Mi por siempre esposa mía, el azul ensueño de este mar sinigual, profundo de noche, transparente de día, así como la rumorosa brisa que por doquiera nos acompaña y refresca el cansancio que producen tantos pasos dados, parecen saber que, cuarentaicinco años atrás, nos juramos amor sincero... ¡el que a toda costa hemos mantenido incólume!
En ese entonces era difícil predecir por cuál camino la vida nos llevaría. Tampoco, por cuánto tiempo esta hermosa aventura duraría. Lo que sí los dos sabíamos, porque en los huesos lo sentíamos, era que, sin importar las tempestades ni las caídas, uno al lado del otro siempre estaría, no solo para brindarnos la mano y grata compañía, sino para reconfortarnos con esos besos y pasiones que... ¡y todavía!, nos estremecen como el viento a los cocoteros, así estemos a solas, a escondidas, como ahora en este hotel de quimeras refundidas que por doquiera impregna magia, romance, lírica, deseo... ¡ambrosía!
Amarnos y ser felices por siempre uno junto al otro nos juramos, que era lo único que en ese entonces teníamos y ofrecernos con devoción podíamos. Así lo sellamos con besos y caricias cuando, tras el magnánimo sí que me diste en aquel agosto, cuarentaicinco años hace, tan vívido, cual, si fuera hoy, al cielo miramos y estos mismos tres luceros centuriones vimos, los que siempre encima de nosotros titilan, do quiera estemos, como ahora aquí, en Playa de Arena Gorda, celebrando un nuevo aniversario.
Por todo lo vivido y por vivir, mi por siempre esposa mía, antes de aceptarle la invitación a esta noche de fantástico caribe para ir a travesear como cuando jóvenes, te reitero la promesa, no solo de amarte por el resto de nuestros días, también, que este renovado pacto de amor trascenderá nuestras corpóreas existencias. En constancia, queda impreso para la eternidad en cada rincón y espacio del Riu Bambu, testigo mudo de esta pasión perpetua que, inexorable, contagiará a cuanto enamorado transite por acá.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario