que será difícil llevarte de paseo a París
y al crucero por el Danubio, como te lo prometí antes de casarnos.
—¡Que
importa, viejo terco! ¡Qué mejor e intrépido viaje que este que iniciamos por
allá en agosto del 76! Estoy feliz con los que hemos hecho por aquí cerquita…
sin necesidad de estresarnos sobrevolando semejante masa de agua.
—¡Te
amo!
—Sabes
que yo igual… aunque casi nunca te lo diga.
—Lo
sé. Nacimos el uno para el otro. El destino nos sentenció para estar juntos y
acompañarnos para siempre, tanto en este como el siguiente periplo que, seguramente,
emprenderemos al tiempo… ¡eso espero!
—Lo
que sea, Ignacio, ¡lo que sea! Pero, en lugar de ponerte trascendental… ¡toma
tu café antes de que se enfríe y pierda su exquisitez! Para ver a las carreras
paisajes, montañas, mares y ríos lejanos… y bien caro, me basta y conformo con
los que he disfrutado por estos lares… y sin tanto afán.
—¡Gracias, amor!
lunes, 5 de agosto de 2024
En un día del padre
A mitad de un junio
Ella |
Cafetería ½ Luna
Café, en Florencia 68, Juárez. Es un expendio sencillo, pequeño y que
invita a la añoranza. Atendido por un gentil lugareño quien estuvo dispuesto a:
—No más digan y ahorita mismo les
preparo sus cafés con leche a la colombiana; los pueden acompañar con la torta
que prefieran.
domingo, 30 de junio de 2024
Felicidad inversa
Con su mirada perdida en lontananza, cuando iban adonde la enclaustraron al dejarles de ser útil y volverse «un pereque… además, ¡costoso!», como pensaban sin decirlo, paliaba el dolor de haber sido buena persona y, al llegar a vieja, confiar en todos, sobre todo en ellos: sus hijos.
Entonces, miraba sin ver.
Simulaba ausencia refugiada en su recuerdo infantil.
¡Hubiese querido dejar de escuchar!
—«¡Para qué palabras bonitas y promesas vanas!» —pensó decirles varias veces.
Producto de la dolorosa adversidad de la existencia humana encontró en el silencio, cual felicidad inversa, la excusa para ocultar la nostalgia mortal que horadó su espíritu meses antes de partir.
viernes, 31 de mayo de 2024
Vía alterna al paraíso 4X4
Para la celebración de nuestros cuarentaiséis años de amistad escogimos la finca El Frutal, emprendimiento lúdico de propiedad de uno de nuestros compañeros y amigos: Eliseo Rivera y su gentil como hacendosa esposa señora Maritza, a quienes damos gracias por su recibimiento y hospitalidad.
Nos imaginábamos
que este solo era un lugar de descanso, de clima agradable, inmerso en la
naturaleza tropical, camino a Mesitas del Colegio. Sin embargo, al llegar y
estar aquí las palabras son insuficientes para describir sus paisajes y vistas espectaculares,
la orgía de matas en flor, la sinfonía inconclusa de las multicolores y
espectaculares aves, el placentero fresco de la brisa en la cara, los fecundos
y perfumados cafetales, naranjales, platanales y otros tantos árboles frutales.
De ahí el nombre de este pedacito de edén tropical.
Debe ser,
seguramente, que por tal prodigio de flora, fauna y paisajística poética el
ramal de acceso, una vez se deja la atafagada carretera principal, lleva por
nombre: ‘Vía Alterna al Paraíso 4x4’. Vaya que lo es, ¡un paraíso!, porque, además,
aquí, tanto los atardeceres como los anocheceres, amigos, son de impacto literario.
Mejor, todavía, si uno los observa encaramado en algunas de las inmensas
piedras al paso, desde la romántica terraza de la casa o los miradores de
ensueño que hay por doquier.
Me imagino que, si
nuestro novelista hubiese podido venir a este encuentro de Aeroamigos, de aquí
no quisiese salir; menos ahora que, como me contó hace poco, retoca su
siguiente novela que publicará pronto. Obra en la cual, hasta donde dejó
entrever, es posible que rasgos y pericias de algunos de nosotros aparezcan de
trasfigurada manera entre sus personajes de ficción y nostalgia social, incluidos
los de Eliberto, quien voló a lontananza en las alas de Ícaro. Algunos de nosotros,
si nos buscamos entre las páginas de esa novela… seguramente en varios renglones
esquivos algo nuestro nos topemos, que solo nosotros interpretar o asociar
podremos.
Aeroamigos, bajo
este marco de naturaleza viva, permítanme hacer un sencillo homenaje a nuestro
compañero y amigo José María Cuervo, así como a su invaluable y solidaria
esposa la señora Yolanda Hernández, por estar a su lado cuidándolo,
acompañándolo y amándolo como siempre. José atraviesa un complejo momento de salud,
del cual sabemos y esperamos que se recupere pronto. También, sea esta la
oportunidad para reconocerle a William Gordillo la ingente labor social que
realiza a través de su fundación Nuevo Comienzo, con sede aquí en Mesitas del
Colegio; siempre tendiéndoles la mano a los menos favorecidos. William, usted
es un ejemplo digno de aplaudir y apoyar. Gracias por lo que hace y seguirá
haciendo. Nos enorgullece, enaltece y representa, de verdad.
Fue una alborotada
muchachada la que llegó a nuestra alma máter aquella mañana de marzo, ¡¡hace ya
cuarentaiséis años!!, todos cargados con costalados de ilusiones personales y
familiares. Allá nos formamos y obtuvimos herramientas para servirle al país y
granjearnos un mejor futuro, más no por ello fácil. Unos y otros, presentes y ausentes,
hoy por hoy con méritos y circunstancias de la vida que valen la pena resaltar
o merecen nuestra solidaridad, según el caso, como los que he mencionado. Sabemos
y en nuestros adentros a cada uno se lo reconocemos.
Aeroamigos, ¡brindemos por estos cuarentaiséis años de amistad! Enorgullezcámonos por cada uno de nosotros y por todos, ¡sin apenarnos por esas lágrimas de oro que veo y siento escapar a través de las ventanas de nuestras sexagenarias almas! ¡Brindemos ahora que, para llegar mientras podamos y adonde queramos ir, lo hacemos sin prisa ni asistencia alguna, la mayoría! Eso sí, todos con la satisfacción del deber cumplido, felices y fraternos, así cada vez nos toque coger, como en esta ocasión, tras dejar la transitada carretera principal de los afanes diarios, carreteables y placas huellas bucólicas y serenas como las que nos permitieron llegar a este inimaginable paraíso, en gracia llamado: El Frutal.
Ahora quiero hablarles
de la era que estamos pasando, por no decir ¡padeciendo!, en cuanto a la incidencia
y manipulación que tienen las redes hercianas en nuestras vidas y entorno
social. Por favor, evitemos, en la
medida de lo posible, que esa telaraña digital tan ajena nos enrede y adormezca
el seso, confunda el pensamiento, trastoque los sentimientos, enemiste y domine
nuestra voluntad en favor de extraños tenebrosos poderosos enconchados en sus
fortines de cristal. Sé que es difícil apartarse de ellas e ignorar sus
contagiosos como anodinos contenidos, gran parte ponzoñosos, falaces, cuando no
letales. Por favor, procuremos pasar más tiempo y compartir con nuestras familias,
los nietos y los amigos. Reunámonos, así sea solo para tomar un café de vez en
cuando y dejar volar el invaluable cofre de nuestras experiencias y gratos
recuerdos... o las anotaciones que a diario nos aparecen por horas de vuelo
cumplidas o por las fatigas de material que ni siquiera con hueso duro parece
posible remendar, como solía hacerlo Eduardo Yepes en los ochenta por allá en
CATAM* con algunas láminas y estructuras de aeronaves más que trajinadas en el
‘Cielo azul de Colombia la grande’.
Miren, de no hacerlo
ahora que todavía estamos en condiciones de hacerlo, mañana, tal vez… ¡sea
tarde!
Del grupo de Aeroamigos,
aunque somos más de setenta y en gran parte leemos los mensajes, pocos
interactuamos… aunque sabemos y sentimos que todos estamos ahí, atentos a esa
frase, párrafo, foto o video que uno que otro comparte. Pero la mayoría se
abstiene de pronunciarse o de ir a la cita a tomar café y ‘tallar’ de lo que sea.
Esto, queriéndolo o necesitándolo hacer. Pero, no, ¡callamos! Lo hacemos, quizá,
como Enciso lo reitera en sus obras, por esa enfermedad que se expande indómita
por el mundo: La nostalgia social que conlleva al enconamiento personal. Una y otra
patología aún más fatales cuando quienes las abrigan en sus trajinadas almas transitan
las doradas calendas de los sesenta… o algo más.
No, no dejemos que
el grupo se desvanezca y hasta desaparezca. Son 46 años de amistad forjada en
el calor del frío madrileño allá… en las rotondas, aulas, plaza de armas, pista
y demás instalaciones de nuestra inmarcesible ESUFA**. No, no esperemos para reunirnos
en un hospital entorno a las anunciadas o repentinas calamidades sanitarias de
alguno de nosotros, o en un velorio, como ha pasado y cada vez más seguido. Encontrémonos
de cuando en vez so pretexto de nada y sin agenda. Abracémonos en vida ahora
que podemos, así nos toque coger la Vía Alterna al Paraíso 4x4… bonita vereda esta
que nos trajo a la idílica finca de Eliseo y su amada esposa Maritza a
disfrutar de sus paisajes y celebrar nuestro cuadragésimo sexto aniversario de
habernos topado en el sinuoso camino de la vida.
Palabras leídas por Jorge Eduardo Bustos, celebración de los cuarentaiséis años de los Aeroamigos 52-22, 13 de abril de 2024, Mesitas del Colegio, Colombia.
miércoles, 1 de mayo de 2024
Congoja
Hola,
mi querido joven amigo virtual de letras (JAV); además, gestor y protagonista
de una historia que involucra a cerca de trescientos artistas de los cinco
continentes, en casi ciento diez países y más de setenta idiomas. Novela que pronto
será noticiada… ¡eso espero!
Te
cuento que me conmovió, ¡no te imaginas cuánto!, leer la obra póstuma que hace
poco le publicaron al Nobel; la devoré en una sentada. Me produjo un sentimiento
inmensurable del cual aún no me repongo... y tal vez nunca lo haga.
Pensarás
que no es para tanto, conociéndote como creo conocerte… ¡en parte!
De
pronto tengas razón, de pronto no; cada uno se rasca como puede, a su manera,
gusto, según el sitio y tipo de piquiña.
En
mi caso no sería para tanto de no ser por dos motivos correlacionados que inflaman
esta congoja que me sollama el alma. El primero tiene que ver directamente con nuestro
magno escritor. Él es uno de mis más significativos referentes literarios. Creo
que, entre otros, de tanto leerlo algo me contagié. Aunque mis letras, ¿quién
mejor que yo para decirlo?, tan solo son arañazos subcontinentales tan imperfectos
como incorregibles.
Mira,
JAV, desde joven tuve la suerte de toparme con las novelas de este genio de la
literatura en las bibliotecas y en las que adquirí y que conservé por muchos
años, hasta cuando se fueron quedando de trasteo en trasteo... o me tocó salir
de ellas y de todas por cuestiones de convivencia familiar y el espacio que
llegó a ocupar mi estantería personal.
Desde
cuando encontré al más grande de los maestros del realismo mágico quedé
atrapado en la red de su prosa rítmica. Única es su manera de escribir y
contarle al mundo la compleja realidad social, específicamente, la padecida
durante casi todo el siglo XX: la historia de ignominia social de un país condenado
repetirla una y más veces, ¡cada vez peor! Narrativa fundada en la transfiguración
literaria, tan cerca de la realidad que, hasta pica y produce roncha, roncha
social que perdura hasta nuestros días.
Me
cautivó desde cuando, en los setenta, leí su primera novela y a partir de ahí casi
todas. Desde entonces, algo suyo se me pegó y quedó adentro. ¡Tal parece!
Bueno,
pero volvamos al primer punto de mi congoja tras leer su novela póstuma, una de
las pocas donde la protagonista es mujer; aunque la influencia y fuerza femenina
en todas sus obras son tan exquisitas e interesantes como importantes. Precisamente,
al sumergirme en estas postreras páginas, donde en efecto su huella literaria está
presente, ¡indiscutible!, no solo me topé con su estilo y magia inimitables,
también, fui herido en el corazón por el grito mudo y doloroso de un escritor
en su afán de plasmar sus últimos grafos antes de ser devorado, o cuando lo
estaba padeciendo, por el maldito silencio del olvido, los años idos y las vivencias
disipadas, cual arcoíris en lontananza.
JAV,
esa novela es bella, indiscutible, como todas las de aquel genio inmortal. Sin
embargo, ahí quedó en evidencia la imposibilidad que se le presentó para lograrla
apuntalar por completo, así como el precisar algunas frases e ideas que
aparecen desvanecidas… en particular: ¡en el final!, que, sin embargo, es
genial.
Estoy
seguro, y me duele hondo, muy hondo, de que él no alcanzó a hilvanar la trama
con el desenlace como tal vez lo ideó o quería… como siempre lo hizo en sus otras tantas maravillosas
obras.
Esto
me duele, aunque creo, o quiero creer, que al percatarse de la inexorable imposibilidad
de poderla concretar y darle un final contundente y cerrado, como nos tenía
acostumbrados, optó (o le tocó) por dejarla así, abierta, escueta, para que sus
lectores hilemos la trama con el final a nuestro gusto, parecer o consideración…
mientras podamos. De todas maneras, incluso, así, esta novela es impactante,
preciosa, mágica, atrapante.
Esta,
pienso, fue la razón por la cual, mientras él pudo, impidió o postergó su
publicación. ¡Me lo imagino! ¿Quién soy para opinar sobre estas cosas?
Te
hablé de dos motivos de congoja. El primero, el que te acabo de esbozar sobre
la novela inconclusa que le acaban de publicar a este heraldo literario universal.
El segundo, algo de cuando en vez te he dejado entre líneas. Mira, mi querido
JAV, aunque la mayoría de mis obras inéditas están casi listas para
publicación, hay al menos tres proyectos en proceso. Están biches y no sé si
alcance a terminarlas.
Mi congoja
no es solo porque algo me impida concluir aquellas y publicarlas todas, sino
porque, como lo siento en mis huesos y difusos recuerdos, al partir a
lontananza o al escapárseme, más, el esquivo pensamiento y quedar a deriva, unas
y otras las devore el polvo en la trastienda del descuido. Peor, todavía, que
alguna de las inconclusas y que figuran en mis archivos como ‘en proceso’, o
las inéditas, alguien algún día se las tope por ahí y le dé la ventolera de ‘ajustarlas’
y publicarlas. Terrible sería que, para hacerlas parecer concluidas y rentables,
¡les pegue remiendos de estropajo o les quite esto o aquello para volverlas
mercancía!
¡Ni
qué decir de las publicadas poco leídas en ‘La sociedad de la mentira’!
¿Entiendes,
mi querido JAV, la doble esencia de esta congoja?
Al partir yo o mis recuerdos, no se
sabe cuándo ni qué primero: hoy, mañana o pasado, ¿quién sería el llamado a retocar
las inconclusas y publicarlas junto con las que reposan en gaveta, además de
terminar de llevar a cada biblioteca en el mundo, sobre todo a las más
apartadas, al menos uno de mis ejemplares? Recuerda que escribo para ser leído.
¡¿Quién, si no tú?!
Aunque, conociéndote como creo
conocerte… ¡en parte!, de no poderlo o quererlo hacer, donde quiera sea que
estés, ¡nada de nervios, muchacho! Además, nadie sabe que te digo JAV.
Por
siempre amigos de letras.
Abrazo planetario desde mi cada vez más difuso Escondite Literario Tropical en las laderas andinas de oriente.